Biblioteca Clásicos Cristianos
Libro de las Fundaciones
Edición a cargo de
Salvador Ros García
Versión electrónica
SAN PABLO 2013
(Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)
Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723
E-mail: ebooksanpabloes@gmail.com
comunicacion@sanpablo.es
ISBN: 9788428563628
Realizado por
Editorial San Pablo España
Departamento Multimedia-Web
Al P. Tomás Álvarez Fernández,
admirado maestro y fiel amigo,
con gratitud y afecto grandes.
Obras de Santa Teresa
Citamos los escritos teresianos por la edición de Obras Completas, 5 ed., EDE, Madrid 2000 y con las siglas convencionales:
CC Cuentas de Conciencia.
CE Camino de Perfección (Códice de El Escorial).
CV Camino de Perfección (Códice de Valladolid).
Cst Constituciones.
Cta Carta.
E Exclamaciones.
F Libro de las Fundaciones.
M Moradas del Castillo Interior.
MC Meditaciones sobre los Cantares.
P Poesías.
V Libro de la Vida.
VD Visita de Descalzas.
Vej Vejamen.
Otras siglas
AHN Archivo Histórico Nacional (Madrid).
BAE Biblioteca de Autores Españoles (Madrid).
BAC Biblioteca de Autores Cristianos (Madrid).
BMC Biblioteca Mística Carmelitana (Burgos).
BN Biblioteca Nacional (Madrid, Lisboa).
EDE Editorial de Espiritualidad (Madrid).
MC Ediciones Monte Carmelo (Burgos).
MHCT Monumenta Historica Carmeli Teresiani (Roma).
Tesoro Tesoro de la lengua castellana (S. de Covarrubias,
Madrid 1611).
Introducción
Entre las obras mayores de Santa Teresa, el Libro de las Fundaciones es la historia de un entusiasmo, la crónica de una Reforma, gemela y alternativa a la luterana, llevada a cabo por una mujer (no hay que olvidarlo, en una época antifeminista y de analfabetismo generalizado), fundando dieciséis conventos de monjas y otros tantos de frailes en un tiempo récord, y escrita a ratos perdidos, a lo largo del decenio final de su vida, como un canto a la fuerza de Dios, en tonos de epopeya: «esto se escribe para que nuestro Señor sea alabado»[1], «para honra y gloria suya lo digo, y para que os holguéis de cómo se han fundado estas casas suyas»[2], convencida de que «en estas fundaciones no es casi nada lo que hemos hecho las criaturas; todo lo ha ordenado el Señor por unos principios tan bajos, que sólo su Majestad lo podía levantar en lo que ahora está»[3], de manera que «si bien lo advertís, veréis que estas casas en parte no las han fundado hombres las más de ellas, sino la mano poderosa de Dios... Mirad, mirad, mis hijas, la mano de Dios. De todas cuantas maneras lo queráis mirar, entenderéis ser obra suya»[4].
Y éste es, precisamente, el primer gran valor de esta obra: el ser un escrito de madurez que acompaña la ajetreada travesía de su autora, de los últimos diez años de su existencia, como testigo y documento de su actividad[5], además de ser una fuente de primer orden, un observatorio excepcional, para ver al vivo numerosas realidades de aquella España de la segunda mitad del siglo XVI, desde la óptica de una mujer nada común y que estuvo fuertemente comprometida –con un compromiso crítico, no exento de protesta– con la sociedad de su tiempo[6].
1. Proceso redaccional del libro
Todas las obras de Santa Teresa presentan no pocas dificultades redaccionales debido a su composición «desconcertada», de tener que escribir hurtando el tiempo, a ratos sueltos y con obligadas interrupciones «a causa de los muchos negocios, así de cartas como de otras ocupaciones forzosas»[7], de las que a menudo se lamenta en el transcurso de la escritura: «escribo casi hurtando el tiempo y con pena, porque me estorbo de hilar»[8]; «¡qué desconcertado escribo!, quiérese asiento, y yo tengo tan poco lugar, como veis, que se pasan ocho días que no escribo, y así se me olvida lo que he dicho, y aun lo que voy a decir»[9]; «han pasado cinco meses desde que lo comencé hasta ahora, y como la cabeza no está para tornarlo a leer, todo debe ir desbaratado»[10]. Con todo, sin embargo, pocos escritos pueden documentarse con tanta precisión y lujo de detalles como este Libro de las Fundaciones. Tenemos noticia incluso de la improvisada artesana que preparó los cuadernillos para la inmediata redacción. Fue la famosa Isabel de Jesús Jimena, quien el 20 de julio de 1610 lo declaró en los Procesos remisoriales para la beatificación de la Madre Teresa: «El de Las Fundaciones, hizo esta testigo los cuadernos para comenzarle a escribir, que le comenzó la dicha Madre en este monasterio de Salamanca»[11].
