Santa Teresa de Jesús - El libro de las fundaciones

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El Libro de las Fundaciones es la historia de un entusiasmo, la crónica de una Reforma, gemela y alternativa a la luterana, llevada a cabo por santa Teresa y escrita a lo largo del decenio final de su vida. El texto ha sido rigurosamente revisado siguiendo el de la última edición crítica-facsímil del autógrafo teresiano (Tomás Álvarez, 2003), lo que ha permitido incorporar numerosas correcciones con respecto a las ediciones anteriores. Asimismo, conlleva abundantes notas de carácter filológico, histórico y doctrinal, con el fin de facilitar la lectura, la comprensión del texto y el acceso a todo tipo de lectores, conforme al deseo de la propia autora y con su misma invitación: «Las Fundaciones van ya al cabo. Creo se ha de holgar de que las vea, porque es cosa sabrosa». Teresa de Jesús es una mujer nada común que estuvo fuertemente comprometida «con un compromiso crítico, no exento de protesta» con la sociedad de su tiempo. Un compromiso que la llevó a fundar dieciséis conventos de monjas y otros tantos de frailes en un tiempo récord. Y esto en una época antifeminista y de analfabetismo generalizado. Su fuerte personalidad, su protagonismo, su fina ironía, convierten sus obras, escritas por mandato de sus confesores, en una fuente de primer orden, un observatorio excepcional, para ver al vivo numerosas realidades de aquella España de la segunda mitad del siglo XVI.

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[3] Plega a su Majestad que sea así y dé gracia para que acierte yo a decir para gloria suya las mercedes que en estas fundaciones ha hecho a esta orden. Puédese tener por cierto que se dirá con toda verdad, sin ningún encarecimiento, a cuanto yo entendiere, sino conforme a lo que ha pasado. Porque en cosa muy poco importante yo no trataría mentira por ninguna de la tierra; en esto (que se escribe para que nuestro Señor sea alabado) haríaseme gran conciencia y creería no sólo era perder tiempo, sino engañar con las cosas de Dios, y en lugar de ser alabado por ellas, ser ofendido; sería una gran traición. No plega a su Majestad me deje de su mano para que yo la haga. Irá señalada cada fundación, y procuraré abreviar, si supiere, porque mi estilo es tan pesado que, aunque quiera, temo que no dejaré de cansar y cansarme. Mas con el amor que mis hijas me tienen, a quien ha de quedar esto después de mis días, se podrá tolerar.

[4] Plega a nuestro Señor que, pues en ninguna cosa yo procuro provecho mío, ni tengo por qué, sino su alabanza y gloria (pues se verán muchas cosas para que se le den), esté muy lejos de quien lo leyere atribuirme a mí ninguna, pues sería contra la verdad, sino que pidan a su Majestad que me perdone lo mal que me he aprovechado de todas estas mercedes. Mucho más hay de qué se quejar de mí mis hijas por esto, que por qué me dar gracias de lo que en ello está hecho. Démoslas todas, hijas mías, a la divina bondad por tantas mercedes como nos ha hecho. Una avemaría pido por su amor a quien esto leyere, para que sea ayuda a salir del purgatorio y llegar a ver a Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por siempre jamás. Amén.

[5] Por tener yo poca memoria, creo que se dejarán de decir muchas cosas muy importantes, y otras, que se pudieran excusar, se dirán; en fin, conforme a mi poco ingenio y grosería[89] y también al poco sosiego que para esto hay. También me mandan, si se ofreciere ocasión, trate algunas cosas de oración y del engaño que podría haber para no ir más adelante las que la tienen[90].

[6] En todo me sujeto a lo que tiene la madre santa Iglesia romana[91]; y con determinación que antes que venga a vuestras manos, hermanas e hijas mías, lo verán letrados y personas espirituales, comienzo en nombre del Señor, tomando por ayuda a su gloriosa Madre, cuyo hábito tengo, aunque indigna de él, y a mi glorioso padre y señor San José, en cuya casa estoy, que así es la vocación[92] de este monasterio de descalzas, por cuyas oraciones he sido ayudada contino[93].

[7] Año de 1573, día de San Luis, rey de Francia, que son 24 días de agosto[94]. Sea Dios alabado.

JHS Mª

Comienza la fundación de San José del Carmen

de Medina del Campo

Capítulo 1

De los medios por donde se comenzó a tratar de esta fundación y de las demás.

[1] Cinco años después de la fundación de San José de Ávila estuve en él[95], que, a lo que ahora entiendo, me parece serán los más descansados de mi vida, cuyo sosiego y quietud echa harto menos[96] muchas veces mi alma. En este tiempo entraron algunas doncellas religiosas de poca edad, a quien[97] el mundo, a lo que parece, tenía ya para sí, según las muestras de su gala y curiosidad[98]. Sacándolas el Señor bien apresuradamente de aquellas vanidades, las trajo a su casa, dotándolas de tanta perfección, que eran harta confusión mía, llegando al número de trece, que es el que estaba determinado para no pasar más adelante[99].

