—Tutoría de fracasos. —La chica sonrió.
—Fraturía —respondió el chico, y todos comenzaron a reírse otra vez.
El chico gordo recogió una mochila y se la colgó del hombro.
—Venga —dijo—. Nos vemos en el escenazo de mañana.
¿Escenazo? Mientras se dispersaban, recordé lo que Alexis había mascullado cuando me vio mirándolos mi primer día en el Billy Hughes: Los frikis de los técnicos de escenarios.
Técnicos de escenarios. Esos eran los que pintaban y construían los decorados. Eran los que hacían cosas para los escenarios donde se representaban los musicales. Los técnicos de escenarios se reunían después de clase y los fines de semana y a las mismas horas en las que el reparto ensayaba. Y lo más importante: los técnicos de escenarios no tenían que cantar jamás .
Pero Alexis odiaba a los técnicos de escenarios. Pensaba que eran unos frikis.
Pero unirme a ellos no tenía que significar que yo lo fuera. Y estaría ayudando con el musical, y podría ver a Alexis y al resto en las pausas. Aún podría conocer a Ethan.
A lo mejor sería incluso una buena influencia para los frikis, los desfrikizaría un poco.
Sabía que Alexis lo desaprobaría, pero… ¿qué otra posibilidad tenía? Además, tenía que admitir que a una parte de mí le fascinaban esos chicos. Había algo atractivo en la forma en la que se reían y hacían el payaso. Ninguno parecía agotado de ser quien era.
Me puse en pie. ¿Debía hacerlo? ¿Sería el equivalente a cometer un suicidio social? ¿O era mi oportunidad de que se fijasen en mí, de formar parte de algo, de encajar?
Antes de tener tiempo de cambiar de idea, regresé al auditorio y me apunté.
Nunca había ido al colegio un sábado. A las ocho de la mañana. El inmenso edificio del Billy Hughes se alzaba frío y silencioso, sin hordas de adolescentes inteligentes entrando o saliendo.
Aún no había aparecido ningún miembro del elenco ni la orquesta, porque los ensayos no empezaban hasta las diez. Yo tenía que presentarme en el subterráneo, fuese lo que fuese eso. Imaginaba que sería el sótano que estaba debajo del auditorio.
Alexis se horrorizó cuando le dije que me había apuntado a los técnicos de escenarios.
—¿Con esos frikis? —había dicho—. ¡No, no lo hagas!
Sentí una punzada de arrepentimiento. A lo mejor había cometido un error.
—Pero así podré participar en el musical —le dije—. Todavía podremos vernos en los ensayos.
No pareció muy convencida.
—¿Tan terribles son? —pregunté.
Alexis cerró los ojos.
—Son peores. Se pasan todo el rato en el subterráneo en compañía de un viejo repugnante. Nunca van a clase, no se unen a ningún club ni a ningún equipo de deporte. Y mírales la ropa. Es que no pertenecen al Billy Hughes.
—Pero tan tontos no serán si están aquí.
—Bueno… —dijo Alexis de mala gana—. Supongo que no, pero se pasan todo el tiempo hablando de cosas que a nadie le importan. No tienen objetivos ni ninguna estrategia de vida.
Yo tampoco estaba muy segura de tener esas cosas. No había previsto nada más allá de entrar en el Billy Hughes y salir con algún chico.
Alexis, amablemente, no había hecho ningún comentario acerca de mi audición, pero vi que algunos alumnos me miraban por los pasillos, intentando no reírse. La vergüenza me corroía por dentro. Tenía suerte de que Alexis aún quisiera ser mi amiga; ni siquiera entendía sus razones. Habíamos hablado de quedar con Ella-Grace (¡y con Ethan!) a la hora de comer: solo tenía que aguantar hasta entonces.
Del subterráneo salía música a todo volumen: solos distorsionados de guitarra y bajos que hacían vibrar las paredes. Era demasiado temprano para poner rock, pero supuse que era mejor eso que trance a lo bestia o pop cursi. Empujé la puerta.
