Jorge Fuentes Fernández - ¿A dónde van las estrellas cuando mueren?

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¿A dónde van las estrellas cuando mueren?: краткое содержание, описание и аннотация

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Un joven astrofísico se dispone a escribir un libro sobre la vida de las estrellas. Para alejarse quizás del mundanal ruido y poder escribir su libro, se embarca como ayudante de cocina en la Rasalhague, un barco pirata pasado de siglo que pretende cruzar el océano Atlántico. Allí, su libro de las estrellas se entremezcla con un diario de a bordo hasta que las dos historias se funden en una misma. ¿A dónde van las estrellas cuando mueren? es un viaje a las estrellas, en el sentido que cada quien le quiera otorgar.

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La segunda manera, pues, es ser de mayor algo que se llama astrofísico.

Pero hay que andarse con ojo, porque se trata de una de esas palabras raras, como… anacrusa, por ejemplo; una de esas palabras que cuando la gente las escucha responde con caras aún más raras: como si de la noche a la mañana te hubieras convertido en un monstruoso insecto, como en un cuento que leí una vez, o con esa admiración burlesca que no resulta menos incómoda… Y aunque para llegar a ser astrofísico es un requisito indispensable aprender que las estrellas nacen, crecen, mueren y se reproducen, aun así, son pocos los que consiguen llegar a aprehenderlo de verdad, con hache intercalada; y esto significa asimilarlo como algo real, algo que te acompaña cada noche cuando miras el cielo, poder interiorizarlo y hacerlo propio, creértelo de corazón.

Me temo que ahora estoy obligado a contar por qué esto es así, y es que la maldición más grande de los adultos es que uno puede ponerse a estudiar un pez con tanto detalle en alguno de sus laboratorios que se olvida de que lo que está viendo es un animalito que juega dentro del mar entre colores de arrecifes de coral. El olvido es ese triste castigo que se nos puso hace mucho tiempo por querer crecer demasiado rápido, en todos los sentidos que uno pueda imaginar. Por ejemplo, de tanta prisa y desencanto, las personas, los animales y todas las cosas, hemos olvidado que una vez, hace mucho tiempo, vivíamos juntos dentro de una misma estrella. Y es que en toda buena aventura que se haya relatado, los protagonistas siempre acaban olvidando su vida anterior de una u otra manera. Esto es importante, pero me estoy adelantando…

Así que al igual que al que estudia los peces se le llama biólogo marino al - фото 8

Así que al igual que al que estudia los peces se le llama biólogo marino, al que estudia las estrellas se le llama astrofísico; y pensándolo bien, eso de las caras raras no es tanto de extrañar: imagina que alguien se te acerca y te dice que su trabajo es estudiar las estrellas. ¡Estudiar las estrellas! En verdad, es de locos.

Aunque, claro está, ni todos los biólogos marinos estudian peces, ni todos los astrofísicos estudian estrellas, pues hay muchas cosas en el mar que no son peces, y muchas cosas en el cielo que no son estrellas.

TERCERA NOCHE

Lo que es y lo que no es (parte I)

Hoy hemos cruzado las Columnas de Hércules. Finalmente, parece que la Rasalhague sí que tiene su bandera pirata, pero Carla había ordenado no izarla bajo ningún concepto hasta que perdiéramos de vista las «columnas». Aquí hay muchísimos barcos, y de todos los tipos: turistas ruidosos, aficionados a la vela, humildes pescadores que hacen que te encalles en sus redes y no te sueltan si no les pagas un «impuesto» —hablo de barcos más pequeños que la Rasalhague, por supuesto—, apetitosos comerciantes y, por encima de todo, muchísimos guardias costeros. Y supongo que los cañones, por muy de museo que se vean, ya son suficiente provocación como para ir enseñando además la dichosa banderita.

Cuentan que Hércules, el héroe griego, separó aquí Europa de África con sus propias manos, sujetando cada continente bien fuerte con dos columnas para que no se volvieran a juntar, y creando así el paso del mar Mediterráneo al inmenso océano Atlántico. Las columnas ya no existen, claro, pero el paso al océano ya se quedó abierto.

