Consciente del papel que entraña el ser considerado el hombre más rico del mundo, Carlos Slim define las tareas en las que está trabajando:
Mi prioridad es crear el capital físico y humano en los países de Latinoamérica. Ése es mi reto. Eso es lo que más me interesa en este momento. Busco que haya salud, nutrición, educación, trabajo e infraestructura. Esto último significa más y mejores obras: aeropuertos, puertos, caminos, carreteras, plantas de energía, telecomunicaciones, etcétera. Y en este rubro también incluyo casas para los que no tienen dónde vivir.
En lo social también se enfrenta al desafío de la pobreza:
Creo que la pobreza no se puede enfrentar a través de dádivas. No puedes luchar contra este flagelo mediante donaciones deducibles de impuestos o con programas sociales. La pobreza la enfrentas sólo con una buena educación y con puestos de trabajo. El empleo es la única forma de luchar contra la pobreza y, en el pasado, el tema de la pobreza era un asunto ético, moral, de justicia social. Hoy, en esta nueva civilización, la lucha contra este problema se ha convertido en una necesidad de desarrollo. Si no enfrentamos a la pobreza ningún país se va a desarrollar. En el pasado había esclavos, luchas por la tierra y, al final, la gente trabajaba para nada. Ahora no necesitamos tanto del esfuerzo físico; lo que se requiere, sobre todo, es esfuerzo mental y el desarrollo de nuestras habilidades. Para eso es necesario contar con una mejor educación y con capital humano. De eso estoy convencido y para eso estoy trabajando.
I. EN BUSCA DEL PARAÍSO
El regreso al origen
Cuando Carlos Slim ascendió a la cúspide de los hombres más ricos del mundo visitó el Líbano. Pasaron muchos años para que pisara la tierra de sus antepasados. En marzo de 2010, al llegar a Jezzine, el pueblo natal de sus padres, entre diversas emociones encontradas prevaleció la alegría y el orgullo.
Cuando era apenas un niño, Julián Slim Haddad, su padre, partió de ese lugar hace más de cien años. Solitario, desde la cubierta de un barco, el chiquillo se despidió de sus padres: Gantus Slim y Nour Haddad. En esos momentos lo invadía la tristeza; pronto dejaría para siempre a sus padres y a su tierra natal. El pequeño partía contra su voluntad, pero la guerra estaba diezmando a la patria que lo vio nacer. Esos recuerdos de los que le platicaba don Julián a Carlos Slim, regresaron a la mente del ingeniero Slim convertido ahora en el hombre más rico del mundo.
De esas tierras partió su padre antes de cumplir los quince años de edad. Emigró al igual que sus hermanos mayores José, Elías, Carlos y Pedro, quienes emigraron antes, todos huyendo de la guerra. Viajaron una distancia de 12,500 kilómetros equivalentes a 6,700 millas náuticas para llegar a México e ingresar por el puerto de Veracruz. Se encontrarían en un país lejano con una cultura y costumbres diferentes, pero con una historia parecida, marcada por la inestabilidad generada por conflictos políticos y sociales.
Para Slim fue como un viaje en el tiempo. Al frente de una numerosa comitiva, el hombre más rico del mundo, hijo de un inmigrante libanés, fue recibido por los notables de la ciudad, quienes aguardaban expectantes su llegada a la tierra de sus antepasados. El presidente Michel Sleiman reconoció su trayectoria empresarial y le agradeció “poner muy en alto el nombre de Líbano en todo el mundo”.
“El que no tenga un amigo libanés… ¡que lo busque!”, expresó en alguna ocasión el expresidente Adolfo López Mateos. En este sentido, Slim siempre ha estado dispuesto a hacer amigos en todas partes del mundo.
En Jezzine, orgulloso de su origen, visitó la casa de sus antepasados y el mausoleo de su familia donde rezó. Poco antes había sido recibido por el patriarca maronita Nasralá Sfeir. De hecho, acudió a la tierra de sus mayores por invitación de la Fundación maronita. Además, sería condecorado con la Orden de Oro del Mérito Libanés por el presidente de la república, y se entrevistaría con el primer ministro Saad Hariri y el presidente del Congreso libanés, Nabih Berri.
Durante esa visita analizó posibles inversiones en la región e instó a los libaneses a mejorar el horizonte de los jóvenes, en especial de Jezzine, lugar donde su padre, don Julián Slim Haddad, nació y vivió hasta que tuvo que abandonar el terruño en busca de nuevos horizontes.
De aquel éxodo emprendido por los primeros Slim han transcurrido casi ciento veinte años y, desde entonces, ya son cuatro las generaciones nacidas en México. El patriarca de esta familia, don Julián, llegó al país en 1902, con apenas catorce años de edad y tan pronto como lo hizo empezó a trabajar. Su nueva vida inició a lado de sus otros hermanos un poco mayores que él, Elías, Carlos y Pedro, quienes habían arribado en 1898, cinco años después que José, quien era trece años mayor que Julián Slim Haddad, fue el primero en pisar tierra mexicana en 1893.
El Líbano o República Libanesa, como oficialmente se le conoce, es un país de Oriente Próximo que limita al sur con Israel, al norte y al este con Siria, y está bañado por el mar Mediterráneo al oeste. Por su ubicación, sus riquezas naturales y su sistema financiero llegó a ser conocido como “la Suiza de Oriente”. No obstante, las guerras internas y externas terminaron por hundirlo en constantes crisis, aunque en los últimos años ha ido recuperando cierta estabilidad.
Jezzine, la tierra de los antepasados de Carlos Slim, es una ciudad situada a cuarenta kilómetros al sur de Beirut, la capital del país. Es el principal centro turístico de verano y es famosa por tener el mayor campo de pinos en el Oriente Medio. Sus habitantes son principalmente seguidores de la Iglesia católica maronita y melquita griega.
El nombre, Jezzine, deriva del arameo (siríaco), y significa “depósito” o “tienda”. Al respecto, muchos historiadores creen que Jezzine sirvió como un lugar de acopio comercial debido a su ubicación estratégica en la ruta de las caravanas que llegaba a la antigua ciudad portuaria de Sidón, en el Mediterráneo.
Sobre sus orígenes Carlos Slim Helú recuerda:
Mis antepasados paternos y maternos llegaron a México hace más de cien años huyendo del yugo del imperio otomano. En aquel entonces los jóvenes eran forzados por medio de la leva a incorporarse al ejército, por lo cual las madres exiliaban a sus hijos antes de que cumplieran quince años.
Así llegaron los Slim a territorio mexicano, como miles de libaneses que arribaron al país por tres puertos: Tampico, Progreso, y Veracruz. Salieron en busca de fortuna y mediante trabajo y empeño alcanzarían su meta muchos años después.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX en México había cuarenta y cuatro fortunas que superaban el millón de pesos, y entre los más ricos había nueve españoles, dos estadunidenses y detrás de éstos un alemán y un francés. En esos tiempos los tres hombres más ricos del país eran los españoles Avelino Montes Molina e Íñigo Noriega Laso y el estadunidense Thomas Braniff.
Justo en esa época los libaneses se establecieron a lo largo y ancho del territorio mexicano. En todas partes abrieron sus primeros tendajones para expender las más variadas mercancías y establecer la compra en pequeños abonos o líneas de crédito para sus clientes.
México era el paraíso, lo mismo para personas emprendedoras que para aventureros. Y así como los libaneses tenían reputación de emprendedores, algunos españoles tenían muy mala fama, como el asturiano Íñigo Noriega Lazo, quien se había ganado a pulso esa reputación, no obstante, tenía a su favor la amistad y el apoyo de Porfirio Díaz.
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