Miguel Tornquist - Ladrón de cerezas

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"Ladrón de cerezas" es un ensayo arquetípico atravesado por una novela, o una novela atravesada por un ensayo arquetípico: así como las aguas dulces y saladas de los estuarios que se funden en una sola agua, el lector decidirá pararse del lado del ensayo o del lado de la novela.
Rufino Croda es un publicitario del montón con graves desvaríos de personalidad que promueve una extraña teoría arquetípica basada en los hallazgos del psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav Jung, jamás utilizadas en campañas políticas.
Relatos de aventureros, héroes, magos, villanos, inocentes, sabios y rebeldes se confunden entre historias de amor, pasión, traición y amistad.
Con sutil humor y un final sacudido por la conmoción, «Ladrón de cerezas» libera los arquetipos del corsé del marketing y la publicidad para acercarlos al folclore popular.

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—Por oposición me estás diciendo que no estoy siendo auténtica —replicó Septiembre.

—Algo así.

—¿Vos sos realmente un tipo repelente o únicamente andás empecinado conmigo?

—Un poco de las dos cosas —contestó Rufino—. Lo que ocurre es que al que dice la verdad lo desacreditan y al que miente lo idolatran. Cosa de locos, así estamos.

—Estás subestimando mi inteligencia.

—Todo lo contrario. Todo el mundo es profeta en su tierra, pero no en tierra ajena. Así como yo soy un ignorante en física cuántica, en depilación definitiva y en corte y confección, vos también lo sos en estrategia comunicacional y arquetípica. Y está bien que así sea. Simplemente te dejaste llevar por asesores en comunicación que también te convirtieron en una carretilla o en una garrafa. Y es una pena, una enorme desilusión, porque la garrafa hubiera explotado de votos. Hubieras sido una gran presidenta si te hubieras animado a exhibir el corazón del alcaucil quitándole las capas de hojas que lo recubrían.

—¿Y cómo es ese corazón de alcaucil? —preguntó tajantemente Septiembre.

—Soy incapaz de saberlo —reiteró Rufino—. Necesito tiempo para despojarlo de cada una de las hojas que lo recubren. Puede llevar semanas, tal vez meses, pero vamos a descubrir de qué está hecho ese corazón de alcaucil y lo comunicaremos de una manera que te muestre como una persona inconscientemente atractiva para todos los argentinos. Y te convertirás en presidenta de la nación porque tu contenido es esencialmente lo que este país necesita.

Septiembre comenzó a mostrar signos de arrepentimiento por haber incluido a Rufino en su diccionario despojado de “erres”. Debía admitir que se encontraba frente a un acertijo, un enigma que aún no podía descifrar.

—Me permito insistir en convocarte a mi equipo de asesores para intentar revertir la situación —suplicó Septiembre—. Quedan unos pocos días de campaña. Quizá ya no podamos aspirar a una victoria, pero al menos podemos apuntar a una derrota digna que nos permita quedar mejor posicionados a la hora de sentar representantes del Partido Republicano en el Congreso.

—Sería innoble aceptar la proposición cuando las cartas ya están echadas. Pero con mucho gusto trabajaré en tu campaña en las próximas elecciones. Eso sí, debés tener en cuenta que no trabajo con nadie más que con los gemelos Salvador.

—Que son… —quiso saber Septiembre.

Salvaje inclinó su cuerpo hacia adelante, apoyó los codos en sus rodillas, abrió las palmas de las manos, y comenzó a girar reiteradamente su cabeza de izquierda a derecha, y de derecha a izquierda en obvia alusión a un adverbio de negación del calibre de “no, no, no”, “mejor no preguntes”, “son dos energúmenos de la madonna”.

—Los gemelos Salvador son mis directores generales creativos en Innocence —infló el pecho Rufino.

—Entiendo que tu posición es indeclinable, así que no voy a insistir. De todas maneras, espero que estés equivocado y tus predicciones no se confirmen.

—Lamentablemente se van a confirmar.

—A veces tu soberbia me irrita.

—Quizá no te irrite mi soberbia, sino la tuya por haber descreído de los arquetipos en el preciso momento en que necesitabas creer.

—Eso lo decís a cada rato.

—A cada rato me lo preguntás.

—Espero al menos que Salvaje gane la elección. De otra manera perderás todo tipo de credibilidad.

—¿Alguna la vez la tuve?

—No.

—Salvaje será el nuevo gobernador de la provincia de Buenos Aires. Podés apostar por ello. El electorado se encuentra inconscientemente atraído por él. Envase y contenido. Una combinación que no falla.

