-A la cola- dice el inexpresivo Carabinero y las órdenes y contra órdenes se suceden.
Pasan las valijas, bolsas y bolsitas, maletas, carteras, ponchos y… etc. etc. para proceder después a palpar a las personas (por si… atesoran en sus bolsillos algún elemento comprometedor) mientras la “cinta delatora” registra minuciosamente cada paquetito.
Delatora ¿de qué?
De eso escondido que no querés mostrar.
Yo no llevo ¡nada escondido! No deseo demorarme y menos aún demorar a los demás pasajeros.
¡Abra su bolso!- ordena la Jefa de la Aduana quien descubre la “fruta prohibida”
Entonces la Señora cuestionada se enfrenta a los infinitos requerimientos con argumentos que no son escuchados.
No quiera Usted, Señora, explicar lo inexplicable sólo debe llenar, rellenar – sin enmiendas ni tachaduras- esos formularios.
Fuimos testigos de la acción casi delictiva que la candorosa mujer había realizado sin premeditación guardando un limón en su valija.
El sol, por estas horas comienza su descenso. Lo tenemos de frente marchamos siempre al oeste. Los ánimos permanecen expectantes a lo desconocido.
Misterio, magia y leyendas, pueblan los Andes.
La nieve lechosa desciende en hilo de plata semejando una marca de tiza en la pizarra oscura e irregular que forman las laderas de las montañas para acompañarnos en río que corretea presuroso junto a la cinta asfáltica durante muchos kilómetros.
La noche silencia voces pero no duerme a las emociones hasta que llegamos a destino.
El sueño reparador –ya en el hotel- me devuelve la tranquilidad hasta que me despierta el jolgorio de las gaviotas que gritan la proximidad del mar inconmensurable de Viña del Mar, localidad turística totalmente alborozada con geranios, malvones y portulacas multicolores.
Felipe, el guía chileno, se presenta muy puntual. Hace la traducción de mozo, el café con piernas, las lolitas y… aclarando en todo momento que allí se “copia” el estilo norteamericano, algo que me deja dudas, pero igual me sirve para nutrir mi pequeño Larousse que intento formar. De la quinta Vergara nos enteramos que es eso, una quinta, y perteneció al fundador de la ciudad. Ciudad que este año se engalana para la celebración del cincuentenario del famoso Festival Internacional de la Canción.
En dos días febriles de estadía, con temperatura ideal donde las rumorosas olas, los insistentes vendedores ambulantes, el cambio de la moneda, el tintineo del brindis, el sabor a mariscos, los paseos en barquitos, los intermitentes flashes, los desmesurados desayunos, las interminables “compritas” para los que se quedaron en casa, más las cajas de vino, más la gigante piedra que a Raulito se le ocurrió traer de souvenir, hicieron que el micro se transforme en algo más de un simple “coche semicama”.
Saciados, en parte, de nuestra voracidad, el limón cuestionado es el ingrediente de todo lo que se dijo, se dice y se dirá para comentar los sucesos del viaje y recordar –de tanto en tanto- a nuestra compañera quien lo atesoró entre sus ropas afirmando como prescripción médica.
En el regreso se presentan los candidatos al reinado, y por elección democrática, acceden al trono la Reina Chiche y el Rey Sergio, quienes, demostraron las ganas que pusieron para que la excursión resultara lo que resultó.
Esto, y mucho… mucho más sucedió en el año 2.009 en el coche blanco N° 281 de “La Termal”.
A modo de aclaración, ambas cifras al sumarlas (por separado) sus dígitos dan por resultado el N° 11.
Es, porque entre nosotros, viajaron los Caballeros que apostaron en los Casinos y… no contaron ¿cómo les fue?
Un solo puño
Una bandada de gorriones se esparce con bullicio de niños alborotados.
En el patio de tierra de la casa, dos álamos altísimos y equidistantes vigilan.
