Mónica Alvarez Segade - Nacido para morir

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Nacido para morir: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando los padres de Ben le comunican que van a mudarse desde la fabulosa Nueva York al pequeño pueblecito de Elmers Grove, en el estado de Oregón, siente como si su vida estuviese llegando a su fin.
Impotente ante la negativa de sus padres de quedarse a vivir en la ciudad, se consuela sabiendo que solo deberá soportar durante un año el aburrimiento asegurado que encontrará allí, porque en cuanto termine el instituto piensa volver a Nueva York.
Sin embargo, descubrirá que su intuición inicial era equivocada al tropezarse cara a cara con los secretos que se esconden en Elmers Grove

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—No, ya he acabado con los ejercicios de Precálculo —dijo. Reprimí un gruñido, yo todavía tenía que hacer esos; menos mal que aún tenía un día para acabarlos.

Nos despedimos de Charlie y de Hayley y, tras recoger nuestras cosas, nos encaminamos hacia el aparcamiento; el mío era el único coche que quedaba en la parte de los alumnos.

—Creo que la hermana de Charlie está por ti —dijo Hunter divertido.

—¿Hayley? Nah, no creo.

—Pues yo creo que sí —replicó Hunter—. No ha parado de mirarte, claramente le gustas.

—¿Y qué si le gusto? Tío, tiene trece años —le recordé.

—Catorce —me corrigió—. No digo que le pidas salir, solo que tienes una admiradora —añadió sonriendo.

Cuando llegué a casa, mi padre me estaba esperando en el salón, con un libro abierto delante de él.

—Ben, ven a ver esto —me dijo.

Era el anuario de mamá. Papá la señaló entre las animadoras, pero la verdad es que no hacía falta, apenas había cambiado. Se la veía más joven y con un peinado muy…, bueno, de la época, pero del resto estaba igual. Incluso los uniformes de las animadoras parecían no haber cambiado demasiado.

—¿En qué pensabais en los ochenta? —pregunté, intentando no reírme.

—En que eran los ochenta —respondió. Me reí—. Yo lucía una cresta a tu edad.

Papá era ocho años mayor que mamá, por lo que ya era un adolescente a principios de los ochenta. Y adepto a la estética punk, al parecer. Como cierto par de mellizos…

—¿Fuiste a algún concierto? Cuando tenías mi edad, me refiero.

—Vi a los Sex Pistols y a los Dead Boys en el CBGB cuando tenía dieciséis años. Me colé con unos amigos, de otra manera no me hubieran dejado entrar. Fue mi primera borrachera. —Sonrió al recordarlo—. Pero tú no deberías beber —añadió rápidamente.

—No lo hago.

Había probado el alcohol una vez y me resultó tan repugnante que no me quedaron ganas de volver a beber. La verdad, no entendía como a la gente podía gustarle emborracharse hasta perder el sentido (y la memoria).

—Bien.

—Oye, papá…

—¿Sí?

—Siento mucho lo que pasó el otro día —dije avergonzado.

—Yo también lo siento. Sé que te está costando adaptarte y no fui del todo justo contigo —admitió. Guau, debía de sentirse realmente arrepentido si estaba admitiendo que se había equivocado—. Te he comprado una cosa —añadió tras una pausa, sacando un paquetito de su bolsillo.

—¿Qué es?

—Ábrelo y lo sabrás.

Rasgué un lateral del envoltorio en forma de sobre y una brújula cayó en la palma de mi mano.

—Es un llavero, así siempre podrás llevarla contigo —explicó.

—Gracias, papá.

Bueno, al menos era un llavero original, ya que por el momento no pensaba volver a adentrarme en el bosque. Probablemente no pasara nada si me encontraba de nuevo con Evelyn, e incluso puede que se alegrase de verme (yo sí me alegraría de verla), pero Reed era harina de otro costal y no creía que le gustara verme merodeando por su territorio. No, mejor me mantenía alejado de los árboles.

Tras la cena lavé los platos, ordené mi habitación y pasé a limpio el trabajo de Historia, agotado tras el largo día. Cuando me fui a la cama eran casi las once y me dormí enseguida. No importó mucho, en realidad, porque tuve pesadillas con bosques y vampiros. Al despertar no recordaba apenas detalles, pero me sentía tan cansado como si me hubiera pasado la noche de fiesta.

Al día siguiente, en el instituto, sucedió algo inesperado. Lorelei y Stella se acercaron a nuestra mesa durante la comida.

—¿Nos podemos sentar? —preguntó Lorelei.

—Sí, claro —respondió Kyle.

—Gracias.

