Jorge Fuentes Fernández - ¿A dónde van las estrellas cuando mueren?

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¿A dónde van las estrellas cuando mueren?: краткое содержание, описание и аннотация

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Un joven astrofísico se dispone a escribir un libro sobre la vida de las estrellas. Para alejarse quizás del mundanal ruido y poder escribir su libro, se embarca como ayudante de cocina en la Rasalhague, un barco pirata pasado de siglo que pretende cruzar el océano Atlántico. Allí, su libro de las estrellas se entremezcla con un diario de a bordo hasta que las dos historias se funden en una misma. ¿A dónde van las estrellas cuando mueren? es un viaje a las estrellas, en el sentido que cada quien le quiera otorgar.

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Con un disgusto que me salió del corazón, mi respuesta fue:

—No es oro todo lo que reluce.

Y es que, si te dejas engañar, puedes ver, incluso en el cielo y de noche, muchas cosas que parecen estrellas, pero que en verdad no lo son. Las estrellas que se ven de noche nunca se mueven unas con respecto a otras, no se acercan ni se alejan entre sí, y si es que lo hacen, están tan lejos que es imposible darse cuenta a simple vista. Por eso dibujan sus formas, que llamamos constelaciones, y que son siempre las mismas: como Libra, como Orión, como Casiopea, o como la Osa Mayor. Después de mirar al cielo durante tantas noches uno se las acaba aprendiendo de memoria, y puedo asegurar que aquella susodicha «estrella» roja no estaba ahí, en la constelación de Libra, cuando decidí subirme a este barco.

Tras mi respuesta y como queriendo ganar mi juego, Boon esbozó una sonrisa misteriosa —manipuladora, me pareció a mí— y me dijo:

—No, pero no es precisamente el oro lo que hace a un pirata volver al mar.

¿Qué querría decir? No tengo ni la más mínima idea, pero ya me quedé dándole vueltas a la cabeza y me costó mucho trabajo volver a agarrar el sueño.

Espero que todo esto no haya sido una mala idea.

CUARTA NOCHE

La historia de la Osa Mayor

Estoy empezando a entrar en rutina. No sé qué decir; la verdad es que estoy un poco decepcionado. Yo me imaginaba que esta iba a ser mi gran aventura pirata, pero cuando no estoy ayudando a Silva en la cocina o echándome la siesta, no hago más que deambular de aquí para allá. Solo escribo por las noches, a la luz de una pequeña lámpara de gas que me prestó Carla. El resto del tiempo es… aburrido.

Casi nadie me dirige una sola palabra, a excepción de Silva, que habla por los codos y por los de todos en el barco, mascando tomates secos al compás mientras yo friego platos y otros utensilios. Al menos, parece que a él le caigo bien. En la cocina me cuenta todo tipo de cosas extrañas; desde cómo hacer un buen pan de marinero o cómo desalar migas de bacalao con la menor cantidad de agua dulce, hasta sus fechorías antes de convertirse en pirata y cocinero… Hoy me ha contado que hace tiempo fue un magnífico cazador, que habría sido capaz de extinguir a todas las especies de la Tierra él solito; «si me hubieran dejado», ha agregado con un tono de demencia que me perturba.

—Mira, You —me dice descubriéndose su pierna derecha—. A esto lo llamo «el recordatorio».

Se trata de dos pequeñas marcas circulares a media pierna, como si le hubiera mordido un vampiro; y a mí me ha dado tanto repelús que no he querido preguntar más.

Por cierto, esto de You merece una explicación, y es que en este barco las pocas personas que me hablan me llaman cada una de una manera distinta: para Carla soy bribón; para Boon soy polizón; para Seisdedos soy simplemente amigo; y para Silva soy You, así, pronunciado en español, tal y como está escrito; o no sé si debiera escribirlo con doble ele. Da igual; no tiene ningún sentido.

Después de enseñarme la pierna se ha reído en voz alta, me ha ofrecido uno de sus tomates secos híper-chiclosos y ha cambiado de exterminador de las especies a su salvador, contándome la vez que liberó a una tortuga marina que se había quedado atrapada en las redes de unos pescadores. Todo esto, eso sí, siempre con un aire de simpática locura y entre gritos de «¡Ahí va!» por todos lados que ni vienen a cuento. Al final, reconozco que me alegra un poco mi tiempo aquí.