La anciana se levanta de su cama arrastrando su húmedo letargo, envolviéndose en la polvareda de su pesado caminar y da un quedo carraspeo para que el hijo tan enajenado, detenga la lucha que repetitivamente realiza con cara hosca y terminante.
El hombre, como atendiendo a ciegas la orden maternal, se sienta en la soledad de su cansancio, mientras el supuesto rival se aparta de sus sombras. Basílico Basualdo había regresado a su hogar después de vivir la experiencia singular.
Naturaleza amanecida con pureza de lirios había sido este niño. El lucero del amanecer guiaba sus pasos de semi sonámbulo. Iba dispuesto a enfrentar la rutina que cumplía sin cuestionamientos. Tierras labradas. Surcos abiertos. Cielo llano. Claridad. Monotonía y silencio. Todo era posibilidad. Mundo sencillo y sin locuacidad.
Las siestas incandescentes lo aletargaban. Las sombras de los eucaliptos mecían la desnudez de su cuerpo y de su alma.
El ocaso, un silbido quedo de esperanzas desbordadas.
El sacerdote que llegaba de tanto en tanto a ese paraje inhóspito y olvidado sugirió un destino para él.
Antes de dar su consentimiento, Rogelia apropiándose del sol que alumbraba sus días con sus noches, fue dando pasos inseguros llenos de interrogantes. Él era su unigénito que había venido en edad tardía. –Será un fiel servidor- prometía el cura. El Todopoderoso lo necesita.
Ella accedió. Después de todo era una mujer creyente.
Alambrados que cercaban interminables latitudes vieron partir un día a ese jovencito revestido de la humildad propia de la gente no contaminada.
El Ministro del Señor no se había equivocado. El seminarista absorbe los torrentes de sabiduría. La piedad fuertemente se apodera de él. Multiplica sacrificios. Va restando horas al descanso. El ayuno impuesto voluntariamente comienza a hacer estragos en su organismo. Una obsesión mística lo invade. Una urgencia inexplicable de santificación lo transforma. El muchacho manso y humilde va adquiriendo una fuerza interior patológica. Una personalidad desconocida hace quebrantar su salud.
La última noche que lo vio con sotana, la madre intuyó la mala elección que lo estaba trastornando. Él llegó a la casa con semblante exhausto. Vació de un sacudón la endeble mesa y, buscando la oscuridad oscura, bien del fondo, armó el altar. Parecía vigilando. Extasiado. Mientras hojeaba los libros indescifrables bajo la tenue luz de la vela consumida.
“Es noche y noche oscura. El alma busca y encuentra una ausencia, o una presencia en la que duele la ausencia, una conciencia en la que está presente el dolor: La plenitud que sustrae. El misterio no conoce llegada, sólo búsqueda: todo partida. En el silencio del hombre el Dios reza, en la oración se escucha”
Rogelia también parecía vigilante. Al hijo ya lo iba desconociendo.
Escuchó los ruidos. Lo vio flagelarse con saña y rebeldía. Con angustia de mujer dolida, iba mirando los quesitos de cabra preparados con afán, los mismos que otrora fueran la delicia del lastimero hoy, se negó a probarlos.
Basilico está de nuevo en el convento. Con el Rector Mayor se confiesa.
Como Padre e Hijo dan vuelco de cáliz y de patena. Ambos saben que a los votos definitivos no los podrá enfrentar por la psicalgia que lo viene sometiendo. El tormento no está del todo asumido. Pero en esa confesión tan prolongada se define el futuro del seminarista.
Nuevamente latitudes lo devuelven. Del muchachito ingenuo no se acuerdan. Son dos los que vuelven a la casa. Son dos: hombre y dolor. Hombre y dolor en pugna viajan al desolado lugar donde el martirio no se escapa.
Allí está Basilico, en ese sitio donde dos álamos altísimos y equidistantes vigilan.
“Porque el acto místico, deseo del deseo, siempre otredad, es eso: nada. Una nada que despoja de todo”.
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