Oscar Muñoz Gomá - Cuando se cerraron las Alamedas

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El día del golpe militar se reúnen cinco personajes en una casa del barrio alto de Santiago, todos ellos con sus cargas personales de sentimientos, dolores, temores e ideologías. Los diálogos se entrecruzan con las amenazas y riesgos que sufren, pero también emergen atisbos de una atracción amorosa oculta y de lenta maduración.
Es el inicio de una trama que se desarrollará a lo largo del tiempo y que llevará a sus personajes principales a distintas latitudes y ambientes sociales, desde la prisión en una remota isla del sur, al exilio europeo, al mundo académico y político y el regreso a Chile en tiempos de democracia. Es el tiempo también de saldar algunas cuentas pendientes provocadas por un asesinato político que marcó a una familia. Se retrata la sociedad de la época, sus conflictos ideológicos, el mundo interior de los individuos y sus procesos psicológicos ante la emergencia que los atrapa y los sorprende.
La novela es de fácil lectura, ágil y dinamizada por la abundancia de diálogos. Hay suspenso, tensión y giros inesperados en la trama.

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Conoció a otros chilenos que llegaron a Buenos Aires y participó en reuniones sociales que, en realidad, eran para compartir informaciones y elucubrar sobre los futuros posibles. Al principio la concurrencia era variopinta y de distintos signos políticos. Luego se decantó, a medida que la convivencia de unos y otros se hizo imposible. Los partidarios del nuevo régimen se mostraban eufóricos y descargaron sus miedos pasados con enojos y epítetos. Margot dejó de participar y solo frecuentó pequeños grupos que sabía solidarizaban con el bando de los vencidos y con ella en particular, que había sufrido la violencia en carne propia. Pronto se dio cuenta de que, a pesar de la desconfianza que tenía con el gobierno derrocado, sus simpatías estaban con las víctimas del nuevo régimen. Al fin y al cabo, su situación actual también era consecuencia del clima de violencia instalado.

El país que la acogió también empezó a vivir un ambiente político parecido. Se sucedieron los asesinatos de líderes sindicales y dirigentes políticos. El general Perón estaba viejo, enfermo y cada vez controlaba menos la situación. Los montoneros desafiaron al sistema político por la vía armada. En las altas esferas del poder se libró una lucha soterrada ante la inminencia del fallecimiento del viejo caudillo. En un último acto de voluntarismo, designó a su esposa como vicepresidenta de la República, lo que significó ungirla como su sucesora. Después de su muerte, a mediados de 1974, todo fue inestabilidad e incertidumbre.

2

Margot no puede creer que esté viviendo una vez más un clima similar al que sufrió en Chile. Argentina tiene más historia de golpes y dictaduras militares. Entre los amigos chilenos con los que se reúne cunde la opinión de que es cuestión de tiempo, y probablemente, poco tiempo, de que haya un golpe militar y ahora tendrá características muy parecidas al que ha ocurrido en Chile. En un viaje que hacen sus padres para visitarla, ellos se muestran muy pesimistas tanto con respecto a Chile como Argentina.

− Hija−, le dice su padre−. Siento decirte que el futuro se ve muy negro en toda esta región. Es seguro que Argentina terminará muy luego en otra dictadura militar y creo que lo mejor será que te vayas a Europa. En Chile no hay ninguna señal de que el régimen se vaya a retirar a corto plazo, como creíamos al principio. Y lo de acá puede ser aún más violento. Los argentinos tienen mucha sangre italiana, mucha pasión.

La abraza y le acaricia la cabeza. Ella se deja querer. Revive ternuras de su infancia, cuando su padre era el refugio ante sus miedos e inseguridades. Margot teme ahora por su hijo. No quiere arriesgar su seguridad ni tampoco que crezca en un ambiente de angustia eterna.

− En España tenemos más familia,-prosigue su padre. Tenemos familiares, lejanos, pero hemos intercambiado tarjetas algunas veces y son gente acogedora. Es cierto que ese país también vive una dictadura, pero creo que no va a durar mucho tiempo más. Es terminal. Franco se muere y ya está decidido que Juan Carlos asumirá como rey. Parece un buen hombre, dispuesto a democratizar el país.

Para Margot, entre continuar viviendo en un país extraño y que va por el despeñadero y trasladarse a otro que tiene altas posibilidades de ver la luz al final del túnel, le parece razonable el argumento de su padre. Y le atrae la perspectiva de conocer el viejo mundo, en particular España, país del que vienen sus ancestros, vascos por el lado de su padre y catalanes por su madre. Esos familiares viven en Barcelona, ciudad histórica, bella y muy atractiva, le dicen. Le parece una ironía del destino que sus ancestros hubieran huido de España precisamente a causa de alguna de las tantas guerras civiles en el pasado y ahora ella regresaría a ese país por las mismas causas, por decirlo así.

En poco tiempo se encuentra aterrizando con Sebastián en el aeropuerto El Prat, de Barcelona. La espera una especie de prima, Francesca, hija de ese pariente lejano de su madre. Es abril de 1975 y ya la primavera está en las calles. La reconoce por el cartel que muestra su nombre completo, Margot Lagarrigue Sallarés.

