Partiendo del comentario de Le Breton, (2019) “El sentimiento de identidad, es el reservorio del sentido que rige la relación con el mundo del individuo, 175” inicia el camino a esa reconstrucción del ser, y este toma ruta cuando hecho mano de mi sombra, un lugar que yo sentía oscuro, desolado, malévolo, un espacio a no explorar ya que podía permitirme volver a recaer en un yo que alejé por la gran necesidad de no morir en el intento de mostrarme; y se preguntarán, pero: ¿Qué hay en esa sombra que genera tanto temor? ¿Qué hay allí escondido que no puede salir? ¿Qué sucede si se apropia y acondiciona a la nueva y renovada versión del Yo? Para comenzar esta ruta de cierre, quiero mostrarles la máscara de la sombra que tenía y lo que en ella escondía:
Figura 5. Modelo de mi grieta existencia (Rafael Acosta, 2020)
A la izquierda estoy yo con una dualidad de ser o no ser, de querer estar y esconderme con un miedo en la luz y con amor en la sombra, con todas mis características como ser humano a flor de piel y con unas ganas de salir a la vida desde la aceptación y el perdón, haciendo uso de la compasión y el amor propio como herramientas para darme el espacio de gozar la vida, con naturalidad, la exigencia adecuada, sin transgredir los límites de la sociedad, de mi biología, de mis emociones, es desde acá, en el momento que reconozco que en mi sombra esta la capacidad tierna y firme de amarme profundamente, a pesar de todo lo que haya pasado y haya existido, tomé la fuerza necesaria para, junto con Dionisio y Apolo (Raíces de sentido, 2008) en un baile sinuoso y excitante, poder declarar que toda la energía y esfuerzo aplicados a mi vida me permitirían ser notable y visto desde lo que verdaderamente soy y no desde lo que vengo arrastrando con mi historia que hoy puedo perdonar, amar, reparar y dar un nuevo significado, lo podría encaminar a aceptarme, valorarme y permitirme ser el ser que siempre he querido ser, autentico, único amoroso, reservado y aceptado, este último principalmente por mí.
Y esto que aparece como dualidad no es algo constitutivo exclusivamente mío, Émile Durkheim, 1914, indica que el ser humano siempre ha tenido esta dualidad, mucho más notoria por la separación del cuerpo y el alma, pero el alma vista como el complemento de la constitución del cuerpo; así mismo veo y encuentro ese espacio de doble sentido, de luz y sombra, de visibilidad y refugio continuo, que al tomar lo mejor de cada uno me permite hoy ser un ser amoroso y firme, tierno y concreto, visible y ausente.
Le Breton, (2019) “Toda existencia hasta la más tranquila, contiene desde su inicio un número infinito de posibilidades que se actualizan a cada instante, 185”, y con este escrito vuelvo a las preguntas que dieron inicio a este camino: ¿Porque busco ser visible ante el mundo? ¿Para qué deseo que el mundo ponga la atención en mí? ¿Si soy un ser único e irrepetible, si soy particular y especial, si como yo no hay dos seres en el mundo, que relevancia cobra que tenga que mostrarme al mundo si en mi particularidad ya soy extraordinario? Ahora sí puedo responderlas y concluir este espacio de reflexión.
El Coaching Ontológico es una herramienta poderosa de aprendizajes transformacionales, que permite resignificar los juicios y las declaraciones dadas en el pasado, abre el espacio a conferir sentido a muchas de las emociones, sensaciones y experiencias que, aunque hayan sido formadoras y de estructura para la vida, dejaron huellas que antes no podían verse de maneras múltiples.
