Como marcaría con trazos indelebles Claudio Sánchez Albornoz, aquel “nobiliarismo”, familiar del “cortesanismo” y el parasitismo, se afirmaría en fuertes raíces medievales y se expresaría de distintas formas. 12Acceso a la burocracia, a los oficios regios, a los títulos aristocráticos, todo ello mediante la migración deseada desde las artesanías, el comercio, el papel de “caballeros villanos” o “labriegos caballeros”, donde la meta esencial era el acceso a una categoría social que se engrosaría paulatinamente desde rincones tan remotos como las mercedes de la Reconquista, imprimirían caracteres indelebles, que si bien España misma estaba procurando superar, eran una tarea todavía inconclusa, como lo era una superación más clara del escolasticismo, cuando perdió América.
Al producirse el rompimiento, aquellos aspectos negativos, que ensombrecían los positivos derivados de un atrasado que había sido poderoso pero no avanzado, se harían la expresión inevitable del malquistamiento. Madre indubitable, pero desencontrada con sus hijos, se separaría por la violencia de ellos y se enemistaría por largo tiempo. Ambos enemistados no serían los únicos. Como en las separaciones violentas resueltas por la espada, Estados Unidos e Inglaterra habían precedido a Hispanoamérica en tal experiencia. Solo ya avanzado el siglo XIX, las clases acomodadas que gobernaban Inglaterra comenzarían a virar su mirada y atenuar la inquina del desgarro, para comprender a sus excolonias desamoradas que abandonaron su regazo por la fuerza en 1776.
Sin embargo, procesos tan poderosos como la desmembración de los imperios y la separación de estos en partes distintas y autónomas de la principal generarían, además de la bifurcación física y política, bifurcaciones en las percepciones. Así, la tradicionalmente criticada expulsión de judíos españoles y población morisca ocluye tanto las eras de notable y durable convivencia en la misma España como el hecho de que haya habido otras expulsiones, en particular en Inglaterra. 13
Suele ser más benévolo, aunque no exento de ironías y críticas de cuño propio, el tratamiento de la influencia italiana que, sin olvidar muchas pequeñas madres, ocupa un espacio indudable e indeleble como “segunda madre”. Una madre que, como la primera, tenía una muy larga historia, desde que había albergado a la mismísima Roma, y conoció sus propias luces, tal como lo hemos consignado, y también sus propios declives, disensiones y diferencias.
La Italia de aquellas ciudades brillantes –ellas mismas una fase de una trayectoria extensísima–, la de la República de Venecia, la de Génova, la de Pisa, Florencia y tantas otras, también tuvo una formación y sedimentación muy prolongada. Romana primero, “barbarizada” más tarde, feudalizada luego, renacentista después, fragmentada no hace tanto, reconoció –como sus hermanas europeas– recorridos largos, económicos y políticos, hasta arribar a formas más avanzadas de organización constitucional, social y económica. De nuevo, los fragmentos que expulsó no equivalen a las mismas etapas evolutivas.
Desde una perspectiva puramente racial, los italianos no han podido ser tipificados por ninguna característica física única, lo que deriva de dominaciones múltiples y alternadas. Los etruscos ocuparon Toscana y Umbría. En el sur, los propios romanos fueron precedidos por los griegos y recién luego lo “latinizaron”. El pueblo judío arribó en tiempo romano y permaneció. Al sucumbir el Imperio Romano de Occidente, Italia tuvo invasiones y colonizaciones. En el norte la penetración fue de tribus germánicas y en el sur, de pueblos mediterráneos, con los bizantinos dominando tal sur por cinco siglos. Al mismo tiempo, los germánicos lombardos tuvieron supremacía en Benevento y otras partes del continente. Normandos, sarracenos, aragoneses y austríacos forman parte de la película posterior. Las lenguas que reflejaron esa mixtura fueron muchas hasta la generalización del italiano conocido. 14
La unidad que se conoció después de la mitad del siglo XIX, que también pudo alternarse por un formato federativo, es una realidad muy reciente vista desde el largo plazo. Curiosamente, antes de 1860, le sería aplicable una casi despectiva alusión de Metternich. Para él, Italia sería solo “una expresión geográfica”, en sentido tanto económico como político. El Estado italiano creció del Reino de Piamonte y Cerdeña, el cual desde 1848 contaba con una Constitución que se aplicaría también a Italia cerca de un siglo. Quien aparecería como otro arribado tardío al proceso de desarrollo europeo en el siglo XIX 15y que concluiría una segunda guerra devastadora en el XX, todavía reflejaba en este último imágenes típicas de tradicionalismo y subdesarrollo en un mundo que a veces visualizaría tal carácter nacional con imágenes encontradas.
La realidad territorial borbónica y exhabsburguesa de Nápoles al sur permaneció más atrasada que el dinámico norte llano, quebrado o alpino. Un personaje romántico como Garibaldi, un idealista como Mazzini o un forjador determinante como el conde de Cavour también son tan cercanos desde que pertenecen al siglo XIX. 16De nuevo, las oleadas italianas no siempre pertenecieron a una región, pero tampoco a una época y obviamente, más allá de patrones culturales comunes, como el religioso, a variedades que admitían importantes matices.
Los italianos empaparían el mundo, no solo América. En el imaginario colectivo del cono sur sudamericano, quizá como en otras partes, perduraría su ancestro ruidoso o bullanguero, expresivo y afectuoso, su musicalidad y sentimientos. Ese temperamento sería también amarrete, sufriente y sufrido, tacaño al extremo a veces, 17pero reflejo de atributos de un sujeto esencialmente trabajador y laborioso. Contra el señorito andaluz, se levantaría la figura del italiano esforzado y sudoroso.
1. El análisis hartziano abarcó comunidades derivadas esencialmente de la expansión británica, como Estados Unidos, Canadá, Australia y Sudáfrica (Hartz, 1969). Hemos anticipado el tratamiento de la noción de “fragmento” en Asensio (1995).
2. Como apuntaremos luego, el factor tecnológico sería destacado como crucial en las distintas fases de avance de las sociedades (Kuznets, 1971).
3. El peso de la fiscalidad volvería a ser aspecto causal de deterioro en lo que había sido una de las grandes provincias romanas, Hispania. En rigor, el peso impositivo que hubo de soportar Castilla, además de la utilización de los recursos americanos que fluían en tiempo de los Austrias, fue enorme, si se considera que lo que estaba en juego era el mantenimiento de los ejércitos en toda Europa y la custodia del Imperio y las rutas americanas.
4. Aludimos nuevamente a Arnold Toynbee y su clásico Estudio de la historia. Como se recordará, en una postulación no exenta de polémica pero de trascendente influencia posterior, el erudito británico postuló que las sociedades oscilaban en sentido progresivo en cuanto hubiere instancias de “incitación” o “desafío” que motivaran ante su existencia la de una condigna o paralela “respuesta”. Desafío y respuesta aparecen así, a lo largo de la historia, como expresión dual o “caras” de una misma moneda (Toynbee, 1953).
5. Para una consideración más detallada de estos aspectos del caso holandés, véanse Wallerstein (1998b: 54) y Boxer (1973).
6. Junto a España, que se rezagaría, y a Alemania, que más tarde la sobrepasaría, Francia tenía una superficie territorial entre las más vastas de Europa. La primera, empero, albergaría regiones de clara aridez.
7. La lucha con Inglaterra se repitió en otros escenarios planetarios, como en la anterior en India, donde estuvo a punto de prevalecer. Luego, inclinada la balanza a favor de Gran Bretaña, conservó en esa península solo algún enclave comercial (Guerra de los Siete Años, 1756-1763).
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