David Price - Instrucciones para hacer de la ciencia un drama (¡o una comedia!)

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Instrucciones para hacer de la ciencia un drama (¡o una comedia!): краткое содержание, описание и аннотация

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Para confeccionar este libro se reunió un grupo de amigos especialistas en alguna de las ramas de las artes escénicas (teatro, improvisación, monólogos, danza, etcétera) y que tienen un profundo interés por las ciencias. Actores, directores, escritores, bailarines, monologuistas, entre otros, escribieron sus propias
Instrucciones para hacer de la ciencia un drama (¡o una comedia!). Desde el principio, la intención era romper con las condiciones de una publicación académica, y por eso la invitación fue a escribir una historia inédita, que los autores no hubieran podido contar en ningún otro medio, y también evitar la censura, porque, para fines educativos, las experiencias «fracasadas» fueron altamente valoradas. El resultado es una divertida y variopinta colección de historias que conversan unas con otras y se completan, que invitan a una exploración más honda de las relaciones entre las artes escénicas y las ciencias. Se enuncian preguntas como: ¿cuál es la «mejor» manera en la que las artes y las ciencias pueden ponerse en relación para construir juntos una nueva forma de conocimiento que las enriquezca a las dos? ¿Cómo evitar la instrumentalización de uno de los campos del conocimiento por el otro? ¿De qué hablamos cuando hablamos de teatro-ciencia? Este libro no contiene «la respuesta correcta», pero sí muchas inolvidables exploraciones.

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El código compartido

El humor es esencialmente un código compartido. Si no entendemos el chiste, no nos hace gracia, y siempre que no entendemos el chiste es porque no compartimos el código, no porque el chiste no sea bueno. La ciencia también es un código compartido. Nuestros espectáculos tratan de que ese código compartido sea más amplio y sea compartido por más gente, por eso es tan importante —¡y tan difícil! — evaluar el punto de partida de un público al que normalmente no conocemos de nada. El humor viene entonces en nuestra ayuda. La otra característica fundamental del humor es que es agente de resolución de conflictos, y en todo espectáculo de comunicación científica para “público general” hay conflicto. Siempre. Hay confrontación porque está el peligro de intimidar, de hacer sentir ignorante, de aburrir, de ser demasiado superficial o repetido. Venga el humor en nuestra ayuda; allá donde notemos conflicto (y eso lo podemos prever hasta cierto punto) vengan chistes suaves, amables, de esos que quitan hierro al asunto; venga la ironía que me hace soportar mejor una explicación que ya conozco, un término que no tengo ni idea qué demonios será… En fin, venga el humor que me hace formar parte de lo que ahí está sucediendo.

El micrófono (menos mal que no estaba) abierto

Todo puede pasar en cualquier momento, cualquier cosa: un micrófono abierto, una laguna de memoria, un error, un insulto de algún elemento exaltado del público, un error que alguien me hace notar, las luces que se apagan, el micrófono que ya no va… Sólo enumero cosas que me han pasado en espectáculos. La clave es mantener la dignidad,5 the show must go on, pero el show no soy yo ni mi persona. El show somos todos, soy yo, son el público y el contenido. Uno ha venido aquí a divertirse y a aprender, y así como el humor no ha de llevarse por delante al contenido ni la ciencia a la diversión, un error o un desastre no puede llevarme por delante a mí ni a mi público.

Aquella tarde en Salas de los Infantes salí con tres kilos menos y varios años más. Fueron sólo quince segundos. Cuando volví a salir al escenario a hacer mi monólogo lancé una mirada a la señora pintada. Seguía ahí, igual de pintada y en primera fila, no se movió en todo el espectáculo. Esa mujer me enseñó, sin saberlo, más que los aplausos de los otros trescientos noventa y nueve asistentes al espectáculo. Y desde luego nos regaló unas risas inesperadas en la cena que siguió, contando la anécdota de esos quince segundos de sudor frío.

2Cuentero, matemático, teólogo, youtuber y estrella de la televisión española. Lo descubrimos inicialmente por su monólogo “Los teoremas son para siempre”, con el que ganó el FameLab de España en 2011 y donde conoció a otros científicos monologuistas con los que conformó Big Van Ciencia. Además de todo esto, es un amoroso esposo, padre de tres hijos, escritor y profesor universitario; hoy en día nos seguimos preguntando cómo lo hace (y subrepticiamente buscamos anuncios en internet para saber si está contratando dobles o escritores fantasma). Ha ganado muchísimas carreras de atletismo y, por buenas fuentes, sabemos que en ciertos círculos lo denominan “el keniano blanco”. Y además de guapo (opinión unánime de los autores), es un fiestero inveterado.

