Lili Wilkinson - Pink

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Los padres de Ava son dos intelectuales neohippies. La novia de Ava es una hípster sofisticada —y asfixiantemente posesiva— que jamás regresa a un local si comienza a ponerse de moda. ¿Y Ava? En secreto, Ava sueña con ponerse un jersey rosa, alternar con las chicas más populares y convertirse en la estrella del musical de su colegio.Y, tal vez, por qué no, probar a salir con chicos. Pero el rechazo fulminante en el casting la obliga a alternar con un grupo que pone a prueba su afán de normalidad: los técnicos de escenarios. No puede haber nada peor para Ava, a quien le horroriza su humor absurdo, su apariencia desaliñada, su… falta total y absoluta de vergüenza. Pink es una comedia exquisita sobre la aceptación personal, el disfrute culpable de la cultura de masas y encontrar una familia donde menos te la esperas.«Esta novela superdivertida, irónica y conmovedora nos recuerda que los amores de color de rosa vienen en muchas formas. Léela. Puede que te cambie la vida». (John Green)«Para las chicas nerds a las que les gustan las matemáticas y no se avergüenzan de ello. Para las chicas que no son nerds y buscan un libro con el que reírse. Para cualquiera que haya deseado que ser adolescente tenga un final feliz». (Pink Me)

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Así que… ¿por qué deseaba tanto marcharme?

Pink - изображение 3

Cuando les dije a mis padres que era lesbiana, me montaron una fiesta. En serio, con champán y todo. Fue lo más vergonzoso que me había pasado.

Mis padres adoraban a Chloe incluso más que yo. Cuando ella venía a casa, solía terminar leyendo algún libro de Ann Sexton con Pat o escuchando a Bob Dylan en vinilo con David. Pero a mí no me decían nada los poemas trillados acerca de úteros y, sinceramente, pensaba que Bob Dylan estaba sobrevalorado, así que me quedaba sentada educadamente, como si estuviera en casa de otra persona, hasta que sonaba el teléfono o algo así y podía arrastrar a Chloe a mi habitación. Allí hablábamos algo menos sobre feminismo; después, Chloe me leía algún fragmento de mi libro favorito de relatos de Borges y yo la hacía reír imitando a la señora Moss, nuestra profesora de Inglés, que tendría como setenta años. Conseguir que los labios de Chloe se curvaran hacia arriba y que sus ojos se arrugaran al reírse me hacía más feliz que ninguna otra cosa en el mundo.

Cuando llegaba la hora de que Chloe regresase a casa, se atusaba el pelo, se recolocaba la ropa y volvíamos a la cocina. Pat y David siempre parecían apenados de que se fuese.

—¿Tan pronto? —decía Pat—. ¡Pero si apenas hemos hablado!

A veces creía que mis padres deseaban que Chloe fuese su hija.

Pink - изображение 4

Al llegar a casa, saludé a Pat y David, me metí en mi habitación y cerré la puerta. Yo quería tener pestillo, pero no había manera de que mis padres me dejasen. Algo así implicaría que tenía secretos, y ellos eran los padres más liberales y tolerantes del mundo: ¿qué podía querer ocultarles yo?

Si supiesen…

Abrí el armario y rebusqué entre viejas sandalias cangrejeras y pantalones de chándal pasados de moda hasta que casi llegué a Narnia. Y saqué una bolsa. Era una de esas bolsas acharoladas, de color celeste, con asa de tela fina. El tipo de bolsa que llevan las personas que salen en la tele cuando están «de shopping » con un presupuesto que podría alimentar a un país africano entero.

En la bolsa había un paquete envuelto en papel de color amarillo limón, sellado con una pegatina celeste ovalada con letras doradas. Conteniendo el aliento, despegué suavemente la pegatina y abrí el paquete con la oreja puesta por si oía a Pat o David acercarse, ya fuera para ofrecerme un café o una charla sobre posestructuralismo.

Dentro del paquete había un jersey. Un jersey rosa de cachemira con un dibujo de rombos, para ser exactos. Era lo más suave del mundo y los diamantes de color rosa y crema estaban unidos, como almas gemelas.

Me acaricié la mejilla con su suave textura y me puse delante del espejo, sosteniendo el jersey sobre mi cuerpo. No necesitaba ponérmelo; sabía que me quedaba bien. Lo sabía porque me lo había probado en la tienda. Y era tan bonito, tan suave, tan… rosa. Tenía que comprarlo. Aunque sabía que después no podría ponérmelo, porque Chloe se moriría de risa si lo viese.