Septiembre se incorporó de la silla y se apuró a la puerta de salida para despedir a Rufino. Sus manos se encontraron al despedirse y por algún motivo quedaron entrelazadas unos segundos más de lo que el protocolo concedía. Un campo magnético se apoderó del hueco de aire que dividía un cuerpo del otro.

Salvaje también lo advirtió y se abalanzó a desactivarlo antes de que las corrientes eléctricas chocaran entre sí. Les tiró de las manos y logró separarlas, pero no pudo evitar que sus ojos se aplastaran como cuatro mantarrayas que evitaban, por el momento, inyectarse el veneno letal.

Finalmente, sus manos se soltaron sabiendo que se trataba de una separación ficticia, de una trama entrelazada que reconciliaría lo que no se podía disolver, lo que no se podía desunir, porque ambos entendían que la “erre” de Rufino era la única consonante que sobreviviría en el diccionario de Septiembre.

Discurso de coral

A días de las elecciones a gobernador de la provincia de Buenos Aires, Salvaje Arregui arremetió envalentonado a brindar su discurso final en una playa pública de la ciudad de Mar del Plata adaptada especialmente para la ocasión. Unas cincuenta mil personas se congregaron como cangrejos rojizos correteando entre rocas marinas sumergidos en pequeños recipientes de agua formados por las irregularidades del terreno, y cientos de periodistas de diversos medios de comunicación que se acicalaban las tenazas y las pinzas para darles de comer a las hojas en blanco.

Arrastrando las zapatillas por la arena y la camisa leñadora a cuadros negros y rojos por la frondosidad de los acantilados, Salvaje se precipitó al estrado en pantalones color caqui erosionados por las inclemencias de una vida lanzada, anteojos negros y un sombrero de ala ancha que lo guarecía del sol que se hundía lentamente en el mar, mientras el mástil de un velero parecía querer sobrevivirlo de alguna manera. Detrás del sol, unas pesadas nubes de amianto parecían precipitarse a la costa como olas gigantes.

Su tupida barba blanca se confundía con la espuma del mar y su larga melena dibujaba movimientos aleatorios manipulados por el viento. En sus ojos se frotaban miles de peces multicolores que aleteaban de algarabía por reconocer al hijo pródigo que alguna vez se había marchado, pero que finalmente regresaba a casa. Ahora se daba cuenta de qué, en los momentos más determinantes de su campaña, los arquetipos habían actuado como la penicilina que adormecía la ansiedad y la angustia, pero despabilaban a lo legítimo, a lo verdaderamente probado. Parecía como si Salvaje hubiera tomado la mano de Rufino y hubiera garabateado en el aire el discurso que Rufino aterrizó en el papel. Todo estaba en su lugar. Mientras subía al estrado lo atropelló un impulso de alboroto por enfrentar a sus compatriotas con la gobernación al alcance de la mano. El momento había llegado y no estaba dispuesto a desaprovecharlo.

En toda la playa no cabía un grano de arena más.

Septiembre se sentó en una silla de madera a escuchar el discurso.

Queridos compañeros de travesía, empezó Salvaje.

