La misma reverberación semántica de la palabra sentido nos ofrece las pistas necesarias: el enunciado se oye — se sent , en lengua catalana— y se siente; no solo se entiende su significado convencional y abstracto, sino que se comprende su significado concreto hic et nunc , la sutil textura de motivos, actitudes, intenciones, efectos y, en fin, matices conceptuales y sensoriales que conforman su sentido. Por fin, este término conlleva una última acepción: se siente ante, por, contra o con algo o alguien, el sentido nace y se crea en neta socialidad, en permanente coloquio con otros sujetos.
Este es el momento de recordar que, desde sus orígenes, la retórica afrontó los problemas, las técnicas y las situaciones de comunicación relacionados tanto con el sentido de los enunciados como con las condiciones de la enunciación. Tekhné capaz de producir textos eficaces, pero también delicada y aguzada herramienta de análisis de los enunciados producidos, la retórica iluminaba mediante su extenso repertorio de figuras y tropos las muy distintas posibilidades semánticas del empalabramiento. Hoy sorprende el olvido al que durante siglos fue relegada, y aún más la condescendencia con que muchos semióticos y analistas del discurso tienden a hablar de ella —como un mozalbete infatuado que, ignorante de su ignorancia, menosprecia el saber que podría emanciparle de sus pezuñas.
En el mejor de los casos, los enfoques pragmáticos hoy en boga apuntan tímidamente en una dirección que la antigua pero de ningún modo vieja retórica desarrolló amplísimamente durante siglos de modo, en mi opinión, mucho más comprehensivo. La búsqueda del sentido de los enunciados mediáticos y periodísticos cuenta, así, con un auxiliar de inestimable utilidad, capaz de identificar y de explicar su dinamismo semántico. Un auxiliar, además, singularmente dotado para afrontar las diversas dimensiones de tales enunciados: la invención y el hallazgo de los argumentos y de los temas ( inventio ), la disposición de las partes del discurso ( dispositio ), los sutiles rasgos de estilo y expresión con que este se encarna ( elocutio ), los variados modos en que puede ser puesto en juego ( memoria y actio ); nada menos, en fin, que la entera configuración temática, sintáctica, semántica y pragmática de los enunciados realmente existentes, de esas innúmeras paroles tan temidas por la plana mayor de los lingüistas y semiólogos de nuestro siglo. 18
Naturaleza logomítica del lenguaje
Conviene señalar que la concepción usual de significado —en última instancia deudora de la carencia de consciencia lingüística— descansa además en una creencia, muy extendida entre doctos y legos, acerca de la naturaleza lógica del lenguaje: la que piensa la palabra exclusivamente como logos , es decir, como concepto abstracto, racional, referencial, asensorial y denotativo. Una creencia que es, como diría Nietzsche con palabras antecitadas, una de esas «ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han desgastado y han quedado sin fuerza sensorial» a fuer de usarse como moneda corriente.
En cambio, la idea de sentido que aquí proponemos se apoya en una concepción logomítica del lenguaje, esto es, en la consideración de que la palabra, radicalmente y sin remisión, es a la vez logos y mythos : aúna concepto abstracto e imagen sensorial, razón y representación, denotación precisa y connotación sensible, referencia analítica y alusión sintética, efectividad y afectividad . 19
El sentido común suele considerar el lenguaje no solo como mero vehículo o instrumento de comunicación capaz de encapsular los pensamientos previamente formados en la conciencia, sino también como una suerte de articulación lineal y monodimensional de sonidos abstractos, una especie de cadena formada por eslabones enlazados. Reducido a esta imagen —seguramente tan antigua como la escritura, aunque reforzada en nuestra época por la hegemonía del estructuralismo — el lenguaje es visto como simple vehículo transportador de conceptos, cual tren de mercancías que mediante sus vagones contenedores (significantes) transporta diversos contenidos (significados). La relación que se establece entre tales significantes y significados es lógica, esto es, unívoca y precisa: sígnica.