En efecto, en Salamanca, donde se hallaba negociando la compra de la nueva casa para sus monjas, y concretamente el día 25 de agosto de 1573, comenzó a redactar el Libro de las Fundaciones. El mandato, como siempre, partió del confesor de turno, nada menos que del P. Jerónimo Ripalda, que habla leído en el Libro de la Vida la crónica del primer convento, el de San José de Ávila (capítulos 32-36), y «le pareció sería servicio de nuestro Señor que escribiese de otros siete monasterios que, después acá, por la bondad de nuestro Señor, se han fundado, junto con el principio de los monasterios de los padres descalzos de esta primera orden, y así me lo ha mandado»[12].
Ella, que años atrás, estando en Malagón, se había hecho sorda a una locución divina que le había mandado expresamente «que escribiese la fundación de estas casas»[13], ahora no pudo resistir la orden del confesor, conforme a su estilo de actuar, aunque ella misma confiesa que necesitó de nuevo el aliento divino –«Hija, la obediencia da fuerzas»[14]– para emprender la tarea. Y así, entre agobios para allegar los ducados que exigía el propietario de la nueva residencia (el menesteroso caballero Pedro de la Banda), preocupaciones por la construcción material del edificio y murmuraciones e invectivas que hasta en las cátedras se lanzaban contra la desenvoltura de una monja nada convencional, comenzó a escribir los primeros capítulos del libro: el prólogo, que refleja el momento psicológico de la escritora y las intenciones de la obra; cosas del convento de San José de Ávila que se había dejado en el tintero cuando habló de esta fundación en el Libro de la Vida, junto con la visita del fogoso misionero que le abrió los ojos a la realidad de las Indias (cap. 1); la otra providencial visita del superior general de la orden y la conquista fácil a sus designios expansivos (cap. 2); la fundación de Medina del Campo en una noche de feria y encierros (cap. 3); cinco capítulos de sabias advertencias, de «avisos a las prioras» (cap. 4), de «algunos avisos para cosas de oración» (cap. 5), de «cosas importantes para las que gobiernan estas casas» (cap. 6), «de cómo se han de haber con las que tienen melancolía» (cap. 7) y de «avisos para revelaciones y visiones» (cap. 8); más otro capítulo sobre la fácil fundación del tercer convento en Malagón (cap. 9). En total, había escrito 9 capítulos en 29 hojas (58 páginas) previamente numeradas (fol. 1r-32v)[15].
Tras este primer tirón sobrevino un tiempo largo en el que hubo de colgar la pluma. En enero de 1574 marchó de Salamanca a Alba, y de allí a Ávila, y en marzo a Segovia, en compañía de fray Juan de la Cruz, para fundar un convento donde acoger a las monjas fugitivas de Pastrana, hartas de la inaguantable princesa de Éboli. El 30 de septiembre, con prisas, acudió de nuevo a Ávila, porque urgía estar presente en la Encarnación para el acto final de su trienio como priora. Inmediatamente después se recluyó en la tranquilidad de su monasterio de San José, aunque poco más de un mes le duró esa tranquilidad, pues a finales de diciembre tuvo que ir a Valladolid para tratar los asuntos que había provocado la pintoresca vocación de doña Casilda de Padilla. Y posiblemente allí mismo, o a su regreso en Ávila, redactó los tres capítulos referentes a la fundación vallisoletana (cap. 10-12). Durante esta época de su estancia en San José (meses finales de 1574), y a ratos perdidos, siguió con el manuscrito, que fue creciendo con el recuerdo de sus primeros descalzos (cap. 13-14), con la accidentada fundación de Toledo (cap. 15-16), con la más accidentada y efímera de Pastrana (cap. 17) y con la de Salamanca, en noche de ánimas y en casa de estudiantes (cap. 18-19). Así, sin llegar a completar la narración de los «siete monasterios» aludidos en el prólogo, había escrito otros 10 capítulos en otras 33 hojas (fol. 32r-65v).
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