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Dedicatoria
1. 1. —¿Cómo que te vas? Chloe me soltó la mano. —Lo sé, es una mierda —mentí—. Mis padres creen que sacaré mejores notas en un colegio nuevo. Otra mentira. —¡Qué fascistas! —dijo Chloe, algo bastante irónico, ya que mis padres se conocieron en el colectivo feminista-socialista-anarquista de la universidad. —Me irá bien. El Billy Hughes es un buen centro. —¿Pero qué tiene de malo el nuestro? Si al final son todos iguales. Son todos parte de un sistema de aprendizaje institucionalizado, diseñado para que te conviertas en un robot. Negué con la cabeza. —El Billy Hughes es más progresista. Su lema es «Aprendizaje independiente». —Pero tú no quieres ir, ¿no? —Chloe entrecerró los ojos. Vaya que sí. —Yo no quiero dejarte —respondí. —¡Te van a machacar, Ava! —Chloe frunció el ceño con preocupación—. Todo serán reglas, deberes y exámenes estandarizados. Cero libertad creativa. Seguro que tienen hasta policías. Me encogí de hombros. ¿Cómo le explicaba a Chloe que yo quería reglas, deberes y exámenes estandarizados? Quería desafíos. Quería estar con gente a la que le importasen las matemáticas, las estructuras y los resultados. Los policías no me hacían mucha gracia, eso era verdad. En realidad, había sido yo la que les había rogado a mis padres que me mandasen a una escuela privada. Escribí cartas, hice el examen para optar a una beca y, cuando me llegó la carta de aceptación, justo antes de primavera, bailé por toda la habitación como una loca. —Tampoco es que me vaya a ir a otro país —dije—. Todavía podemos quedar después de clase y los fines de semana. Chloe encendió un cigarrillo, le dio una larga calada y exhaló el humo con un suspiro. —Pues qué bien.
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Agradecimientos de la autora
Notas de la traducción
Créditos
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Para Jen Forward, que me convenció para unirme a los técnicos de escenarios en el instituto y, aun hoy, sigue irradiando genialidad.
—¿Cómo que te vas?
Chloe me soltó la mano.
—Lo sé, es una mierda —mentí—. Mis padres creen que sacaré mejores notas en un colegio nuevo.
Otra mentira.
—¡Qué fascistas! —dijo Chloe, algo bastante irónico, ya que mis padres se conocieron en el colectivo feminista-socialista-anarquista de la universidad.
—Me irá bien. El Billy Hughes es un buen centro.
—¿Pero qué tiene de malo el nuestro? Si al final son todos iguales. Son todos parte de un sistema de aprendizaje institucionalizado, diseñado para que te conviertas en un robot.
Negué con la cabeza.
—El Billy Hughes es más progresista. Su lema es «Aprendizaje independiente».
—Pero tú no quieres ir, ¿no? —Chloe entrecerró los ojos.
Vaya que sí.
—Yo no quiero dejarte —respondí.
—¡Te van a machacar, Ava! —Chloe frunció el ceño con preocupación—. Todo serán reglas, deberes y exámenes estandarizados. Cero libertad creativa. Seguro que tienen hasta policías.
Me encogí de hombros. ¿Cómo le explicaba a Chloe que yo quería reglas, deberes y exámenes estandarizados? Quería desafíos. Quería estar con gente a la que le importasen las matemáticas, las estructuras y los resultados. Los policías no me hacían mucha gracia, eso era verdad.
En realidad, había sido yo la que les había rogado a mis padres que me mandasen a una escuela privada. Escribí cartas, hice el examen para optar a una beca y, cuando me llegó la carta de aceptación, justo antes de primavera, bailé por toda la habitación como una loca.
—Tampoco es que me vaya a ir a otro país —dije—. Todavía podemos quedar después de clase y los fines de semana.
Chloe encendió un cigarrillo, le dio una larga calada y exhaló el humo con un suspiro.
—Pues qué bien.
Chloe era la persona más sensacional que había conocido jamás. Era alta y delgada, con dedos largos y elegantes y hombros puntiagudos, como las modelos de las fotos de pasarelas. Ese día llevaba una falda de tubo negra con medias de rejilla y botines estilosos, que se había quitado y había dejado al lado de mi cama. También llevaba una camiseta negra bajo una chaqueta oscura y entallada de tweed . El pelo, corto, teñido de negro y con gomina en las puntas, le daba cierto aspecto de elfa. En su nariz brillaban dos pendientes plateados, y otros cuatro en cada oreja. Tenía las uñas pintadas de un color ciruela muy oscuro. La única luz que emanaba de ella venía de su piel de porcelana y su cigarrillo blanco.
Chloe leía clásicos literarios con las cubiertas hechas cisco que encontraba en mercadillos y tiendas de segunda mano. Todos estaban escritos por personas como Anaïs Nin y Simone de Beauvoir, y le daban un aspecto muy intelectual, sobre todo cuando llevaba sus gafas elegantes con montura de carey.
A Chloe no le gustaba el instituto. Decía que la mayoría de los profesores eran fascistas, y a veces incluso criptofascistas, significase lo que significase aquello. Decía que nuestro sistema educativo nos volvía dóciles y estúpidos, y que la verdadera educación solo venía del arte, la filosofía y la experiencia vital. Chloe prefería sentarse en el muro bajo de piedra que rodeaba la escuela, fumar, hablar sobre el existencialismo y la vida, y enrollarse conmigo.
Era maravillosa y yo estaba convencida de estar enamorada de ella.
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