[2] Yo me estaba deleitando entre almas tan santas y limpias, adonde sólo era su cuidado de servir y alabar a nuestro Señor. Su Majestad nos enviaba allí lo necesario sin pedirlo, y cuando nos faltaba, que fue harto pocas veces, era mayor su regocijo. Alababa a nuestro Señor de ver tantas virtudes encumbradas, en especial el descuido que tenían de todo, mas de servirle[100]. Yo, que estaba allí por mayor[101], nunca me acuerdo ocupar el pensamiento en ello. Tenía muy creído que no había de faltar el Señor a las que no traían otro cuidado sino en cómo contentarle. Y si alguna vez no había para todas en el mantenimiento, diciendo yo fuese para las más necesitadas, cada una le parecía no ser ella, y así se quedaba hasta que Dios enviaba para todas.

[3] En la virtud de la obediencia, de quien yo soy muy devota (aunque no sabía tenerla hasta que estas siervas de Dios me enseñaron para no lo ignorar si yo tuviera virtud), pudiera decir muchas cosas que allí en ella vi. Una se me ofrece ahora; y es que, estando un día en refectorio, diéronnos raciones de cogombro[102]. A mí cupo[103] una muy delgada y por de dentro podrida. Llamé con disimulación a una hermana de las de mejor entendimiento y talentos que allí había, para probar su obediencia, y díjela que fuese a sembrar aquel cogombro a un huertecillo que teníamos. Ella me preguntó si le había de poner alto o tendido. Yo le dije que tendido. Ella fue y púsole, sin venir a su pensamiento que era imposible dejarse de secar, sino que el ser por obediencia le cegó la razón natural[104] para creer era muy acertado[105].

[4] Acaecíame encomendar a una seis o siete oficios contrarios, y, callando, tomarlos, pareciéndole posible hacerlos todos. Tenían un pozo, a dicho de los que le probaron, de harto mal agua, y parecía imposible correr por estar muy hondo. Llamando yo oficiales para procurarlo, reíanse de mí, de que quería echar dineros en balde. Yo dije a las hermanas que qué les parecía. Dijo una: «que se procure; nuestro Señor nos ha de dar quien nos traiga agua y para darles de comer, pues más barato sale a su Majestad dárnoslo en casa y así no lo dejará de hacer». Mirando yo con la gran fe y determinación con que lo decía, túvelo por cierto, y contra voluntad del que entendía en las fuentes, que conocía de agua, lo hice. Y fue el Señor servido, que sacamos un caño de ello bien bastante para nosotras, y de beber, como ahora le tienen[106].

[5] No lo cuento por milagro, que otras cosas pudiera decir, sino por la fe que tenían estas hermanas, puesto que[107] pasa así como lo digo, y porque no es mi primer intento loar las monjas de estos monasterios, que, por la bondad del Señor, todas hasta ahora van así. Y de estas cosas y otras muchas sería escribir muy largo, aunque no sin provecho, porque a las veces se animan las que vienen a imitarlas. Mas, si el Señor fuere servido que esto se entienda, podrán los prelados mandar a las prioras que lo escriban.

[6] Pues estando esta miserable[108] entre estas almas de ángeles (que a mí no me parecían otra cosa, porque ninguna falta, aunque fuese interior, me encubrían, y las mercedes y grandes deseos y desasimiento que el Señor les daba eran grandísimas; su consuelo era su soledad, y así me certificaban que jamás de estar solas se hartaban, y así tenían por tormento que las viniesen a ver, aunque fuesen hermanos; la que más lugar[109] tenía de estarse en una ermita, se tenía por más dichosa), considerando yo el gran valor de estas almas y el ánimo que Dios las daba para padecer y servirle, no cierto de mujeres, muchas veces me parecía que era para algún gran fin las riquezas que el Señor ponía en ellas. No porque me pasase por pensamiento lo que después ha sido, porque entonces parecía cosa imposible, por no haber principio para poderse imaginar, puesto que mis deseos, mientras más el tiempo iba adelante, eran muy más crecidos de ser alguna parte para bien de algún alma, y muchas veces me parecía, como quien tiene un gran tesoro guardado y desea que todos gocen de él y le atan las manos para distribuirle. Así me parecía estaba atada mi alma, porque las mercedes que el Señor en aquellos años la hacía eran muy grandes y todo me parecía mal empleado en mí. Servía al Señor con mis pobres oraciones; siempre procuraba con las hermanas hiciesen lo mismo y se aficionasen al bien de las almas y al aumento de su Iglesia; y a quien trataba con ellas, siempre se edificaban. Y en esto embebía mis grandes deseos.

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