31 de enero Enseñar, proclamar y curar
¡Qué escuetos verbos definen la magnífica misión de Jesús! «Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas, proclamando el evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia de su pueblo» (Mt 4,23). Ir por la vida ayudando, transmitiendo el mensaje de amor y misericordia de Jesús, haciéndonos uno y sintiendo los problemas de las personas que sufren a nuestro alrededor. ¡Qué labor tan grande y tan satisfactoria!
Realmente vivimos nuestra historia inmersos en nuestros problemas y muchas veces somos insensibles a las necesidades de las personas que nos rodean. ¿Te has parado a pensar que muchas personas necesitan tu escucha, tu sonrisa, tu cariño? No te es difícil enseñar con el ejemplo, proclamar, llenar a los que te rodean de alegría del Reino. No te es difícil curar, compartir los males de la humanidad. Solamente hace falta que te arriesgues y te embarques en esta aventura. No dejes pasar tu vida sin un objetivo de entrega hacia los demás. No pases los días sin proclamar el amor de Jesús y sin hacer el bien.
Es muy gratificante, al acabar tu día, haber realizado hechos contables a favor de los demás, haber devuelto la sonrisa y haber hecho feliz a alguien.
Repítete: tengo que curar, proclamar, enseñar... Esta es la verdadera misión del testigo. Este es tu maravilloso trabajo. ¡Adelante!
Jesús, acompáñame en el trabajo de ser como tú en la misión de cada día. Madre de la entrega, dame un corazón generoso y sensible.
Febrero
1 de febrero María, la mejor madre
Asistimos a una boda a la que están invitados Jesús, su Madre y sus discípulos.
Es una escena familiar, humana y sorprendente. «Faltó el vino y la madre de Jesús le dice: “No tienen vino”» (Jn 2,3). Observa cómo los ruegos de una Madre cambian todos los esquemas a su hijo Jesús. María, como madre, se da cuenta de que «faltaba el vino». Sin más, ruega a su hijo Jesús un milagro. Y ante la insistente súplica de su madre, Jesús no puede dejar de hacer lo que le pide y convierte el agua en vino. Así es nuestra madre, María, siempre atenta a todas nuestras dificultades.
Escucha con agradecimiento a María que, observando tu vida, suplica a Jesús insistentemente: «Mira, no tiene vino, le falta el vino de la alegría, no tiene el vino del amor, no tiene el vino de la esperanza, su fe está apagada». Y deja que Jesús, al clamor de su Madre, te recobre y te llene de su vida, de su alegría y de su fortaleza.
Si contemplas esta escena de la conversión del agua en vino por Jesús y te la aplicas, tienes que preguntarte: ¿qué vino te falta? ¿Acudes a María en todo lo que te ocurre? ¿La llamas, la invocas? Acude a María diciéndole: «No tengo vino ni ardor en mi vida, ¡ayúdame!». Y, con mucho cariño, susúrrale con insistencia:
¡María, eres mi gran madre! Bajo tu manto me amparo. Me arrojo a tus brazos... Escucho tus palabras suplicando a tu Hijo Jesús que llene todo lo que falta en mi vida. ¡Gracias por ser mi madre! ¡Gracias, Jesús, por darme el vino que necesito atendiendo a la súplica de tu madre!
2 de febrero Comienza la misión
La fiesta de las bodas de Caná ha sido el pistoletazo de salida de Jesús a la vida pública. Ha llegado la hora de consolar, curar y dar vida. Le urge ayudar a su pueblo y a la humanidad. Es necesario sobre todo liberar a su pueblo, que se ve asfixiado por la carga de muchas normas. Jesús no quiere fijar su misión en un punto determinado y ya con su madre y con sus discípulos empieza a recorrer toda Judea y Galilea. «Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días» (Jn 2,12).
Es el momento de meterte en el corazón ardiente de Jesús y sentir con él la urgencia de la misión. En compañía de María y los discípulos comienza el aprendizaje del camino del amor, observa sus palabras y sus hechos.
