Franz Kafka - Blumfeld, un solterón y otros cuentos

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Blumfeld, un solterón y otros cuentos: краткое содержание, описание и аннотация

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Selección de cuentos que Franz Kafka escribió en diferentes etapas. Una propuesta de lectura sería: hay que llegar a esta obra sin prejuicios, zambullirse en ese mundo con la mayor inocencia, aceptar que se trata de un universo singular, distinto, con reglas propias; un ámbito paralelo donde lo más ilógico tiene lógica, donde lo onírico se mezcla con lo real, lo fantástico con lo cotidiano; todo dentro de un orden preciso.

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"Entonces se encuentran fondos para el asunto, alguien hace una colecta y los demás contribuyen. Se dice que el maestro de pueblo ha de ser sacado del pueblo, vienen y se ocupan de su aspecto, se lo llevan, y también a su mujer e hijos que viven con él. ¿Has observado alguna vez a la gente de la ciudad? Gorgojean ininterrumpidamente. Si hay unos cuantos de ellos juntos, el gorgojeo va de izquierda a derecha y vuelve de nuevo y baja y sube. Y así, gorgojeando, nos llevan al coche, y apenas si tenemos tiempo para saludar a todos. El señor sobre el pescante se ajusta sus gafas, blande el látigo y partimos. Todos se despiden del pueblo, como si todavía estuviéramos allí y no sentados entre ellos. De la ciudad nos salen al encuentro algunos coches con los más impacientes que, según nos vamos acercando, se levantan de sus asientos y se estiran para vernos. El que ha reunido el dinero lo ordena todo y pide calma. Al entrar en la ciudad ya hay una gran fila de coches. Habíamos pensado que la bienvenida ya había terminado, pero es delante de la posada donde, en verdad, comienza. En la ciudad muchas personas se congregan inmediatamente a cualquier llamado, por aquello de que lo que preocupa a uno también preocupa a todos. Unos a otros se quitan las opiniones y se las apropian. No todos pueden ir en coche y muchos esperan delante de la posada. Otros podrían viajar, pero no lo hacen por orgullo. También ellos esperan. Es asombroso como el que ha recolectado el dinero tiene una visión general.

Yo lo escuché en silencio y me fui calmando durante su charla. Sobre la mesa estaban amontonados todos los ejemplares que aún tenía de mi escrito. Faltaban sólo unos pocos, pues en los últimos tiempos había ido solicitando, por medio de una carta circular, que se me devolvieran y ya había recibido la mayoría. Por cierto, llegaron muchas cartas en las que se me informaba, con gran cortesía, que no se acordaban de haber recibido un escrito semejante y que, en caso de haberlo recibido, se había perdido lamentablemente.

No importaba. En el fondo, yo no quería otra cosa. Sólo alguien pidió quedarse con el escrito, como curiosidad, y se comprometía, de acuerdo con el espíritu de mi circular, a no enseñarlo a nadie durante los próximos veinte años. Esa circular todavía no la había visto el maestro. Me alegré de que sus palabras me facilitaran enseñársela. Podía hacerlo sin preocupación, porque había actuado muy cautelosamente en la redacción y nunca había descuidado el interés por el maestro y su asunto. Las frases principales de la circular eran éstas: No solicito la devolución del escrito porque me haya retractado de las opiniones en él vertidas o porque personalmente pudiera considerarlas erróneas o indemostrables.

Mi pedido sólo tiene motivos personales, si bien muy imperiosos. En lo que se refiere a mi posición sobre el asunto del topo, no me retracto en lo más mínimo. Pido que se preste especial consideración a esto, y si se quiere, que también se propague".

Aún mantenía la circular oculta en mis manos y dije:

—¿Quiere reprocharme porque no ha ocurrido así? ¿Por qué?