Yo nunca llevaba ropa de color rosa. El rosa no era vanguardista. El rosa no era existencial. El rosa era para las princesitas, los zapatos de ballet y las hadas con purpurina.

Cuando tenía cinco años, solo llevaba cosas rosas. Todo era rosa, desde mis bragas hasta mis calcetines, pasando por mis vestiditos vaporosos y mi reloj Flik Flak. No quería llevar nada de ningún otro color y mis padres estaban horrorizados; se morían por vestirme con camisetas del Che Guevara para bebés y boinas negras a lo bohemio.

Todos mis juguetes eran rosas. Solo usaba lápices rosas. Insistí para que pintasen las paredes de mi habitación de rosa.

Pero ya no era así. Años después, mi habitación estaba pintada de un gris pálido y sombrío, con zócalos y arquitrabes de color carbón. Ya no había pósteres de unicornios en las paredes; habían sido reemplazados por láminas artísticas en blanco y negro. Mis padres tenían que estar orgullosos. Ni siquiera había una bandera arcoíris; como Chloe decía, no éramos esa clase de lesbianas.

A medida que crecía, Pat y David me habían ido convenciendo por agotamiento. Me explicaban que el rosa era un significante vacío de feminidad y que ninguna de las otras niñas llevaba un vestido rosa bajo la bata para la clase de pintura. Me enseñaban artículos de revistas sobre Britney Spears (antes de que se descarriase) y sacudían tristemente la cabeza.

Cuando terminé la primaria, habían ganado. El péndulo se había colocado en el extremo opuesto: el negro. Para entonces, con suerte se me veía con falda y, cuando cumplí los catorce años, ya había tirado el último par de bragas que no fueran negras. Llevaba el pelo teñido de negro y casi siempre recogido en un moño apresurado. Me vestía con una combinación perpetua de vaqueros y camisetas de color negro: camisetas sin mangas en verano y un cárdigan enorme en invierno. A veces deseaba poder vestirme de una forma más loca, ecléctica y femenina, como Chloe, pero sabía que ella lo luciría todo mejor que yo, así que me quedaba con lo que ya conocía.

Por eso, el jersey rosa prácticamente brillaba en el dormitorio gris. Era como un recuerdo del país de Oz en mitad del aburrido Kansas en blanco y negro.

Lo doblé cuidadosamente y volví a envolverlo en el papel amarillo.

El rosa era para las chicas.

Chicas hiperfemeninas que llevaban los labios pintados con brillo de sabores, que leían revistas y que hablaban por teléfono tumbadas en sus sábanas perfectas de encaje, con los pies en el aire. Chicas que se pasaban seis meses buscando el vestido perfecto para la fiesta de graduación.

Chicas a las que les gustaban los chicos.

2 Chloe llegó al instituto cuando yo tenía catorce años Acabábamos de - фото 5

2.

Chloe llegó al instituto cuando yo tenía catorce años.

Acabábamos de empezar el curso y no se parecía a nadie que hubiera conocido. Era guapa y sofisticada, y vestía con prendas vintage negras y elegantes.

No habló con nadie durante la primera semana y nadie le habló a ella. Era distinta . Divina. Inaccesible. Llevaba una gruesa raya negra de ojos y se sentaba en los pupitres de atrás de clase para leer El amante de lady Chatterley .

Yo la miraba por el rabillo del ojo. Me fascinaba. Con ella me entraban ganas de hacer cosas de adultos, como beber café y hablar del sentido de la vida. Era todo lo que mis padres querían que yo fuese. Así que la observaba, esperando una oportunidad para poder colarme entre sus muros de helada indiferencia.

La oportunidad llegó en clase de Ciencias, donde nos dividieron por parejas para hacer no sé qué experimento con sulfato de cobre.

Fingí estar distraída con el horario y evité las miradas de mis compañeros, que se fueron distribuyendo por parejas a mi alrededor. Luego levanté la vista, aparentando confusión, y vi que Chloe era la única persona desemparejada de la clase. ¡Lo había conseguido!

Me acerqué a su mesa.

—Hola —saludé, limpiándome las palmas sudorosas de las manos en los vaqueros.

Me miró brevemente y regresó a su libro sin hacer comentarios. De cerca, olía a cigarrillos y a vainilla. Era un olor adulto, peligroso.

Medí la cantidad de polvo de sulfato de cobre y lo mezclé con agua. Luego removí el líquido azul en un matraz mientras pensaba en algo que decir.

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