Miguel Tornquist - Ladrón de cerezas

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"Ladrón de cerezas" es un ensayo arquetípico atravesado por una novela, o una novela atravesada por un ensayo arquetípico: así como las aguas dulces y saladas de los estuarios que se funden en una sola agua, el lector decidirá pararse del lado del ensayo o del lado de la novela.
Rufino Croda es un publicitario del montón con graves desvaríos de personalidad que promueve una extraña teoría arquetípica basada en los hallazgos del psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav Jung, jamás utilizadas en campañas políticas.
Relatos de aventureros, héroes, magos, villanos, inocentes, sabios y rebeldes se confunden entre historias de amor, pasión, traición y amistad.
Con sutil humor y un final sacudido por la conmoción, «Ladrón de cerezas» libera los arquetipos del corsé del marketing y la publicidad para acercarlos al folclore popular.

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—Lo que pasa es que me encariño con la ropa —respondió Rufino mientras se acariciaba la manga de la camisa.

—¿Por qué mejor no te encariñás con la gente? —ironizó Septiembre, que era lo más parecido a un diamante arrabalero tallado con años de cara sucia y zapatillas desatadas en lugar del surco del disco giratorio.

—Tal vez sea porque la ropa no acostumbra a meterme patadas en el culo.

—Bien merecido lo tenías —rezongó Septiembre.

—El dolor todavía me dura, che —protestó Rufino mientras se pasaba la mano por el reverso del pantalón.

—Y bueno, era medio duro de tragar lo que me dijiste.

—Tampoco descubrimos la pólvora. Andás por la vida arrastrando la erre. ¿Acaso tiene algo de malo? Pero no te creas que la próxima vez me voy a dejar achurar así nomás.

—No te vengas a hacer el compadrito conmigo —lo inquirió Septiembre.

—Qué tal si damos por concluido el episodio y nos concentramos en la elección a presidenta de la nación que tenemos a la vuelta de la esquina —dijo Salvaje quitándoles los guantes a los boxeadores evidentemente predispuestos a medirse en un segundo asalto.

—Me parece lo más razonable —coincidió Septiembre, tirando la toalla. A tan pocos días de la elección las encuestas me muestran cada vez más lejos de Jalid Donig. ¿Qué pensás sobre lo que está sucediendo?

—No pienso nada —respondió Rufino con el tono del deseo sexual abúlico de un nonagenario.

—A ver si agitamos el fuego para que salten algunas chispas… —ironizó Septiembre.

—Es que ya no hay chances de que salgas electa, al menos en estas elecciones —sentenció Rufino con la misma calma de un león acechado por conejos.

—Septiembre aún puede revertir la situación —mintió Salvaje.

—Contate otro —dijo Rufino.

Septiembre quiso soltar un insulto de su boca, pero lo reprimió. Salvaje ya le había anticipado sobre la inexistencia de estímulos y emociones de Rufino que lo conducían a manifestarse sin filtro, como las cápsulas de aluminio del Nescafé.

—¡Qué te hace pensar que estás en lo cierto! —lo desafió Septiembre.

—No hay que darle más vueltas al asunto. Ya no queda tiempo suficiente para revertir la elección. Para colmo de males, tampoco tu campaña es algo como para alquilar balcones, digamos. A veces, la estrategia más efectiva es retirarse a tiempo y rearmarse para una próxima batalla.

—Ya que nos encontramos frente al Nostradamus del siglo veintiuno —dijo sarcásticamente Septiembre—. ¿Qué debo hacer para revertir la elección?

—Soy incapaz de saberlo.

—Justamente te pagamos por saberlo —se ofuscó Septiembre.

—Salvaje me pagó por saberlo, vos no. Tiempo atrás tuvo el coraje de apostar a la teoría de los arquetipos mientras tus asesores en comunicación se doblaban de risa por la estrambótica ocurrencia de apostar por algo nuevo. Sin embargo, hoy Salvaje se encuentra prácticamente en un empate técnico con Micaela Dorado, mientras vos te alejás cada vez más de la posibilidad de convertirte en presidenta. Disculpá la sinceridad.

Septiembre sangraba por la herida cada vez que Rufino abría la boca.

—Te hago una pregunta antes de que la desolación me invada —mencionó Septiembre.

—Adelante.

—¿Qué diferencia a los arquetipos de los estereotipos?