Esta sencilla narración te urge a salir a la misión, a no quedarte estancado mirando la vida desde el balcón, como nos dice el papa Francisco, sino a andar el camino de la realidad de los hombres. ¿Qué haces con tu vida? ¿Te lanzas a comunicar, testimoniar y dar a conocer cómo es Dios? Estas preguntas tienen una respuesta porque Jesús necesita comunicarse a un mundo marcado por la falta de fe y de amor. Te necesita.
Señor Jesús, gracias por ser mi ejemplo en el ardor de la misión. Que no me quede acurrucando mi vida, sino que la comunique con el fuego de tu calor sentido en la experiencia de mi vida diaria. En ti confío este gran anhelo. Que lo sepa realizar.
3 de febrero
La casa de Dios
Nos dirigimos con Jesús al templo de Jerusalén y observamos el dolor que le produce ver la casa de su Padre convertida en mercado de vendedores y negocios. «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre» (Jn 2,16). Al ver así el templo, su reacción es dura y pronuncia: «Mi casa es casa de oración» (Lc 19,46). Pregúntate: ¿qué quiere decirnos Jesús con esto?
Tu casa, tu interior, que es donde habita Dios, ¡tantísimas veces la conviertes en un mercado! A Jesús le duele tu actitud y tendrá que echar a los mercaderes que tienes dentro para convertirla en «casa de oración». Al templo interior y exterior tienes que acudir de puntillas y con actitud orante. Esta es la aventura de encontrarte con Dios.
¿A qué vendedores tendrá que echar Jesús de tu vida? ¿Cómo vives tu estancia en el templo o en la casa de Dios? ¿Cómo cuidas todo lo relativo al encuentro con Él: tus momentos en el sagrario, los espacios de oración, las Eucaristías, la estancia en la iglesia? Busca momentos para dialogar con el Señor y deja que te quite todo lo que estorba para que tu interior sea «una casa de oración» donde habite Dios.
Jesús, no te enfades conmigo. Perdóname por tantas veces que he convertido tu casa en una cueva de bandidos y ayúdame a cuidarte. Que sepa rendirte el mejor culto que pueda. Enséñame a rezar, a cuidar el silencio, la Eucaristía, la intimidad, la escucha de tu Palabra y el diálogo contigo, Señor. Madre del silencio, enséñame a cuidar mi vida interior.
4 de febrero Urge «volver a nacer»
La maravillosa entrevista nocturna tan cálida nos impresiona y, ¡qué suerte tuvo este fariseo y maestro de la Ley, Nicodemo! No te pierdas toda la conversación de una persona llena de inseguridades y un Jesús deseoso de dar respuesta a todas sus inquietudes. Te sorprenderá la famosa frase que lleva a un verdadero cambio de vida. «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Jn 3,3). Este fariseo se siente atraído por la persona de Jesús, pero tiene miedo a alejarse de sus seguridades, de sus ideas. Jesús, en cambio, lo invita a cambiar de perspectiva, a renacer de lo alto y a hacerse de nuevo. Esta es la nueva vida que le ofrece Jesús a Nicodemo y a cada uno de nosotros.
No puedes llevar una vida de cristiano sin manifestar tu experiencia de fe. No puedes sentir miedo y vergüenza de mostrar tu vida comprometida con Jesús. No puedes tener miedo a arriesgar tus intereses y posición a causa del Evangelio. Y para esto tienes que «nacer de nuevo». Pero, ¿qué significa nacer de nuevo? Cambiar el corazón, renacer, renovarse. Realmente, ¿no necesitas «renacer de nuevo» y cambiar el orden de valores de tu vida? ¿Tienes esa libertad de espíritu o actúas por temor, por prejuicios o por aparentar una vida irreal? Dejarás que surja en ti una nueva vida.
Jesús, gracias por descubrirme una vida nueva. Concédeme la gracia de nacer de nuevo. Con tu ayuda lo conseguiré. Que sepa ser valiente para dejar las redes que me atan. Creo en ti. Confío en ti, Señor.
5 de febrero El proyecto de Dios
Estamos con Jesús en plena conversación nocturna con Nicodemo, a quien después de explicarle la nueva vida, le revela el plan de amor de Dios que tiene para el hombre. «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
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