"No amarguemos nuestra despedida. Trate de entender, por fin, que usted ha hecho un descubrimiento, pero no es superior a otros y, por tanto, la injusticia que se le hace no es lo más importante. Desconozco los estatutos de la sociedad de ciencias, pero no creo que, ni aun en el mejor de los casos, se le hubiera preparado un recibimiento siquiera parecido a aquél que tal vez usted le haya descrito a su pobre mujer. Yo mismo esperaba que el escrito tendría alguna repercusión, pensé que tal vez algún profesor podría interesarse en nuestro asunto y encargar a algún estudiante ocuparse de él, que ese estudiante se dirigiría a usted con seriedad y volvería a examinar de nuevo las investigaciones suyas y las mías, y, finalmente, en el caso de que el resultado le pareciera digno de mención, —es necesario subrayar que todos los estudiantes jóvenes están llenos de dudas—, publicaría su propio escrito en el que justificaría científicamente el de usted. Ahora bien, suponiendo, incluso, que eso sucediera, todavía no se habría logrado mucho. Posiblemente, el escrito del estudiante, que hubiera analizado un caso tan extraño, habría sido ridiculizado. Ya ve usted, en el ejemplo de la revista agrícola, con qué facilidad esto ocurre, y en este sentido las revistas científicas son aún más desconsideradas. Es comprensible. Los profesores tienen mucha responsabilidad ante ellos mismos, la ciencia y la posteridad, y no pueden aceptar cualquier nuevo descubrimiento. En cambio, nosotros llevamos ventaja frente a ellos. Sin embargo, prescindiré de esto y consideraré que el escrito del estudiante fue aceptado. ¿Qué sucedería? Usted sería honrado y es probable que en su profesión se beneficiase. Dirían: "Nuestros maestros de pueblo están alertas", y esta revista debería, en el caso de que las revistas tuvieran memoria conciencia, pedirle perdón públicamente. Asimismo, aparecería algún profesor bien intencionado que le gestionaría una beca. Cabe, dentro de lo posible, que intentaran llevarlo a la ciudad, allí proporcionarle un puesto en una escuela primaria y darle así la oportunidad de aprovechar los medios científicos que brinda la ciudad para continuar la investigación. Pero, con toda sinceridad, le diré que tan sólo se habría intentado. Le hubieran llamado y usted habría venido como uno más, solicitando un empleo al igual que cientos, sin ningún recibimiento triunfal; hubiesen hablado con usted, habrían reconocido su esfuerzo, pero, al mismo tiempo, habrían comprobado que es un hombre mayor, que, a su edad, iniciar un estudio científico resulta inútil y sobre todo, que el descubrimiento fue obra más de la casualidad que del trabajo de investigación y, que usted, después de este caso aislado, no piensa seguir trabajando. Entonces, por esas razones, le habrían dejado en el pueblo. No obstante, ellos continuarían trabajando en el descubrimiento, pues no es tan pequeño como para que, una vez reconocido, sea olvidado. Pero usted ya no estaría al tanto, y si recibiese algunas noticias éstas le resultarían casi incomprensibles. Cualquier descubrimiento se introduce, de inmediato, en el conjunto de la ciencia, y, en cierto sentido, deja de ser descubrimiento; se disuelve en el todo y desaparece. Enseguida se entrelaza a principios de los cuales ni siquiera teníamos noción, y en posteriores discusiones científicas se lleva hasta las nubes. ¿Cómo poder comprenderlo nosotros? Entonces habría que poseer una visión científicamente muy preparada como para reconocerlo. Por ejemplo, si escucháramos una discusión especializada creeríamos, que se habla del descubrimiento, pero ya son otros temas completamente distintos. Sin embargo, la próxima vez pensaremos que se trata de otra cosa, no del descubrimiento, pero sí, se trata de él. ¿Lo comprende? Usted hubiese permanecido en el pueblo. Con el dinero recibido podría haber alimentado y vestido un poco mejor a su familia, pero le habrían arrebatado el descubrimiento sin que pudiera oponerse, alegando algún derecho, pues sólo fue en la ciudad donde obtuvo su verdadero valor. Quizá no fuesen ingratos con usted, a lo mejor hubiesen construido, en el lugar donde se hizo el descubrimiento, un pequeño museo, que se transformaría en la atracción más interesante del pueblo. Usted sería el portero y, para que no faltaran distinciones, le darían una medallita a colgar en el pecho, como acostumbran a llevar los empleados de los museos científicos. Todo eso es posible, pero ¿es eso lo que usted deseaba?

Sin responder a mi pregunta, el maestro dijo atinadamente: —¿Era eso lo que usted buscaba para mí?

—Tal vez —dije—, entonces no reflexioné mucho, como para poder contestarle ahora con seguridad. Intenté ayudarle, pero fracasé y quizá es lo peor que jamás haya hecho. Por eso quiero retirarme, en la medida de mis posibilidades como si nada hubiera pasado.

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