3“Nuestro” significa “de Big Van”, el grupo de monologuistas científicos con quien llevo unos cuantos años haciendo espectáculos que mezclan ciencia y humor.

4Sobre este tema les recomiendo Los trucos del actor de Yoshi Oida (editorial Alba, 2010). Que no se quede este artículo sin referencias bibliográficas, por favor.

5“¡Dignidad!” es el grito de guerra de Héctor Urién, uno de los cuenteros y formadores de cuenteros de referencia, que ha concentrado sus estrategias en el precioso libro El arte de contar bien una historia (editorial Alienta, 2020).

La commedia è finita… pero la ciencia sigue. Diálogos entre escenarios, laboratorios y aulas

Diego Golombek6

De la unión de la pólvora y el libro

puede brotar la rosa más pura.

Raúl González Tuñón, La luna con gatillo

Adorable puente

se ha formado entre los dos.

Gustavo Cerati, Puente

De casamenteros, tablas y laboratorios

¿Pero es que de verdad pueden juntarse al teatro y a la ciencia en un mismo cuarto, cerrar la puerta con candado, tirar la llave al río más cercano y regresar al cabo de unos meses para encontrar la rosa más pura? ¿Se trata de una criatura compuesta por brazos, cabeza, sexo y órganos de procedencia diversa que, gracias a la fuerza del rayo, cobra una vida bífida, bicéfala, bígama? ¿O es sólo una ilusión forzada, una pizarra llena de ecuaciones ininteligibles, un interregno soso y abstracto en el que ya no podemos reconocer a una u otra parte?

Veamos: de un lado está la ciencia, el superpoder de conocer a la naturaleza e incidir sobre ella; del otro está el teatro, las declamaciones que simulan la vida para, quizá, comprenderla mejor; y en el medio estamos nosotros, los casamenteros, celestinos que buscamos lo mejor de ambos mundos, el denominador común que nos sacuda la existencia y nos cambie las percepciones y las miradas.

A primera vista, sí, funciona. Al menos allí están las decenas de piezas teatrales que toman a la ciencia (o a su mano de obra esclava, los científicos) como protagonista, con mayor o menor grado de éxito —posiblemente bastante menor que el alcanzado en la literatura o en el cine. Más allá de imponer ejemplos en la Grecia clásica, en el eterno bardo del Globe o en el mefistofélico Doctor Fausto, lo cierto es que el esplendor de este matrimonio debió esperar hasta el siglo veinte. Curiosa época, si consideramos el clásico paradigma de “las dos culturas”, que terminan de separarse justamente en esa centuria. Es razonable pensar que alguien medianamente educado en el siglo dieciocho o el diecinueve estaría más o menos al tanto de las novedades científicas que ocurrían en su mundo (pensemos en un Lavoisier o un Darwin, cuyos descubrimientos sacudieron a la sociedad que los rodeaba). Sin embargo, el cambio de era trajo consigo a la física moderna, más adelante a la biología molecular y, ya entrado el siglo, la inteligencia artificial y sus profecías: todos son ejemplos que dejan a la mayoría de los mortales afuera. ¿Será que el teatro es un intento por reconciliarnos, por sentirnos parte de lo que está sucediendo en laboratorios, cuadernos y pizarrones? Es cierto: algo sucede y nos estremece cuando nos enfrentamos como espectadores a esa pequeña vida de los escenarios, que nos acerca a sus historias, a sus personajes, a sus ideas. Y quizá sea que ese teatro nos permite sentirnos parte de la otra cultura. Pero vayamos por partes y relaciones, como en todo matrimonio.

El teatro de la ciencia

Sin repetir y sin soplar: nombremos autores y piezas que representen esta emulsión científico-teatral. No es difícil, y enseguida aparecen La vida de Galileo de Brecht, Los físicos de Dürrenmat u Oxígeno de Djerassi y Hoffmann. En algunos casos, hacia mediados de siglo, estos textos (y otros, como los de Oppenheimer) pueden haber ayudado a deglutir los horrores de la guerra recién pasada: qué hacemos con la ciencia y, sobre todo, con sus posibles consecuencias tecnológicas. Décadas más tarde, el archifamoso Copenhague de Michael Frayn patea el tablero, aunque vuelve sobre el mismo tema. Es fascinante cómo un texto cerrado, con detalles técnicos, nos interpela desde nuestra mismísima humanidad. De algo de este tecnicismo se burla Carl Djerassi cuando se pregunta qué diría un editor o un productor teatral si se encontrara por azar con este fragmento de texto:

Heisenberg: Max Born y Pascual Jordan en Göttingen.

Bohr: Sí, pero Schrödinger en Zürich, Fermi en Roma.

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