»Un día, decidió contárselo a sus padres, pero le dijeron que solo eran imaginaciones suyas. Y ella lo creyó, así que cada vez que venía el hombre del traje, ella cerraba los ojos hasta que sentía que se podía mover de nuevo. Pero un día acompañó a su madre al cementerio y en una de las lápidas vio una foto: era el hombre del traje. Le preguntó a su madre sobre ello, pero ella no sabía quién era. Las visitas continuaron hasta que cumplió los trece años. Tiempo después, estaba en la biblioteca con unas amigas haciendo un trabajo para clase y vio la foto del hombre del traje en un periódico antiguo: había sido condenado a muerte por raptar, torturar y asesinar a dos niñas, dos hermanas; la mayor tenía trece años cuando murió. Cuando mi abuela miró la dirección, no se lo pudo creer: la casa de las niñas era donde ella vivía entonces y su dormitorio era el que había sido de las hermanas. Cuando sus padres murieron, ella vendió la casa, por si acaso, y desde entonces todos los niños que han vivido en la casa afirman haber visto al hombre del traje.
—¿Y qué pasó con la casa? —inquirí—. Es decir, ¿sigue viviendo gente en ella?
—No, los últimos propietarios la pusieron a la venta hace diez años, pero nadie la compró, así que se la quedó el banco. Una vez fui a verla y está en ruinas.
—Tenemos que ir a esa casa —declaró Hunter.
—No creo que le viéramos —dijo Charlie—. Pasamos de los trece años, y hay que tener esa edad o menos para verle. Además, el hombre del traje prefiere a las niñas.
—¿Cuándo te contó tu abuela esa historia? —quiso saber Jim.
—La primera vez cuando tenía diez años. Tenía un sentido del humor un poco peculiar.
—¿Tenía? —repetí.
—Sí, ahora tiene demencia senil o algo así —explicó Charlie apenado—. Cuando voy a verla, siempre me cuenta esta historia, una y otra vez. Casi parece que es lo único que recuerda.
—Lo siento, tío —dijo Hunter—. Aun así, deberíamos ir. Acampar una noche o algo.
Todos estuvimos de acuerdo y fijamos la fecha para dos fines de semana después. A nadie se le ocurrió invitar a Jeremy o a Kyle, y la verdad es que me alegré.
Esa noche dormí bien, sin sueños a pesar de las historias de terror, y el domingo lo dediqué casi por entero a hacer los deberes y mirar el reloj cada poco. Parecía que el lunes no iba a llegar lo suficientemente rápido. Sin embargo, cuando llegó el día, mi nombre encabezaba la lista de los admitidos.
—¿Ves? Te lo dije —dijo Hunter con una gran sonrisa.
Los demás me palmearon la espalda felicitándome. Había estado todo el fin de semana nervioso sin razón alguna, así que sonreí aliviado. Los entrenamientos eran lunes, miércoles y viernes, después de clase, duraban hora y media y, aunque dejaban poco tiempo para hacer los deberes antes de la cena, no me preocupaba.
Apenas cabía en mí de gozo y de nuevo me costó concentrarme en las clases. En el recreo, Kyle se disculpó por haber sido tan capullo conmigo, lo que me sorprendió mucho, aunque gratamente.
—Creía que mi viejo iba a darte la capitanía… No es que no reconozca que eres bueno, pero… supongo que me cegué un poco —admitió avergonzado.
—No te preocupes, lo entiendo —dije—. Solo quieres que tu padre reconozca tu valía, eso es todo.
—Sí. En fin, nos veremos en los entrenamientos.
Sonreí: el día estaba yendo mejor de lo que esperaba de un lunes. Pero en clase de Historia Americana el señor Jenkins se encargó de desinflar mi burbuja de felicidad anunciando que nos ponía un trabajo.
—Quiero que hagáis una cronología de la Guerra Civil y escribáis un resumen de lo más importante de cada batalla. Tenéis hasta el jueves para entregarme algo decente. Y ahora, sigamos. Señorita Martins, empiece a leer, por favor.
Rezongué, al igual que media clase. Stella Martins, la animadora que me había saludado el viernes anterior, empezó a leer con voz monótona. Era más fácil que intentar tomar apuntes a toda velocidad, pero también mucho más aburrido.