—¡Ahí va! Y cuando la tortuga estaba libre no se separaba de mí, ¡y tuve que empujarla con mis pies pa que se fuera la condená!

También me habla de Carla, o la Sable, como él la llama:

—Habría sío la pirata más respetá en este lao del mundo. ¡Te lo digo yo!

Dice que ella pertenece a otra época, o a otro lugar; que tendría que haber nacido en el siglo XVIII, en plena edad de oro de la piratería.

—¡Pero ahora cuéntame tú algo, You! A ver, esa cosa que estás escribiendo, ¿de qué carajo va?

¡Vamos! ¡Le da por preguntarme sobre mi libro! Y yo, pues no sé bien qué decirle.

—Venga, You —me ha dicho en un alarde de lucidez mientras me ofrecía más de sus tomates secos híper-chiclosos—. ¿Cuál es tu constelación favorita?

Tírate ochocientos años estudiando una carrera universitaria para que te pregunten por tu constelación favorita…

—Pues, depende.

—¡Ahí va! ¿Depende de qué?

—¿Mi constelación favorita por la forma que tiene? ¿O por la historia que hay detrás?

—Veo que tienes ganas de hablar, ¿eh? En tal caso…

—La Osa Mayor.

—¡Ahí va!, ¡donde la Polar!

—Bueno, no exactamente, pero puedes trazar una línea…

—¿A quién carajo le importa, You? ¡Venga esa historia!

Así que, algo confundido, hoy he acabado contándole la leyenda de la Osa Mayor.

Hay una buena historia de estrellas detrás de cada constelación, y sé que luego se cabrean las de ahí arriba, empiezan a gritar como locas y no me dejan dormir; pero es que a mí me encantan estas cosas…

La historia comienza, pues, como muchas otras, hace mucho tiempo; en un poblado iroqués que vivía en paz en la región de los grandes lagos, al sureste de Canadá. Un día, una partida de caza encontró unas enormes huellas de oso que rodeaban el poblado. Las noches se comenzaron a envolver con temibles rugidos que asustaban a niños y adultos; después comenzaron a morir los animales del bosque y aparecieron destrozados los cultivos. En poco tiempo no quedaron animales que cazar, ni nada que cosechar; y llegaron el miedo, el hambre y las enfermedades. Por supuesto que habían enviado ya muchas partidas de caza a por el oso, pero los que se aventuraban no regresaban jamás.

Una noche, el jefe de la tribu tuvo un sueño en el que sus tres hijas expulsaban al oso del bosque para siempre, pero nunca regresaban al poblado. Al día siguiente le contó el sueño a su esposa, pero no a sus hijas, por miedo a que compartieran la fortuna de ya tantos valientes guerreros. Sin embargo, una de ellas lo escuchó a escondidas y las tres juntas decidieron salir a la caza. Partieron esa misma noche.

El oso nunca volvió. Y tampoco las tres hermanas.

Se cuenta que encontraron pronto la pista del oso y que la siguieron durante muchas Lunas hasta llegar al mismísimo fin del mundo, y que, cuando llegaron, vieron cómo el oso saltaba a la oscura inmensidad del universo.

Creo yo que las hermanas debieron volver la vista durante un segundo al camino que habían recorrido durante semanas; al mundo que ahora debían dejar atrás. Habrían comprendido que ese era su destino. Y se dice que, en pos del oso, dieron juntas el salto a la inmensidad sin vacilar un instante siquiera.

Y allí siguen, en el cielo, persiguiendo al gran oso, en la constelación de la Osa Mayor, para asegurarse de que nunca regrese a maldecir nuestra Tierra. Los iroqueses dicen que, en otoño, las flechas de las tres hermanas alcanzan al oso y lo hacen sangrar, y por eso las hojas de los árboles se pintan de rojo.

Siempre me han gustado las historias de constelaciones en donde las personas se convierten en estrellas individualmente: una persona por una estrella.

Y si alguna noche me encuentro junto al fuego con un descendiente del pueblo iroqués, quizás en un momento señalará al cielo, a la constelación de la Osa Mayor, y dirá: «mira, las tres hermanas siguen persiguiendo al oso».

Ahí arriba caminan también esta noche, acechando a su eterna presa, y pareciera que en la Rasalhague nos dirigimos hacia ellas a ayudarlas en su amargo cometido. Me pregunto ahora si alguna vez las tres hermanas se arrepintieron de lo que estaban haciendo y pensaron en volver a su aldea con su gente.

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