− ¡Hombre! ¡Pero qué alegría conocer a una prima sudamericana!,- la saluda y abraza con fuerza. Margot se sorprende con ese apelativo, pero pronto aprenderá que es parte de la jerga local. Le hace bien sentirse acogida y con tanto afecto. Francesca resulta ser una mujer muy alegre y cordial. Tiene aproximadamente su misma edad, es alta, rubia y lleva el pelo sobre los hombros.-Y este guapo, ¿cómo se llama?- le dice, dirigiéndose a Sebastián.

Esperan el equipaje y se dirigen al auto de Francesca. Las primeras conversaciones giran en torno al viaje, es muy largo, fatigoso. La anfitriona le explica los sectores de la ciudad, a medida que la recorren. A Margot le gusta Francesca. Le levanta el ánimo. Experimenta un calorcito en su espíritu. Por primera vez en mucho tiempo, siente que puede salir de sí misma y reencontrarse con los otros. La casa de Francesca es grande y tiene un enorme jardín, con piscina. Está en las afueras de la ciudad. Le asignan una habitación grande, toda pintada de blanco y con los muebles y cortinas del mismo color, con amplios ventanales y dos camas, para ella y Sebastián.

Invita a Margot al jardín a tomarse un café. Le pregunta de Chile y los dramas que ha vivido el país. Margot le cuenta también de su esposo y de su propia tragedia.

− ¡Mira que aquí no la hemos tenido fácil! ¿eh? Yo no recuerdo los primeros tiempos del franquismo, pero por lo que he oído y aprendido, estos fueron unos brutos. Pero ya no les queda mucho tiempo. El viejo se muere y los cambios no los para ni mi madre, que por agallas no se queda.

Margot le confidencia sus angustias más íntimas. No sabe qué va a ser de su vida y de Sebastián.

− Tengo que empezar a valerme por mí misma, necesito trabajar y tener un ingreso. No quiero ser carga para ustedes. Mi padre podrá financiarme por un tiempo, para arrendar algún pequeño departamento y sobrevivir, pero no puedo depender de eso. Yo en Chile tenía mi trabajo y podía aportar al presupuesto, porque el sueldo de Rodrigo no era muy alto, a pesar de lo que se decía.

− ¡Vamos, mujer! No seas pesimista. ¡Que las has pasado muy duras, es cierto! Pero vas a salir adelante y algo encontraremos. De momento estarás con nosotros y sin apuros, que a mi marido le va muy bien y serás una compañía para mí. Sebastián será un hermano más para los chavales. ¡Y no se hable más!

En los días siguientes Francesca la invita a conocer el centro de la ciudad, sus rincones, las Ramblas. La vida callejera de Barcelona, el barrio gótico, el mar la animan y la hacen olvidar, por momentos, su tristeza. Conversan largo de todo. Hay afinidades recíprocas. Francesca está casada con un abogado y tiene tres niños. Es asertiva.

− Lo primero que haremos será poner a Sebastián en una escuela, aunque ya el año está por terminar. Mira que no es bueno que esté de ocioso. Y luego viene el verano, viajaremos a algunos lugares que te van a gustar y tendremos tiempo para armar tus propios planes, ¿de acuerdo?

Margot tiene la sensación de soñar. Vive una mezcla de tristeza con alegría, de volver a esa edad de la juventud en que la vida está por delante y hay que tomar decisiones sobre qué se quiere hacer. Pero es como una segunda vida, porque ya pasó por eso y vaya como terminó.

Llega el verano, sus calores húmedos y el espíritu estival se instalan. Sus anfitriones la invitan a un viaje en auto por la costa cantábrica. Margot se confunde, se resiste, les dice que no puede aceptar, ya es mucho lo que están haciendo por ella. No quiere interferir con su intimidad familiar. Pero el marido de Francesca, Pere, no admite réplicas. Mira, que no te vamos a dejar sola aquí, que este será un paseo magnífico, no te vas a arrepentir. Él es terminante, tiene un rostro duro, el cabello abundante y negro, pero se revela como una persona generosa. Ya se ha enterado Margot que ha hecho una carrera muy destacada. Es abogado de empresas multinacionales, especialmente de cadenas hoteleras importantes y cada contrato de inversión que maneja le deja unos honorarios suculentos. El viaje los lleva desde Barcelona a Bilbao, donde pernoctan por varios días en un excelente hotel, el Miró. Van en un vehículo grande, con tres corridas de asientos, donde los chavales, como dice Pere, se acomodan a sus anchas en la última corrida. Es un paseo intenso, todos los días una ciudad nueva. Recorren la costa cantábrica, admiran los acantilados y los pequeños pueblos junto al mar. Margot no tiene tiempo para tristezas ni nostalgias. La brisa marina es un refresco para el espíritu. Con Francesca caminan juntas y conversan como si se conocieran desde siempre, los niños corretean por su cuenta y se solazan con las olas. Pere no se despega de los diarios, sobre todo de las noticias financieras y fuma con ansiedad.

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