Franz Kafka - Blumfeld, un solterón y otros cuentos
Здесь есть возможность читать онлайн «Franz Kafka - Blumfeld, un solterón y otros cuentos» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Blumfeld, un solterón y otros cuentos
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Blumfeld, un solterón y otros cuentos: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Blumfeld, un solterón y otros cuentos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Blumfeld, un solterón y otros cuentos — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Blumfeld, un solterón y otros cuentos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—Esto ha salido bien —dice Blumfeld y seca el sudor de la cara. En el interior del mueble las pelotillas hacen mucho ruido, como si estuvieran desesperadas. Blumfeld, no. Él se siente muy satisfecho. Deja el cuarto y la soledad del corredor resulta benéfica para él. Se quita el algodón de los oídos le encantan los múltiples rumores de la casa que despierta. Aún es muy temprano y hay muy pocas personas.
Abajo, en el zaguán, hay una puerta que conduce al sótano y a la habitación de la sirvienta. Allí, frente a la puerta, está su hijo, un niño de diez años. Es el vivo retrato de su madre y ninguna de las fealdades de ella ha sido olvidada en su rostro infantil. Con las piernas combadas, y las manos en los bolsillos, jadea porque el bocio le dificulta la respiración. Por lo general, al cruzarse con el niño, Blumfeld aprieta el paso para evitar, en lo posible, aquel espectáculo. Sin embargo, hoy le gustaría detenerse un poco. El chico ha sido traído al mundo por aquella mujer y lleva todos los signos de su origen, pero, de cualquier modo y por ahora, es sólo un niño, en cuya deforme cabeza hay pensamientos infantiles. Probablemente, si se le habla y se le interroga de forma compresible, responderá con voz clara, inocente y respetuosa, y quizás, luego de algunos esfuerzos se pudiera acariciar sus tersas mejillas. Eso piensa Blumfeld, pero pasa de largo.
Al salir ve que el día es más agradable de lo que supuso en su habitación. Las brumas matutinas se disipan y en un cielo fuertemente batido por el viento aparecen claros azules. Gracias a las pelotillas, Blumfeld ha dejado su habitación mucho más temprano que de costumbre, incluso olvidó sobre la mesa el periódico sin leer, ganó mucho tiempo y puede irse con tranquilidad. Es notable pero, desde que apartó a las pelotillas, éstas le preocupan muy poco. Cuando le seguían se hubiesen podido admitir como algo de su pertenencia, algo que, en cierta forma, pudo ser tenido en cuenta al formarse un juicio sobre su persona. En cambio, ahora no pasan de ser un juguete olvidado en el armario. Entonces Blumfeld piensa que, quizá, la mejor forma de hacerlas inofensivas sea destinarlas al uso que les es propio. En el zaguán todavía se encuentra el niño y Blumfeld decide regalarle las pelotillas. No prestárselas, sino expresamente regalárselas, lo cual, con seguridad, significará destruirlas. Incluso si fuesen conservadas en buen estado, en manos del niño tendrán mucha menos importancia que en el armario. En la casa verán cómo el niño juega con ellas, otros niños se le unirán, y el criterio irreversible de todos será que son pelotas de juego y no acompañantes permanentes de Blumfeld. Éste vuelve a la casa. En ese preciso momento, el niño ha descendido por la escalera del sótano y va a abrir la puerta de abajo. Blumfeld debe llamar al niño y pronunciar su nombre, que es ridículo, como todo lo relacionado con él.
—¡Alfred, Alfred! —dice.
El niño titubea largamente.
—Ven aquí, te voy a dar algo.
Por la puerta de enfrente han salido las dos niñitas del mayordomo y, llenas de curiosidad, se paran a ambos lados de Blumfeld. Ellas entienden más rápidamente que el niño y no se explican por qué éste no va enseguida. Sin despegar los ojos de Blumfeld, le hacen señas a Alfred, pero no pueden comprender qué clase de regalo le espera. La curiosidad las domina y dando saltitos se apoyan sobre uno y otro pie. Blumfeld se ríe de ellas y del niño que, por fin, parece decidido y sube tiesa y pesadamente la escalera. Con su andar no puede negar a la madre que aparece en la puerta del sótano. Blumfeld grita para que la sirvienta también le oiga y, si fuera necesario, vigile la comisión del encargo.
—En mi cuarto —dice Blumfeld—, tengo dos hermosas pelotillas. ¿Las quieres?
El niño, sin saber qué hacer, sólo mueve la boca, se vuelve y mira hacia abajo, a su madre, interrogándola. En cambio, las niñas comienzan enseguida a saltar en derredor de Blumfeld y le piden las pelotas.
