Santa Teresa de Jesús - El libro de las fundaciones

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El Libro de las Fundaciones es la historia de un entusiasmo, la crónica de una Reforma, gemela y alternativa a la luterana, llevada a cabo por santa Teresa y escrita a lo largo del decenio final de su vida. El texto ha sido rigurosamente revisado siguiendo el de la última edición crítica-facsímil del autógrafo teresiano (Tomás Álvarez, 2003), lo que ha permitido incorporar numerosas correcciones con respecto a las ediciones anteriores. Asimismo, conlleva abundantes notas de carácter filológico, histórico y doctrinal, con el fin de facilitar la lectura, la comprensión del texto y el acceso a todo tipo de lectores, conforme al deseo de la propia autora y con su misma invitación: «Las Fundaciones van ya al cabo. Creo se ha de holgar de que las vea, porque es cosa sabrosa». Teresa de Jesús es una mujer nada común que estuvo fuertemente comprometida «con un compromiso crítico, no exento de protesta» con la sociedad de su tiempo. Un compromiso que la llevó a fundar dieciséis conventos de monjas y otros tantos de frailes en un tiempo récord. Y esto en una época antifeminista y de analfabetismo generalizado. Su fuerte personalidad, su protagonismo, su fina ironía, convierten sus obras, escritas por mandato de sus confesores, en una fuente de primer orden, un observatorio excepcional, para ver al vivo numerosas realidades de aquella España de la segunda mitad del siglo XVI.

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Con este doble propósito, el resultado final del libro es una sorprendente teología de la historia, concepto que ella no conocía, pero que realmente se adelantó a hacer, descubriendo y enseñando a descubrir las señales de la presencia de Dios y de sus designios en la vida de las personas y en medio de los acontecimientos. Si el Libro de la Vida es un caso pionero del ensayismo hispánico, por cuanto que en él se encuentra «el acta de nacimiento de la intimidad moderna»[45], «el primer esfuerzo sistemático (si se puede decir en su caso) por verter mediante la palabra escrita, al correr de la pluma, la totalidad de la persona»[46], el Libro de las Fundaciones lo es también de otro modo de hacer teología, signo inequívoco de la modernidad de esta mujer, que también en las letras fundó.

Por otra parte, el libro fue pensado también como un documento de gratitud hacia «los buenos amigos que Dios nos dio»[47], a la multitud de bienhechores que la sacaron de apuros y la ayudaron a llevar a cabo tan gigantesca obra, a fin de que sus destinatarios, presentes y venideros, conozcan «la caridad de las personas que nos han ayudado»[48] y los recuerden siempre: «Nombré a los bienhechores de estos principios, porque las monjas de ahora y las de por venir es razón se acuerden de ellos en sus oraciones»[49], pues «quien leyere estas fundaciones está obligado a encomendarles a nuestro Señor, y así se lo pido por caridad»[50]. Ella, que era de condición natural agradecida[51], no podía actuar de otro modo. Y así se lo recomienda insistentemente a sus lectores: «porque es razón, hermanas, que encomendéis a Dios a quien tan bien nos ha ayudado, si leyereis esto, sean vivos o muertos, lo pongo aquí»[52]. «Bien es, hijas mías, las que leyereis estas fundaciones, sepáis lo que se les debe, para que, pues sin ningún interés trabajaban tanto en este bien que vosotras gozáis de estar en estos monasterios, los encomendéis a nuestro Señor, y tengan algún provecho de vuestras oraciones»[53]. «Estamos todas, hermanas, muy obligadas a siempre en nuestras oraciones encomendarle a nuestro Señor y a los que han favorecido su causa y de la Virgen nuestra Señora, y así os lo encomiendo mucho»[54].

Por el contrario, el Libro de las Fundaciones silencia con celo exquisito los nombres de los otros personajes hostiles, los contradictores y perseguidores, para los que siempre encuentra palabras de comprensión y motivos de disculpa: «el demonio que los cegaba, o Dios que lo permitía»[55]. Dicho así, a fin de cuentas, porque esa era su visión dualista de la vida y del mundo como etapa y escenario del encuentro violento entre el bien y el mal, entre Dios y el demonio, los dos protagonistas también de su gesta fundacional. Cada capítulo del libro es, ciertamente, una batalla sucesiva que libran Dios y el demonio, cada uno con sus huestes respectivas; y de ahí que ella termine viendo las peripecias y contrariedades de cada fundación como “venganzas”, “estorbos”, “enredos” y “trazas” del demonio para que no se hiciese: «paréceme era el demonio, después que he visto lo que ha sucedido»[56], o «en fin, el Señor que lo permitió, que sus juicios son grandes y contra todos nuestros entendimientos»[57].