—Oye, ¿quieres quedar después de clase para hacer el trabajo? —me preguntó Charlie cuando acabó la clase.
—No puedo, tengo entrenamiento —le recordé.
—¡Ah, es verdad! Se me había olvidado que tú también estás en el equipo ―dijo—. Enhorabuena por entrar, por cierto.
—Gracias.
—De todos modos, puedo esperarte si quieres; tengo que hacer unas cosas para el periódico y ayudar a mi hermana con sus deberes —explicó—, así que probablemente no termine hasta que salgas del entrenamiento.
—De acuerdo, entonces. Nos vemos en la biblioteca después del entrenamiento.
El primer entrenamiento de baloncesto fue bastante bien. Había algunas nuevas incorporaciones, así que el entrenador empezó con un ejercicio para que nos fuéramos conociendo. Consistía en que primero nos pasábamos la pelota diciendo nuestro nombre al recibirla y después, tras un par de vueltas (pasándola cada vez más rápido), diciendo el nombre del jugador a nuestra derecha y luego el del que estaba a nuestra izquierda. Al cabo de un rato, empezaron a sonarme casi todos los nombres.
—Muy bien. Ahora que os conocéis un poco mejor, quiero que os pongáis por parejas —indicó el entrenador—. Vamos a empezar trabajando los pases cortos.
Ni Charlie ni Jeremy, a pesar de gustarles jugar, estaban en el equipo, así que el compañero de Kyle por defecto cuando se trataba de hacer ejercicios por parejas era Hunter. Durante un momento, me encontré desorientado, hasta que uno de los jugadores tuvo compasión de mí y se me acercó.
—¡Hola! —saludó alegremente—. Eres Ben, ¿verdad?
—Sí.
—Soy Danny Hawkins —se presentó tendiéndome la mano—. Me siento detrás de ti en Historia Americana y en Español.
—Encantado de conocerte —respondí estrechándosela.
Danny era bueno, cualquiera podía darse cuenta después de un rato de verle jugar, pero carecía de la agresividad de Kyle o de sus ganas de protagonismo, por lo que trabajar con él era mucho más agradable. Era algo más alto que yo, de piel color café con leche, ojos castaños y pelo corto, con un curioso dibujo rapado en los laterales.
—¿Quién te ha hecho ese peinado? —le pregunté mientras practicábamos los pases en movimiento—. Mola mucho.
—Mi madre. Es peluquera.
—Quizá debería pedirle que me hiciera un corte de pelo nuevo —sugerí.
—No te ofendas, Ben, pero un peinado con símbolos tribales africanos no es lo que mejor le va a un chico blanco —bromeó.
—Oh, no, no me refería a un peinado como el tuyo —expliqué—. Pero tiene talento.
—Bueno, si quieres pasarte, su peluquería está junto al MSS.
—¿MSS? —repetí confuso.
—El Mike’s Sports Spot. MSS para abreviar.
Mike’s Sports Spot era la tienda de deportes. Realmente debía prestar más atención, porque en aquella primera exploración de Elmer’s Grove no me había dado cuenta de que había una peluquería junto a la tienda.
—Anotado.
—De todas formas, si quieres mi opinión, el pelo así de largo te queda muy bien.
—¡En silencio, señoritas! —nos amonestó el entrenador.
Al terminar el entrenamiento, pregunté a Danny si quería quedarse en la biblioteca a hacer el trabajo conmigo y con Charlie.
—Cuantos más mejor —dije.
—No puedo, tío, tengo que llevar a mi hermana a casa —explicó—. Quizá otro día.
—Claro.
En los vestuarios, le dije a Hunter que iba a la biblioteca a estudiar con Charlie y extendí la invitación a su persona. Accedió, así que apuramos todo lo posible para no hacer esperar a Charlie.
La hermana de Charlie, Hayley, estaba en la biblioteca cuando entramos, sentada junto a él. Se parecían mucho, incluso ella tenía el mismo peinado, solo que su pelo era más largo y llevaba el flequillo teñido de rosa. Se sonrojó al presentarse y no paró de echarme miradas furtivas en todo el tiempo que estuvimos allí. Finalmente, tras varios intentos y tras consultar varias webs y artículos en línea sobre la Guerra Civil, escribí un borrador del que me sentía satisfecho. Se estaba haciendo tarde, así que le pregunté a Hunter si le importaba que nos fuéramos ya.
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