Lili Wilkinson - Pink

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Los padres de Ava son dos intelectuales neohippies. La novia de Ava es una hípster sofisticada —y asfixiantemente posesiva— que jamás regresa a un local si comienza a ponerse de moda. ¿Y Ava? En secreto, Ava sueña con ponerse un jersey rosa, alternar con las chicas más populares y convertirse en la estrella del musical de su colegio.Y, tal vez, por qué no, probar a salir con chicos. Pero el rechazo fulminante en el casting la obliga a alternar con un grupo que pone a prueba su afán de normalidad: los técnicos de escenarios. No puede haber nada peor para Ava, a quien le horroriza su humor absurdo, su apariencia desaliñada, su… falta total y absoluta de vergüenza. Pink es una comedia exquisita sobre la aceptación personal, el disfrute culpable de la cultura de masas y encontrar una familia donde menos te la esperas.«Esta novela superdivertida, irónica y conmovedora nos recuerda que los amores de color de rosa vienen en muchas formas. Léela. Puede que te cambie la vida». (John Green)«Para las chicas nerds a las que les gustan las matemáticas y no se avergüenzan de ello. Para las chicas que no son nerds y buscan un libro con el que reírse. Para cualquiera que haya deseado que ser adolescente tenga un final feliz». (Pink Me)

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—¿Probamos otra vez? —Oí vagamente que decía el señor Henderson.

Asentí de nuevo e inspiré hondo. La melodía sonó débilmente en el piano una vez más. Miré la partitura delante de mí y abrí la boca.

Una vez que comencé a cantar, fue mejor. La voz me salía un poco temblorosa, pero la de Céline también sonaba trémula y vulnerable en la primera estrofa, así que di por supuesto que era bueno. ¿Tenía que hacer algo más?

¡Míralos a los ojos! Cierto. Había llegado al estribillo, así que alcé la vista de la partitura y parpadeé. La luz blanca me cegó. ¿Por qué tenía que ser tan intensa? Entrecerré los ojos y escruté la oscuridad más allá del alcance del foco. No veía nada.

Estaba tan concentrada en buscar la mirada del señor Henderson que se me pasó el comienzo de la segunda estrofa. Nerviosa, volví a mirar la partitura, pero tenía los ojos húmedos por mirar tan fijamente a la luz y no supe por dónde íbamos. Mascullé algunos «la, la, la» y fruncí el ceño mientras intentaba encontrarme. Para cuando lo hice, el piano con sonido de hojalata había llegado al siguiente estribillo.

Esa era la parte en la que realmente podía demostrarles mi valía.

Eché la cabeza hacia atrás y me consagré a la canción.

Estaba metida por completo en el momento, cantando igual que Céline, girando la cabeza como los cantantes profesionales y balanceándome de un lado a otro con pasión. Céline sabía de lo que hablaba. No quería seguir estando sola. Quería ser parte de esa nueva familia de focos luminosos, música y lentejuelas. Y Céline iba a llevarme hasta ella.

Cuando llegué al « anymore » más agudo, me di cuenta de que el piano había dejado de sonar.

¿Estaban impresionados con mi interpretación? ¿El pianista se había echado a llorar sobre las teclas?

Me quedé sin aliento en mitad de la nota y callé.

Hubo un largo silencio. Eso era bueno, ¿no?

No lo era.

Cuando el señor Henderson habló, ya no sonó como si estuviera tan lejos. Sus palabras fueron muy claras:

—Bien, acabo de perder treinta segundos de mi vida que nadie me va a devolver.

Hubo risitas entre alumnos y profesores.

—Eh… —dije—. Perdón, ¿puedo intentarlo otra vez? Estaba un poco nerviosa, no esperaba una luz tan intensa.

—No —dijo el señor Henderson.

—Pero suelo ser mucho mejor. Normalmente canto muy bien.

—Cuesta creerlo. ¡Siguiente!

—Espere —farfullé. Notaba el cuerpo caliente y tembloroso, como si tuviese la gripe—. No es justo. No lo estaba haciendo todo lo bien que puedo. Tiene que darme otra oportunidad.

El señor Henderson dijo, con tono duro y condescendiente:

—Mira, guapa, me da que incluso cuando lo haces lo mejor que puedes, a tu lado el dinosaurio cantarín de antes es una diva.

Sentí lágrimas en los ojos.

—¿Puedo al menos cantar mañana otra vez, en las audiciones de baile? —pregunté, pero la voz se me quebraba.

El señor Henderson se rio.

—Cariño, tú no vas a ir a las audiciones de baile. Como mucho, lo único que harás en este espectáculo será vender entradas.