Nótese bien que tal concepción lógica del lenguaje descuida su índole logomítica: el hecho decisivo de que las palabras, más que signos límpidos y unívocos, son símbolos alusivos, sugerentes y polisémicos, equívocos. Al concebir el lenguaje como retórico, Nietzsche nos dice que la palabra es expresión y representación en vez de reproducción, y además que tal expresión posee un carácter inevitablemente figural, es decir, metafórico-simbólico. La palabra es siempre tensión entre el concepto unívoco ( logos ) y la imagen equívoca ( mythos ), expresa siempre de modo figurado: imperfecto e incompleto, alusivo y borroso. Por mor de su naturaleza eminentemente simbólica, el lenguaje a un tiempo revela y oculta, alumbra, insinúa y oscurece: hay una zona de claroscuro inevitable entre las palabras y su sentido. 20 En palabras de Octavio Paz:
Cualquiera que sea el origen del habla, los especialistas parecen coincidir en la «naturaleza primariamente mítica de todas las palabras y formas del lenguaje…». La ciencia moderna confirma de manera impresionante la idea de Herder y los románticos alemanes: «Parece indudable que desde el principio el lenguaje y el mito permanecen en una inseparable correlación… Ambos son expresiones de una tendencia fundamental a la formación de símbolos: el principio radicalmente metafórico que está en la entraña de toda función de simbolización». Lenguaje y mito son vastas metáforas de la realidad. La esencia del lenguaje es simbólica porque consiste en representar un elemento de la realidad por otro, según ocurre con las metáforas. La ciencia verifica una creencia común a todos los poetas de todos los tiempos: el lenguaje es poesía en estado natural. Cada palabra o grupo de palabras es una metáfora. Y asimismo es un instrumento mágico, esto es, algo susceptible de cambiarse en otra cosa y de trasmutar aquello que toca: la palabra pan, tocada por la palabra sol, se vuelve efectivamente un astro; y el sol, a su vez, se vuelve un alimento luminoso. La palabra es un símbolo que emite símbolos. El hombre es hombre gracias al lenguaje, gracias a la metáfora original que lo hizo ser otro y lo separó del mundo natural. El hombre es un ser que se ha creado a sí mismo al crear un lenguaje. Por la palabra, el hombre es una metáfora de sí mismo. 21
Así pues, en cuanto simbólico, el lenguaje nombra, designa, alude y sugiere. No es solo concepto racional, sino también imagen y sensación. Es posible que la terca confusión entre lenguaje y escritura sea la causa de la concepción del lenguaje como simple articulación significante, al modo de esas ristras de palabras que emanan de los personajes en las viñetas del cómic. Pero el lenguaje es, en realidad, algo mucho más complejo y polifacético: además de sonidos suscita imágenes, texturas, colores, olores y sabores; no es simple línea acústica monodimensional, sino una suerte de medio sensorial tridimensional 22 compuesto de estratos lábiles; es razón y además imagen y sensación: figuración. Más allá de las designaciones precisas, los sentidos que las palabras suscitan tienen una marcada carga intuitiva y sensible, hasta el punto de que en la propia índole logomítica del lenguaje reside toda posibilidad de despliegue de sus diversas facultades y funciones.
Al afirmar que el lenguaje es mítico amén de lógico, es decir, a un tiempo abstractivo y figurativo, estoy reivindicando que las palabras son, además de designaciones abstractas, imágenes sensoriales: que el lenguaje, por decirlo de modo elocuente, tiene una doble textura, acústica y visual. La lingüística y la estilística ortodoxas suelen reconocer, a lo sumo, que existe una figura retórica llamada imagen, emparentada con la metáfora y la sinestesia, pero no que las palabras son imágenes, así mismo. Repárese, no obstante, en que no son imágenes icónicas, como las generadas por los media y sus tecnologías, sino imágenes mentales. 23 El vocablo «imagen» es, a no dudarlo, menos transparente y más complejo de lo que parece a primera vista: en latín, imago significa a la vez «imagen» e «idea o representación mental»; también en latín, idolum vuelve a significar «imagen»; y en griego, idea quiere decir «imagen ideal de un objeto». 24 Aunque no es aceptable el recurso trillado a las etimologías fáciles para desentrañar el asunto que nos ocupa, nos hallamos ante una encrucijada repleta de insinuaciones.
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