Lorelei se sentó al lado de Kyle y Stella a su lado, en el sitio libre que quedaba junto a mí. Me sonrió, parpadeando lentamente. Eso mismo era lo que había hecho Evelyn tras insinuar que yo le gustaba.

—Stella y yo estábamos hablando de lo genial que parece el equipo de baloncesto de este año —comentó Lorelei—, y que sería genial que tú y yo quedáramos algún día.

—¿Como una cita? —preguntó Kyle, intentando, sin éxito, hacer como si nada.

—Ajá. Pero Stella no tiene con quién ir y nos gustaría que fuera una cita doble ―continuó Lorelei—. Ya sabes, ella es mi mejor amiga y lo hacemos todo juntas.

—Ben, ¿querrías venir conmigo? —preguntó entonces Stella sonriéndome.

—Me encantaría, pero estoy castigado, lo siento —me excusé.

Stella era muy guapa, pero no quería tener ninguna cita en ese momento. Sobre todo porque cada vez que evocaba una imagen femenina, me venía a la mente Evelyn, con su deslumbrante sonrisa. Probablemente algo andaba mal en mi cabeza para que me sintiera atraído por ella, pero no tenía tiempo de pararme a pensar en ello o me volvería loco. No tenía sentido; me había secuestrado, y casi había muerto, pero aun así… deseaba volver a verla, aunque solo fuera en mis sueños.

—¡Oh…! —La sonrisa de Stella se desvaneció en menos de un segundo—. Es una pena.

—Sí, lo siento —repetí.

—Hunter irá contigo —intervino Kyle—, ¿verdad, Hunter?

—Sí, claro.

Pero Hunter no parecía muy convencido. Me sentí culpable, pero no dije nada.

—Bien, ¡pues todo arreglado! —exclamó alegremente Lorelei—. Quedamos el viernes en el aparcamiento después de los entrenamientos.

Y sin esperar a que Kyle y Hunter se lo confirmaran, ambas se levantaron y se fueron.

—¡Sí! —exclamó Kyle, haciendo un gesto de triunfo con el brazo. Jeremy le palmeó la espalda, dándole la enhorabuena.

—Tío, ¿por qué le has dicho que no a Stella? —quiso saber Hunter.

—No es mi tipo —respondí encogiéndome de hombros.

No había tenido un tipo hasta el momento, pero en los últimos días habría dicho que mi tipo era alta, delgada, pelirroja y muerta.

—¡Pero si es el tipo de todo el mundo! —exclamó Jim.

—Pues haberle pedido tú una cita —repliqué.

Al oír eso, Kyle se echó a reír a carcajadas, como si yo hubiera contado el chiste más gracioso del mundo.

—¿Jim y Stella? ¿En una cita? —dijo en cuanto pudo parar de reír—. ¡Qué gracioso eres, Ben!

—Pues no veo por qué no —dije.

—Las animadoras no se juntan con los frikis —afirmó categóricamente Kyle—. Es como una norma no escrita, o algo así.

—Tampoco es que ella me guste —se defendió Jim—. Solo digo que es guapa, nada más.

—A lo mejor el tipo de Ben es otro más… musculoso —apuntó Jeremy.

—¿Estás insinuando algo? —inquirí.

—Quien se pica, ajos come —replicó Jeremy, encogiéndose de hombros.

—Danny es gay, lo dice por eso —me susurró Hunter en un tono bastante audible.

—La verdad es que se te veía muy cómodo con Danny ayer —comentó Kyle.

—Bueno, para empezar, ni siquiera sabía que Danny es gay. Para continuar, es una persona muy agradable, así que no veo por qué iba a sentirme incómodo. Y para terminar, estamos en 2018, tío, esa es una actitud muy rancia y homófoba —dije.

Pero Kyle no pudo replicarme, porque en ese momento sonó el timbre. Por una vez, me alegré de volver a clase, aunque mi humor empeoró por momentos cuando, tras entregarle los trabajos de Historia Americana, el señor Jenkins volvió a la carga con sus explicaciones a la velocidad del rayo. Al terminar la clase, me dolía tanto la mano que me planteé aprender a lanzar con la izquierda.

Tras las clases, los chicos me preguntaron si quería ir al mercado cubierto, pero decidí que era mejor irme a casa a hacer los deberes, así que decliné la oferta. Aunque me venía bien el ejercicio físico y no pensar, había algunas tareas en las que iba un poco retrasado, sobre todo en Inglés. ¿Quién demonios sabía componer un soneto? Claro que habíamos leído y despedazado en clase varios ejemplos de varios autores, entre ellos el mismísimo Bardo, pero eso no me capacitaba (ni a casi ninguno de mis compañeros) para escribir un soneto decente.

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