Quise morirme. Parpadeé frenéticamente, tratando de no echarme a llorar. Aquel era el final de mi intento de ser una chica inteligente y popular. Tendría que rogarle al dinosaurio cantarín que fuese mi amiga.

Me marché a trompicones del escenario, sin ver por dónde iba, pensando que las cosas no podían ponerse peor. Una decisión muy tonta, porque en cuanto lo pensé, tropecé en el último escalón y me caí todo lo larga que era en el pasillo. Quise que la moqueta me tragase.

—¡Ava! —La voz parecía la de Alexis—. ¿Estás bien?

Levanté la vista. Alexis tenía la frente arrugada de preocupación, pero eso solo la hacía parecer aún más bonita. Por un instante, la odié como no había odiado nunca a nadie: odiaba su naricilla respingona; odiaba que fuese inteligente sin esforzarse y que, aun así, lograse ser pija y popular; odiaba que supiese instintivamente qué vaqueros combinaban con deportivas y cuáles con tacones. Odiaba su voz maravillosa y su vida perfecta, absolutamente perfecta.

Me puse en pie como pude y salí corriendo del auditorio.

Pink - изображение 18

No quería que Alexis me siguiese, así que me escondí detrás del gimnasio. Me apoyé contra el muro y respiré hondo, intentando no llorar. El aterrizaje sobre la moqueta me había irritado las manos y me dolía la nariz.

Entonces vi que no estaba sola. Allí estaban los chicos raros, esos que llevaban camisetas negras desgastadas. Estaban jugando con una pelota de ganchillo; se la pasaban unos a otros con el pie, tratando de no dejarla caer, y se reían. Nadie se fijó en mí.

La chica —que llevaba otra camiseta gigantesca de algo llamado Enano rojo — falló y la pelota cayó al suelo con un «plof». El chico pelirrojo y desaliñado soltó una risotada y la señaló.

—¡Fracaso! —gritó—. ¡Fracaso épico! ¡Fracaso colosal! ¡Fracaso intergaláctico!

—¡Ya te daré yo a ti fracaso, Fantalones!

La chica recogió la pelota y se la pasó en un arco muy elevado. El chico se llevó las manos al pecho de forma dramática, emitió ruiditos de pánico y comenzó a hacer eses. Se chocó a la vez con el chico gordo y peludo y el chico asiático; este cayó al suelo y arrastró con él al último chico, el que vestía camisas. Los dos rodaron por el polvo.

—¡Oh, infortunio! —dijo el pelirrojo, mirando los cuerpos caídos—. Cuando muere un mendigo, no aparecen cometas. —Alzó las manos al cielo—. Los propios cielos resplandecen ante la muerte de los príncipes. —Y se dejó caer sobre los otros chicos con un quejido.

Era muy inmaduro. Tanto a Alexis como a Chloe les parecería una escena ridícula; probablemente sería lo único en lo que estarían de acuerdo. Pero los chicos se reían a carcajada limpia y no recordaba la última vez que yo me había reído así. Me olvidé de intentar no llorar y los observé.

Miré a la chica. Tenía un pelo horrendo . (Otro punto en el que Chloe y Alexis estarían de acuerdo; a lo mejor tenían más en común de lo que pensaba). No tenía nada de estilo. Llevaba brackets de los viejos, de metal, no los transparentes que lleva la mayoría de la gente. Carecía por completo de gracia, era torpe y desgarbada. Tendría que estar triste y sin amigos. Toda esa gente debería estar triste y sin amigos. Un chico asiático de aspecto huraño. Un chico gordo con un montón de pelo rizado y gafas pasadas de moda. Un crío vestido como Johnny Cash. Una obsesa de la ciencia ficción que vestía fatal. Un payaso con el pelo de color zanahoria.

Proscritos.

Pero no parecían tristes ni sin amigos. En realidad, allí la única persona que estaba triste y sin amigos era yo. Me dejé resbalar al suelo y me senté con la espalda contra el muro.

Creía que lo del Billy Hughes sería más sencillo. Que lo peor sería la mayor carga de trabajo. No me había imaginado que también sería difícil encajar. Nunca había encajado con las amigas de Chloe porque era demasiado organizada y tradicional, pero resultaba que aquí no lo era lo bastante.

De repente, me sentí cansada de intentar ser una alumna modelo del Billy Hughes. ¿Era normal que fuese tan agotador ser una misma?

Los chicos desaliñados se levantaron y el pelirrojo miró su reloj:

—Vaya, me tengo que ir.

La chica se sacudió el polvo de los vaqueros.

—¿Tienes tutoría? —preguntó.

El chico pelirrojo asintió e hizo un mohín.

—Fracaso de tutoría.

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