—También ustedes podrán jugar con ellas —les explica Blumfeld y espera la respuesta del niño.
También podría regalar las pelotas a las niñas, pero ellas le parecen demasiado listas y ahora tiene más confianza en el muchacho. Este busca el consejo de su madre, pero sin haber cambiado una palabra con ella, asiente con la cabeza a otra pregunta de Blumfeld, que con gusto prevé que no le darán las gracias por su regalo —La llave de mi cuarto la tiene tu madre y debes pedírsela a ella. Aquí esta la llave de mi armario y allí están las pelotillas. Cierra con mucho cuidado el armario y la habitación. Con las pelotillas haz lo que quieras y no tienes que devolvérmelas. ¿Has entendido? Por desgracia, el chico, de torpeza ilimitada y poco entendimiento, no comprende. Blumfeld ha querido ser muy claro con él, y por eso le ha repetido todo demasiadas veces. Demasiadas veces le ha hablado de la habitación, la llave y el armario, y ahora el niño lo observa no como a un benefactor, sino como a un tentador. Las niñas que sí lo han comprendido todo enseguida, se acercan a Blumfeld y extienden las manos pidiendo la llave. —Esperen —dice Blumfeld que ya se ha enojado con todos.
Pasa el tiempo y él no puede demorarse mucho más. Si, por lo menos, la sirvienta dijese que lo ha entendido y que atenderá, como es debido, al niño. Ella sigue abajo, junto a la puerta, y sonríe de manera afectada, como avergonzada de su sordera. Quizá cree que Blumfeld, está encantado con su niño y escucha de sus labios la tabla del uno. Sin embargo, Blumfeld no puede bajar por la escalera hasta el sótano y allí gritarle, al oído, su petición, cuya finalidad es que su niño, por el amor de Dios, lo libre de las pelotillas. Demasiado se ha violentado, excesivamente, al confiar la llave de su armario, por todo un día, a esta familia. Sin embargo, no es por eso que le entrega la llave al niño, en vez de llevarlo él mismo arriba y darle allí las pelotillas. La razón es que no puede regalarle las pelotillas y luego quitárselas de inmediato, cuando ellas lo sigan como séquito.
—¿Aún no me entiendes? —pregunta Blumfeld, tan abatido, que debe interrumpir una nueva explicación ante la mirada vacía del chico. Una mirada así desarma a cualquiera y podría incitar a decir más de lo necesario, pero sólo para llenar, con razonamientos, un vacío.
—Vamos a traerle las pelotillas —exclaman las niñas.
Son astutas y han comprendido que sólo las obtendrán a través del niño y que a ellas les corresponde arbitrar ese medio. En la habitación del mayordomo un reloj da la hora y le advierte a Blumfeld que debe apurarse.
—Tomen la llave —dice Blumfeld, y antes de que pueda entregarla, se la arrebatan de la mano. Si se la hubiese dado al niño su seguridad habría sido incomparablemente mayor.
—La llave del cuarto deben buscarla abajo, pues la tiene la señora —continúa Blumfeld—, y cuando regresen con las pelotillas, devuélvanle ambas llaves.
—Sí, sí —exclaman las niñas y corren hacia abajo por las escaleras. Lo comprenden todo, absolutamente todo, pero ahora Blumfeld, como si se hubiese contagiado de la torpeza mental del chico, no entiende cómo ambas han podido, con tanta rapidez, comprenderlo todo a través de sus explicaciones.