—Una pregunta digna de una persona cuya inteligencia se esconde detrás de la presunción —la premió Rufino—. La gran mayoría de la gente de negocios desconoce el poder de los arquetipos porque piensan en segmentación de mercado y cometen el error de reducir un arquetipo a un estereotipo que limita a las personas y las encapsula: todas las rubias son tontas; todos los políticos roban; todos los buenos estudiantes son nerds; todos los negros son buenos deportistas; todos los ricos son prepotentes; todos los ancianos son sabios. Y así podría continuar indefinidamente estereotipando patrones de conducta humanos. Sin embargo, yo les pondría un signo de interrogación a cada una de estas afirmaciones. ¿Realmente creés que todos los negros son buenos deportistas?

Septiembre negó con la cabeza.

—Algunos negros son buenos deportistas y otros son pésimos deportistas. ¿Todas las rubias son tontas? ¿De verdad alguien puede pensar eso? ¿Todos los políticos roban? Creo estar sentado frente a dos políticos que desafían esa afirmación. El estereotipo segmenta, el arquetipo incluye; esa sea tal vez la gran diferencia. El arquetipo no discrimina, sino que iguala. Tus asesores en comunicación te convirtieron en un estereotipo. Es evidente que no están convencidos de que puedas ganar la elección. Seguramente tengan buenas intenciones, pero con buenas intenciones no se puede ganar. Acá lo que se necesita es una comunicación consistente y equilibrada.

—¡Y un buen candidato! —gritó Salvaje golpeando fuertemente la mesa. El motivo por el que me encuentro en un empate técnico en esta elección es porque soy un gran candidato.

Un rastro de desconcierto sobrevoló la cabeza de Rufino. Por primera vez, la basurita debajo de la alfombra de Salvaje hacía su aparición. En años de profesión había aprendido a distinguir entre capricho y perversidad. Y era evidente que semejante desplante no tenía nada de capricho.

—¿Acaso no eras un gran candidato en las elecciones anteriores? —consultó Rufino echando insecticida al hormiguero.

—Las elecciones las ganan los candidatos. Siempre fue así. La campaña ha sido de gran ayuda, eso es indudable, me ha dado la consistencia y la coherencia que antes no tenía, pero se trata simplemente de un eslabón más dentro del engranaje de un reloj al que yo le doy cuerda.

—Estoy de acuerdo con el argumento de Salvaje —coincidió Septiembre—. No pretendas convencerme de que una buena campaña publicitaria puede llevar a la gobernación a un mal candidato. No me subestimes por favor.

—Un buen contenido debe tener siempre un buen envase, así de simple —respondió escuetamente Rufino.

—A veces los envases se usan como adornos —lo contradijo Salvaje.

—Ese es justamente el gran problema de la democracia —aseveró Rufino—, porque muchas veces llega al poder el candidato más popular y no el más capaz, el más carismático y no el más sereno. Se quedan con el envase y tiran el contenido.

—Ustedes, los publicitarios, son capaces de concebir lindísimos envases, aunque contengan pésimos contenidos, y ni se inmutan en facilitarle la llegada al poder a personas que adolecen de valores morales y principios éticos que regirán los destinos del país donde viven sus propios hijos.

—¡Hablando de estereotipos, qué significa esto de meternos a todos en la misma bolsa! —protestó Rufino—. En mi caso, jamás trabajaría para Jalid Donig, por ejemplo. No es momento de mirar para otro lado y negar que hay mercenarios en la actividad publicitaria; existen, así como en todas las profesiones. Pero si yo fuera uno de ellos, ustedes no estarían ejercitando la psiquis conmigo. Preciso es reconocer que un buen producto debe contar con un buen envase. Salvaje es un buen producto. Adhiero a gran parte de sus palabras y consideraciones. No hay discusión alguna. Lo único que le faltaba era mostrase como Salvaje y no como una mala fotocopia de un personaje estereotipado. Ese fue el motivo por el que salió derrotado en las últimas dos elecciones; porque lo convirtieron en un commodity: como una pala o un catre. Fue un fracaso de aficionado. Era un buen producto con un mal envase. En esta elección, por primera vez se animó a mostrarse sin rodeos, a caminar sin desviarse del camino. Es esa la razón por que la gente le confía su voto. Porque no hay nada más atractivo que una persona que se quita el disfraz y evita los atajos.

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