Nos dirigimos a las Canarias: un grupo de islas volcánicas llenas de piscinas naturales de roca y playas de arena negra. Allí haremos una paradita para reponer víveres antes de adentrarnos en el océano infinito y alejarnos de absolutamente todo, menos de las estrellas. Seguiremos la misma ruta que hizo Cristóbal Colón hacia las playas blancas del Caribe. Seremos como los antiguos navegantes, descubridores de tierras nuevas habitadas de gentes extrañas. Hace mucho tiempo se creía que este océano llevaba al fin del mundo, pero ya se sabe: a veces las cosas no son lo que parecen…

Pero venga, yo a lo mío, que ya han empezado a gritar otra vez las de ahí arriba.

Para empezar, saber qué es una estrella y qué no lo es, no es tarea fácil: existen cosas que no parecen estrellas, pero sí lo son; y otras que sí parecen estrellas y no lo son. A algunas incluso se les llama estrellas sin que lo sean. ¡Ya ves! Como grita el pirata de sobrenombre Garfio cuando encuentra mal amarrado algún cabo en cubierta: ¡qué incorrección!

Por ejemplo, hace dos días estaba yo asomado por la borda de la Rasalhague con toda la emoción del mundo mientras elevaban el ancla, y entre las olas, de repente, vi aparecer una amalgama de algas verdes que traían enredada una gigantesca estrella de mar de un intenso color rojo muy brillante. Entonces, pensé para mí que una estrella de mar no es en realidad una estrella, sino un equinodermo. Supongo que el nombre es tan difícil de recordar que los que ponen los nombres a las cosas tuvieron que buscar uno un poco más fácil, y por eso las llamaron estrellas de mar.

Pero ahora necesito hacer una pequeña pausa para algo que creo que es conveniente que explique si voy a seguir por estos caminos, y es que las estrellas no tienen forma de estrella… ¿Cómo diablos iban a tener las estrellas forma de estrella? ¡Venga ya! Las estrellas tienen forma de pelota; lo que pasa es que la mayoría están muy lejos y desde aquí se ven como puntitos brillantes. Lo de la forma de estrella es porque parpadean, y lo del parpadeo es porque su luz se distorsiona un poco cuando pasa por la atmósfera de la Tierra, igual que ocurre si te sumerges en el mar con unas gafas de bucear y tratas de ver las cosas que están fuera. Por eso luego vamos por ahí dibujándolas con forma de estrella, pero ¡que no, que no! Tienen forma de pelota, definitivamente.

Siguiendo con lo que iba, después de lo de la estrella de mar se me ocurrió que también existe un claro ejemplo de lo contrario: de algo que sí es una estrella, aunque no lo parezca, pero que, de hecho, nunca se le llama como tal.

Estoy hablando del Sol.

Sí, sí; el Sol es una estrella, y una de verdad, no como las estrellas de mar esas. El Sol es lo mismo que la mayoría de los puntitos luminosos que se ven en el cielo de noche, lo que ocurre es que es la única estrella que está realmente cerca de nosotros. Por eso a esta estrella sí le vemos la forma de pelota; por eso se ve tan grande en comparación con todas las demás, que están mucho, pero que mucho más lejos; por eso puede iluminar el cielo, el mar y la Tierra; y por eso, cuando está el Sol, las demás estrellas desaparecen…

Por cierto, anoche, cuando terminé de escribir, miré al cielo y vi que en la constelación de Libra brillaba una misteriosa «estrella» de color rojo que no era parte de la constelación —lo digo yo, que me las conozco bien—. Lo primero que se me vino a la cabeza fue que, quizás, la estrella de mar del otro día se sintió ofendida por mi pensamiento y ascendió al cielo tan pronto como pudo para darme una buena lección. Lo segundo que pensé fue que no, que ese brillante punto rojo tampoco era una estrella: nadie puede convertirse en estrella, así como así.

A punto de quedarme dormido tumbado en mi hamaca en cubierta de repente sentí - фото 9

A punto de quedarme dormido, tumbado en mi hamaca en cubierta, de repente sentí que no estaba solo:

—¡Ey, polizón! —dijo la voz isleña de tono poco amigable—. ¿Qué estrella es aquella roja?

«Polizón», como insinuando que yo no debería estar aquí. Era la contramaestre Boon, con su extravagante voz ronca, su serpiente tatuada y su aterradora cicatriz que le cruza la cara. Y ya que estoy escribiendo esto… ¿debería estar yo aquí? La verdad es que no me lo había planteado de esa manera, pero aquel desafortunado comentario ahora me hace pensármelo.

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