Al igual que un cartógrafo, me he sumergido cientos de veces, de arriba abajo y de abajo arriba, en el mapa de la provincia de Buenos Aires. Analicé medidas, latitudes, longitudes y datos de los 43 municipios a escala reducida, en dimensiones lineales y dispares llegando siempre a la misma conclusión, a la pregunta recurrente que parece interpelarnos con una respuesta evasiva: no existe una solución aparente para la provincia de Buenos Aires. Un laberinto intencionadamente complejo de callejones sin salida, pasadizos y encrucijadas indescifrables que nos han convertido, por décadas, en una provincia deficitaria e ineficiente, cuando deberíamos destacarnos por brillar como la perla de la ostra, el trébol de cuatro hojas, el zafiro azul recubierto por millones de hectáreas de tierras fértiles y valles fecundos que deberían distinguirnos por una producción agrícola y ganadera capaz de alimentar al mundo. Además, nuestra incipiente industria debería transformar las materias primas en productos acabados y elaborados. Pero nada de eso ocurre. Se preguntarán por qué. Porque los gobiernos que nos antecedieron desgobernaron la provincia en lugar de gobernarla. Nos encolumnaron en naves piratas que nos ofrecían el oro y el moro, pero nos daban mirra. Esa siniestra travesía ha extendido la agonía del pueblo por décadas y décadas, pero ha llegado el momento de hacerla naufragar con un bombardeo de manos en las urnas. Van a hacer doce años que una lluvia de votos se precipitó en la provincia la última vez. Durante tres períodos consecutivos hemos deambulado a la deriva bajo las velas arriadas del Partido Popular que nos arrastraban por los caprichos de las corrientes marinas en una emboscada perpetrada por corsarios que vestían con trajes elegantes, pero ocultaban los parches en el ojo. Olas descomunales, vientos huracanados, hielos desprendidos y profundos fangos de lodo acecharon el trabajo, la seguridad y la salud de todos los bonaerenses. Pero acá estoy, luchando a machetazo limpio contra los bucaneros, contra los corsarios de lo ajeno. Indudablemente extenuado, pero con la fuerza indestructible que me dan sus voces; maltrecho, pero no abatido. Valió la pena el sacrificio porque este mar de agua salada que me cauteriza la espalda, y este mar de gente que me escurre la frente, desplegarán de una vez por todas las velas que nos permitan rescatar a los miles de bonaerenses que se encuentran a la deriva, flotando en balsas amorfas, deambulando sin rumbo fijo, a merced de hambrientos tiburones que mordisquean nuestro esfuerzo y sacrificio y son incapaces de saciar su propia hambre ni de trabajar por su propio sustento. Puedo afirmar, sin ínfulas ni arrogancia, que vamos a arrojar al gobierno actual, que nada tiene de gobierno y mucho menos de actual, a una isla pantanosa en medio de la nada misma y rodeada por esos mismos tiburones que mordisquean nuestra dignidad. El Partido Popular ha manchado con alquitrán las lentes de los binoculares del largo plazo y han cepillado el cristal de la lupa del corto plazo que amplifica únicamente todo aquello que tenemos frente a nuestras narices. Pero no se desanimen, no se rindan, la tierra firme se encuentra a la vista, a unos pocos votos de distancia. Casi que la podemos tocar. Con mis propios brazos les voy a tender un cabo para remolcarlos a la tierra de la seguridad, de la educación, del trabajo y de la justicia que tanto anhelaron nuestros abuelos. Aquella tierra prometida donde el único plan social se debatía entre el sudor de la frente y el cultivo de la mente. No se confíen en gobiernos que se autodenominan populistas y que pretenden ganarse al pueblo con dádivas y limosnas porque en realidad no hacen otra cosa que ponerles un pie arriba de la cabeza. ¡Leven anclas, compañeros! ¡Desplieguen sus velas! ¡Encaucen su embarcación al puerto de la abundancia y la oportunidad! Sean protagonistas de su propio destino. No se queden de brazos cruzados. Llegó la hora de declarar la independencia a la tiranía que nos ha gobernado durante los últimos años y que nos ha dejado desnudos, expuestos, despojados y sin esperanzas. Llegó la hora de abolir la esclavitud que nos cercena la mente y nos encadena a la desesperanza crónica. Y a todos aquellos que no comparten nuestra ideología política les pregunto: ¿Ustedes creen realmente pertenecer al partido que los expulsa? Mírense en el espejo y abracen la imagen que se desprende de él, aunque no se reconozcan, aunque se vean distorsionados, desfigurados, aturdidos. ¡Se acabó el tiempo de las excusas! Son ustedes quienes deben escuchar su propia voz interior. No les pido que tengan esperanza porque la esperanza, a veces, se transforma en una espera infinita. Pero les pido, y no les exijo, que tengan confianza en el capitán de la embarcación que los llevará a buen puerto, a climas menos hostiles. Estas manos ajadas por las inclemencias del tiempo pertenecen a un hombre que ha sobrevivido a las más ingratas tempestades y las ha superado; a un hombre que sabe exactamente lo que va a pasar cuando inicie esta nueva travesía. Y lo que va a pasar el 30 de octubre es que se va a erigir un nuevo gobernador de la provincia de Buenos Aires; uno de barba blanca, larga melena y el rostro erosionado por miles de voces que lo alientan y lo animan a dar la batalla del bienestar general, la salud pública, la educación, la seguridad y la estabilidad económica. Un hombre con las espaldas escaldadas por la injusticia social y el pecho calcinado por la corrupción enquistada en el poder. ¿A quién le entregarían el mando de una embarcación hecha trizas que se desgarra por mantenerse a flote en medio de una impiadosa tempestad que no nos da tregua y nos carcome hasta las tripas? ¿Quién es el capitán? ¿Ustedes conmigo, o ellos con una mujer que pretende comandar la nave con piel de porcelana y manos de museo egipcio que brotan en sangre ante el mínimo roce de un simple cabo? Alcen sus voces en las urnas y acallen los ecos débiles y confusos de las mentiras repetidas que pretenden confundirnos con falsas promesas.

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