Desde esta experiencia y trayendo el último fragmento mencionado de Breton, puedo decir que soy visible ante el mundo por mi singularidad y particularidad, al enfrentar este camino llamado vida, soy ambicioso y visionario, inteligente y persistente, sensible y receptivo, un ser dado a su satisfacción personal, la cual extiende a su entorno más cercano, totalmente consciente que está en un proceso de mejora y persevera en desarrollar, en la medida de las posibilidades, un mejor ser cada día, busco aparecer ante el mundo para compartir mis experiencias y vivencias, poder entregar parte de las conclusiones de vida que he descubierto y a su vez me abro a recibir lo que la vida traiga para mí, además de ser un ser de sociedad, fiestero, alegre, a quien le gusta la buena vida, llegar a espacios de satisfacción y éxtasis poco usuales, pero controlados, abierto a conocer, escuchar, entender y disfrutar de los demás, y, por último, pero no menos importante, en mi particularidad soy extraordinario, pero imperfecto, un ser con una gran plasticidad y en constante construcción, que a pesar de venir con una determinada constitución, quiere apropiar nuevos modelos de vida y resignificar, cuando sea necesario, los conceptos y definiciones de estar aquí, en el mundo.
Así que de algún lugar o espacio debe anclarse este aprendizaje y visión expuestas, es acá donde Juan Carlos Revilla, 2003, entrega un camino importante de apropiación en su escrito Los anclajes de la identidad personal. Allí entrega 4 puntos clave, de donde todo este aprendizaje quedará totalmente anclado y apropiado para ser usado de acá en adelante, estos son: El Cuerpo, El Nombre Propio, La Autoconciencia y la Memoria, además de las demandas de interacción.
En el cuerpo, me llevo mi experiencia de vida, mis recuerdos de extremo dolor, de éxtasis desenfrenado, de amor propio y vinculante, vuelvo a declararlo como mi espacio de autonomía y ejemplo de constante evolución y crecimiento, mostrándome como siempre he sido pero reinventándome continuamente, en un ser mejor y quizás diferente, pero sobre todo ese espejo que me muestra lo valioso que soy para mí y para el mundo, seré juzgado, criticado, valorado o exaltado y muchas veces no visto apropiadamente, pero él, mi cuerpo, me recordará que será lo que debo apropiar, dejar ir sin ninguna atención y lo quede por revisar para estar en constante evolución.
Mi nombre, Rafael Andrés Acosta Díaz, ese compuesto de muchos sistemas familiares, historias, herencias, dolores y alegrías, ese espacio de creación mutua de amor de dos seres que al imaginar ese compuesto, se pusieron de acuerdo para entregar amor, crecer como familia, unirse a una causa de educación y entregar lo mejor que pudieran para formar un ser acorde a sus expectativas. Mi nombre, como compuesto fundamental de identidad, por él me llaman, por él me ven, por él me reconocen, por él me amo y me enorgullezco que haya estado y continúe transcendiendo para ser visto y nombrado cada vez más acorde a quien soy en realidad.
Algo que queda como anclaje fuerte y determinante es la Autoconciencia y la Memoria, entendida la primera como esa capacidad de auto observarme, ser prudente y crítico para entender que soy un ser de sociedad, en constante creación, un ser capaz de entender que las diferencias hacen parte de la unidad, y la memoria, como esa herramienta vinculante del pasado que permite entender y diferenciar momentos de historias, de juicios fundados a momentos inventados por necesidad, de esa conciencia que de un pasado vivido existe un presente tranquilo y un futuro en construcción prometedor, asegurarse que el pasado fue el que fue, permite resignificar muchos dolores de vida ligados a verdades invisibles que solo generan dolor.
Y por último, las demandas de interacción, un espacio diseñado en el momento de ser visto, donde se encuentre en mí confianza, compañía, fiabilidad, que en el momento que se aparezca un ser delante de mí sepa que esperar y que llevarse, que exista esa coherencia de todo lo acá trabajado, que pueda ver la luz y la sombra en una danza equilibrada, sinuosa, que pueda entender que de acá solo saldrá la mejor versión de mí, “Y solamente mientras cumplamos con ese compromiso seremos merecedores de los derechos que nos pueda suponer el disfrute de una determinada identidad, pues la identidad sólo se puede mantener en la medida en que es apoyada por los otros interactuantes, que son los que han de validar esa pretensión identitaria.” (Juan Carlos Revilla, 2003).
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