Las niñas bajan y tirotean de la falda a la sirvienta, pero a Blumfeld, aunque aquello le resulte atrayente, no puede seguir mirando cómo habrán de cumplir su encargo, no sólo porque ya es tarde, sino porque, además, no desea estar presente cuando las niñas abran, allá arriba, la puerta de su cuarto y las pelotillas se liberen. Quiere hallarse a varias manzanas de distancia pues ni siquiera sabe hasta qué punto puede equivocarse con respecto a las pelotillas. Entonces sale a la calle por segunda vez en la mañana. Todavía tuvo tiempo de ver cómo la sirvienta se defendía de las niñas y cómo el niño movía sus torcidas piernas al acudir en ayuda de su madre. Blumfeld no puede comprender que personas como la sirvienta crezcan y se reproduzcan sobre la Tierra. Mientras va a Ia fabrica de ropa donde labora, los pensamientos de Blumfeld relacionados con el trabajo van desplazando paulatinamente a cualquier otra idea. Apresura el paso y, a pesar del atraso por culpa del chico, es el primero en llegar a su oficina. Ésta es un local de cristales con un escritorio para Blumfeld y dos pupitres altos para los escribientes a sus órdenes. Los pupitres son pequeños y estrechos, como para colegiales; no obstante, el espacio disponible en la oficina es mínimo y los escribientes no pueden sentarse, pues, si lo hicieran, no habría lugar para el escritorio de Blumfeld. Se mantienen, entonces, de pie, el día entero, apretados contra sus pupitres, algo que, con seguridad, es muy incómodo para ellos, y le dificulta a Blumfeld vigilarles. A menudo se arriman al pupitre, pero no trabajan, sino que cuchichean entre sí e incluso dormitan. A Blumfeld le irrita mucho no hallar en ellos apoyo para la gigantesca tarea que le han asignado. Ésta consiste en el control de todo el movimiento de mercaderías y dinero destinado a las obreras eventuales de la fabrica, empleadas en la confección de ciertas mercaderías finas. La magnitud de esa tarea se puede constatar si se mira de cerca el estado de cosas existente. Pero eso ha ocurrido desde la muerte, hace algunos años, del superior inmediato de BIumfeld, por lo cual nadie tiene el derecho de opinar sobre su trabajo. Por ejemplo, el señor Ottomar, dueño de la fabrica, subestima, sin duda, el trabajo de Blumfeld. Por supuesto, reconoce sus méritos, a los que se ha hecho acreedor en el transcurso de los veinte años que lleva en la fabrica. Los reconoce no sólo porque sea su deber, sino también porque lo aprecia como persona fiel y digna de confianza, pero eso no impide que subestime su trabajo, pues opina que, en todo sentido, las tareas pudieran ser ejecutadas de manera más sencilla y con más provecho que como las realiza Blumfeld. Se comenta, y debe ser cierto, que Ottomar apenas visita la sección de Blumfeld para evitar el disgusto que le produce la manera de trabajar de éste. Sin duda, ser ignorado así es doloroso para Blumfeld, pero debe aceptarlo. No puede hacer que Ottomar permanezca todo un mes en su sección y estudie las variadas formas de las tareas que aquí deben conocerse, ni que aplique los métodos que Blumfeld considera mejores, y así se convenza de que él tiene la razón en lo que se refiere al derrumbe de la sección, que inevitablemente va a suceder. Por eso, Blumfeld realiza su tarea sin distraerse y se asusta un poco cuando, a veces y luego de una larga ausencia, se presenta Ottomar. En esos casos, intenta débilmente y con el sentimiento de responsabilidad característico del subordinado, explicarle a su jefe una u otra, pero el otro, bajando la mirada y, aprobando silenciosamente, sigue su camino. Sin embargo, el que lo ignoren hace sufrir menos a Blumfeld que la idea de que, cuando, alguna vez, se retire se producirá, de inmediato, un gran desorden, es imposible de solucionar pues nadie en la fabrica será capaz de reemplazarlo en su puesto sin que durante meses sobrevengan los tropiezos más grandes. Si el jefe tiene una opinión sobre alguien entonces los empleados hacen lo posible por extender, esa misma opinión. Por eso, todos subestiman el trabajo de Blumfeld, y nadie considera que sea necesario, para su aprendizaje, pasar un tiempo en su sección y al llegar nuevos empleados a nadie se le envía allí, con lo cual la sección no se renueva. Cuando Blumfeld, que hasta entonces lo había solucionado todo, con la sola ayuda de un ordenanza, pidió que le dieran un escribiente, provocó semanas de la más dura lucha. Casi diariamente Blumfeld llegaba a la oficina de Ottomar y, con calma y en detalles, le explicaba la necesidad que tenía de un escribiente. No porque intentara ahorrarse trabajo, ni lo deseara. Él realizaba su superabundante parte y no deseaba dejar de hacerlo, pero el señor Ottomar debía comprender que, con el tiempo, el negocio había crecido, todas las secciones habían sido proporcionalmente ampliadas, excepto la suya. ¡Y cómo había aumentado precisamente en ella el trabajo! Al llegar Blumfeld, en tiempos de los cuales el señor Ottomar no podría acordarse ya con seguridad, había allí unas diez costureras, y en el presente su cantidad fluctuaba entre cincuenta y sesenta. Semejante labor exigía fuerzas, Blumfeld podía garantizar que, en cuerpo y alma, se dedicaba a ella, pero no podría asegurar que, en adelante, pudiera abarcarlo todo.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Blumfeld, un solterón y otros cuentos»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Blumfeld, un solterón y otros cuentos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Blumfeld, un solterón y otros cuentos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.