El subterráneo era un cruce entre una tienda de segunda mano y un taller mecánico. Los percheros con trajes colgados se amontonaban entre antiguas piezas de atrezos. Había varios tablones apoyados contra una pared, mientras que de otra colgaba una impresionante colección de sierras, martillos y otras herramientas del estilo.
Algunos técnicos de escenarios estaban sentados en el suelo y otros se tambaleaban sobre ridículos taburetes de madera. Bebían cafés en vasos de cartón y comían dónuts.
La chica de aspecto impresentable (la camiseta de hoy era de Battlestar Galactica ) fue la primera en levantar la vista y le dio un codazo al chico gordo de pelo rizado. El pelirrojo desaliñado alargó el brazo y apagó la cadena musical, y se hizo el silencio.
—Los ensayos no empiezan hasta las diez —dijo el pelirrojo con una expresión que se traducía como «largo de aquí, actriz estúpida».
Tragué saliva. ¿Era esa otra de mis ideas estúpidas, como la de presentarme al casting ? A lo mejor todo lo del Billy Hughes era una idea estúpida.
—Eh… —vacilé; un comienzo excelente—. Soy Ava. Vengo por lo de los técnicos de escenarios.
Cinco pares de ojos me observaron con indiferencia.
—Para el musical. Me he apuntado —dije con la boca pequeña.
El pelirrojo frunció el ceño y sus pecas se fundieron unas con otras. El chico bajito de apariencia algo más cuidada se levantó.
—Estupendo —dijo—. Bienvenida, yo soy Jules. Pilla un dónut.
Cogí un dónut con cuidado, sintiéndome culpable (Chloe me habría puesto de vuelta y media porque era del Donut King, que era una multinacional malvada; Alexis habría desaprobado las calorías vacías). Jules me presentó a los demás.
La chica se llamaba Jen. Me dirigió una sonrisa llena de hierros y un saludo extraño que creo que era de Star Trek . Qué vergüenza ajena. El chico gordo con pelo rizado y gafas pasadas de moda era Jacob. El chico asiático, Kobe. Ambos me dijeron hola y me estrecharon la mano a la manera extraña y adulta del Billy Hughes. El pelirrojo era Sam, que frunció el ceño de nuevo y solo me dedicó un asentimiento cortés.
Me terminé el dónut y Jules miró su reloj.
—Dennis está al llegar. En cuanto aparezca, empezamos.
—¿Quién es Dennis? —pregunté.
—Profe —dijo Jacob con la boca llena, y alargó la mano para coger otro dónut—. Vigila que no nos arranquemos un brazo o dos con las peligrosas herramientas.
Jen se extraía trocitos de dónut de entre los brackets .
—Allí hay un cuarto de baño —dijo señalando en esa dirección—, por si quieres cambiarte.
—¿Cambiarme?
Echó un vistazo a mis vaqueros y mi camiseta rosa.
—Con eso te vas a poner perdida.
Iba a decirle que no había traído otra ropa cuando la puerta se abrió y entró un hombre que solo podía ser Dennis.
Parecía más el guardián de un faro que un profesor. Debía de tener unos mil años; las profundas arrugas de su rostro me hicieron pensar en Popeye o el Viejo Marinero. Tenía unas cejas gruesas de color gris, fruncidas en una perpetua mueca de desdén, y una barba asalvajada. Llevaba el pelo largo y canoso en una coleta sencilla. Me aterrorizó al instante.
—Basta de cotillear, señoritas —dijo con voz cavernosa—. Empecemos. Jacob, Jules, a serrar. Kobe, Sam, comenzad a juntar tablones.
Todo el mundo se puso en pie y comenzó su tarea. No me había dado nada que hacer a mí, y tampoco a Jen. Para ser digna del Billy Hughes, tenía que mostrar algo de iniciativa. Fui hacia Dennis y extendí la mano.
—Hola, soy Ava.
Dennis me miró la mano como si fuera una serpiente y encendió un puro de color marrón. Yo no creía que los profesores pudieran fumar, y mucho menos en interiores.
—¿Qué puedo hacer? —pregunté.
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