Las arrugas del rostro de Dennis se hicieron aún más pronunciadas.
—Ayuda a los chicos —dijo.
Se dirigió a zancadas a un despachito y se encerró allí. Me volví hacia Jen con cara de no entender; ella se encogió de hombros.
—Dennis es un poco anticuado —dijo—. Las chicas no podemos usar las herramientas.
Abrí mucho la boca.
—¿En serio? Entonces, ¿qué hacemos? ¿Sándwiches de pepino? ¿Bollitos al horno? ¿Servir cerveza de jengibre?
Jen no pareció tan preocupada.
—Sostenemos la madera mientras los chicos la sierran y lijamos los bordes. Y, después, la pintamos.
No podía imaginarme lo que diría Chloe ante algo así. ¡Era escandaloso! Pensé en largarme y llamar a los periódicos locales. ¿Por qué permitía Jen un comportamiento tan sexista? Era ridículo.
Jen no bromeaba. Me pasé toda la mañana sentada en largas planchas de madera mientras los chicos las serraban; fue de lo más humillante.
Los otros charlaban animadamente acerca de las clases y los profesores, pero yo estaba de mal humor y no les prestaba atención. Además, no había ido allí a hacer amigos. De esos ya tenía de sobra. Solo estaba allí para coincidir con Alexis, Ethan y los demás a la hora de comer.
—¿Y tú, Ava? —dijo de repente Kobe, sacándome de mi ensimismamiento. Era la primera vez que lo oía hablar.
—¿Yo qué?
—¿Preferirías tomarte dos cucharadas de uñas de pies o hacer gárgaras con media taza de sudor?
Me quedé horrorizada. ¿Se trataba de alguna clase de rito de iniciación?
—Eh… ¿Ni lo uno ni lo otro?
—Tienes que elegir una opción. Son las reglas.
Torcí el gesto.
—Las uñas, supongo, si están limpias.
—Tiene sentido —dijo Kobe, que balanceaba un martillo—. ¿Y preferiríais comeros antes a una persona o a dos gatos y dos perros?
Esta gente estaba chiflada.
—Gatos y perros —dijo Sam inmediatamente.
Jacob se lo pensó.
—¿Puedo afeitar antes a los gatos y los perros? —preguntó.
—No. —Kobe negó con la cabeza—. Tal cual. Crudos y con pelo.
—¿Y puedo elegir la raza?
—No, se eligen al azar de un refugio.
Jacob hizo una mueca.
—Entonces una persona. No quiero masticar pelo.
Sam atacó un trozo de madera con una sierra eléctrica y el serrín saltó por todas partes, como si fuera nieve de color miel. Olía muy bien.
—Me toca. —Jacob se quitó las gafas y se las limpió con la camiseta—. ¿Preferiríais hacerlo con una chica muerta de buen ver o con una abuela de noventa y seis años sin dientes?
Hubo gritos de repugnancia. Jen arrojó un trozo de papel de lija a la cabeza de Jacob.
—¿Qué? —Él se puso de nuevo las gafas—. ¿Kobe puede hablar de comerse a una persona muerta y yo no puedo hablar de follar con una?
—No pienso responder a eso. —Jen sacudió la cabeza.
Jacob suspiró y asintió en dirección a Sam.
—Vale. Te toca, Ranga .
Sam terminó de cortar la madera con la sierra y el extremo cayó al suelo con un «cloc». Se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre la madera, pensando.
—Preferiríais… —dijo al fin, con una sonrisa apuntándole en la comisura de los labios—. ¿Preferiríais tener la necesidad irreprimible de cantar canciones de Disney cuando os ponéis cachondos o poneros cachondos de forma irreprimible con personajes de Disney?
—Lo segundo —dijo Jacob sin dudarlo—. La Sirenita está tremenda.
Jen se rio.
—¿Y qué hay del Rey León? —preguntó.
—¿Cómo te puede poner cachondo alguien que te dejaría la boca llena de pelos? —dijo Sam.
—Bah —dijo Jacob—. ¿Y qué me dices de Jasmine de Aladdin ? ¿Y la de La bella y la bestia ?
—Sí, Bella está muy buena —dije yo.
¿Se me había escapado eso? Tragué saliva. Tenía que haber dicho algo acerca de uno de los hombres de las películas de Disney. ¿Y si esa gente sumaba dos más dos? Me estrujé el cerebro, tratando de pensar en algo más que decir, pero no se me ocurrió nada.
—Yo elijo la opción A —dijo Jules—. Los chicos de Disney son todos demasiado simples y aburridos para mí. Y sentir ganas de cantar canciones de Disney cuando me pongo a mil me suena muy bien.
Uf. Me había salvado. A todo esto, ¿Jules era gay?
—Te toca, Ava —dijo Jen—. Piensa en una elección.
—Eh… —Todo el mundo me miraba. Sacudí la cabeza—. Lo siento, no se me ocurre nada.
Hubo una pausa. Kobe dejó el martillo y Jacob se rascó la cabeza. Sam me miró. Parecía… decepcionado. Me sentí fatal, como si de verdad los hubiera dejado en la estacada.
Entonces, Sam sonrió. No había calidez en su gesto: le caía fatal de verdad.
—No importa, ya es la hora de comer —dijo.
¡Hurra! Por fin podría escapar de los frikis y ver a mis amigos.
Le envié un mensaje a Alexis para preguntarle dónde quedábamos y me respondió enseguida:
Sorry, no salimos hasta la 1 y media.
Miré el reloj. Eran las doce.
Me pregunté si podría hacer la pausa para comer más tarde. El estómago me rugió en señal de protesta: no había comido nada en todo el día salvo el dónut de las ocho, y me moría de hambre.
Los otros se estaban echando las mochilas al hombro y ya se marchaban. Dudé. ¿Iban a alguna parte juntos? ¿Debía ir con ellos? No me habían invitado, pero dudaba que los hubiese impresionado con mi ingenio y salero. Tragué saliva y me sentí algo avergonzada.
Jen se giró antes de salir al brillante exterior.
—¿Vienes? —dijo con una sonrisa.
Yo le sonreí también.
—Eh… —farfullé con lo que ya era mi respuesta estándar a todo lo que esa gente me preguntaba—. Tengo cosas que hacer.
No quería pasar el tiempo con los frikis de los técnicos de escenarios. O sea, interesantes eran, pero también groseros e infantiles.
—Vale —respondió ella—. Si las acabas, estaremos en el restaurante de fish & chips de más abajo o en los jardines del edificio Nova.
Asentí y esperé a que se marchasen antes de subir sigilosamente las escaleras en dirección al auditorio.
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