3. Historia editorial del libro

Mientras que otros escritos teresianos gozaron de una pronta difusión, alentada por la propia autora que los iban pasando a manos de secretarias y amanuenses para multiplicar las copias, del Libro de las Fundaciones no se hizo ninguna en vida de ella, como quien no quería que se leyese antes de su muerte: «mientras fuere viva no lo habéis de ver»[58]. Pero como siempre, ella misma hizo una excepción con su venerado P. Gracián, al que le permitió sacar una copia cuando el libro aún no estaba terminado, copia que pasaría después a Sevilla y que terminó finalmente en Lisboa[59].

Tras la muerte de la Santa, el manuscrito autógrafo quedó seguramente en el convento de Alba de Tormes, y de allí pasó a manos de fray Luis de León, encargado de preparar la edición príncipe[60]. Con sorpresa, en la edición de éste no apareció el Libro de las Fundaciones. Se dijo que no le dio tiempo a ponerlo a punto, dado su exceso de trabajo, y también que no convenía saliese al público por las alusiones a tantos personajes aún vivientes y algunos no bien parados. Así lo declaró Ana de Jesús el 5 de julio de 1597 en los Procesos de Salamanca: «El de Las Fundaciones, de su propia letra de la Madre, también lo pidió su Majestad al doctor Sobrino, que se halló a la muerte del maestro fray Luis de León, y por esta causa se le dieron para que me le volviese a mí, con otros papeles que tenía juntos, para imprimirlo a petición de su Majestad la Emperatriz, que por ocupaciones que había el dicho maestro fray Luis de León no se había impreso, y como murió, quedó comenzado y no se pudo acabar, y así sé que tiene el Rey este libro de Las Fundaciones en poder de su guardajoyas, y que muchas personas desean verle impreso»[61].

En la declaración de Ana de Jesús hay un pequeño error: quien se halló a la muerte de fray Luis de León no era el doctor Francisco Sobrino, sino Agustín Antolínez, y fue éste quien entregó al doctor Sobrino el preciado manuscrito[62]. Aunque poco tiempo pudo gozar de esta herencia imprevista, pues al año siguiente Felipe II solicitaba «los libros originales de la Madre Teresa de Jesús» para su mimada biblioteca de El Escorial. El P. Doria, que le estaba demasiado agradecido, no pudo rehusar el deseo del monarca y cursó la petición al doctor Sobrino (el 3 de junio de 1592), a quien no le quedó más remedio que entregarlo. Y así, de éste, el original pasó a la espléndida biblioteca del rey, adonde más tarde llegaron también los otros autógrafos del Libro de la Vida, Camino de perfección y Modo de visitar los conventos. El P. Yepes, que los recibió, acota: «El rey don Felipe procuró luego los originales dellos y los mandó poner en su librería en San Lorenzo, en el Escurial. Y con tener allí muchos otros originales de santos de la Iglesia, a sólo tres hizo particular reverencia, dando muestras de lo que los estimaba, que son los originales de san Agustín, san Juan Crisóstomo, y los de nuestra santa, haciéndolos poner dentro de la misma librería, debajo de una red de hierro, en un escritorio muy rico, y cerrado continuamente con su llave; los de la santa Madre, por particular favor, se enseñan y dejan tocar como reliquias santas»[63].

Como tardaba en aparecer impreso, del libro se hicieron innumerables copias por personajes interesados y devotos: Francisco Sobrino, María de San José (hermana de Gracián), Francisco de Ribera, Diego de Yepes, etc. Hasta que, por fin, dos personas muy cercanas a la Madre Teresa, que andaban prácticamente exiliadas fuera de España, el P. Jerónimo Gracián y la M. Ana de Jesús, sacaron en Bruselas, en agosto de 1610, la primera edición del Libro de las Fundaciones (libro que la Santa había dejado sin titular)[64]. Salió a la luz muy deficientemente, desde una copia similar a la de su hermana María (copia de Valladolid), y en la que por miedo se había suprimido todo lo que se refería a la vocación de doña Casilda de Padilla, el capítulo 11, «de lo mejor que hay en el libro», a juicio del historiador Jerónimo de San José, quien no ocultaba su antipatía por Gracián[65]. Asimismo, se introdujeron en la edición las variantes y correcciones típicas de Gracián, y se añadió la historia de la fundación de Granada, escrita por Ana de Jesús, pero fuera del ciclo teresiano[66]. Fue la condición que puso Gracián a la Madre Ana: añadir la crónica granadina a cambio de pasar él por la edición de un libro en el que era tan alabado, al menos eso fue lo que dijo a su hermana Juliana, carmelita en Sevilla, en carta del 21 de agosto de 1610: «Hemos acabado de imprimir el Libro de las Fundaciones de la santa Madre, que irá luego allá, aunque yo no quisiera que se imprimiese estando yo vivo por no sé qué boberías que dice de mí en la fundación de Sevilla. Mas la Madre Ana lo hizo porque la reñí mucho por haber dado ciento y veinte reales porque le trasladasen uno, que le pedían de estos monasterios de Francia, y no se puede leer, y es muy necesario para los conventos de acá, y díjele que por cien reales le daría yo ciento impresos»[67].

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