Este es el modo de dirigirte al Señor, de reconocer tus debilidades, tus carencias e impotencias. Reflexiona con el leproso: ¿cómo es tu oración de súplica? ¿Reconoces tu miseria, el sentirte muy pobre y necesitar del Señor, de su curación?
Sabes con toda seguridad que si Jesús toca tus lepras, quedarás no solamente limpio, sino muy limpio y sano. Sabes que el corazón de Jesús no puede aguantar ver enfermedades a su alrededor, pero solamente quiere que acudas a él con fe, y oirás: «Quiero, queda limpio» (Mt 8,3).
Pidámosle ante nuestras lepras: «Señor, si quieres puedes limpiarme». Límpiame, cúrame. ¡Tengo tantas lepras! Sé que todo lo que tocas, lo limpias. Toca mi vida. Toca mi forma de pensar. Toca mi forma de hablar. Toca mi forma de actuar. Dame las mismas disposiciones del leproso: mucha fe, mucha necesidad de curación, mucha seguridad en ti. Madre nuestra, auxilio de pecadores, ayúdame en mi debilidad.
17 de febrero «¡Levántate!»
¡Cuánta bondad destila este texto! Es la plena manifestación del amor y de la misericordia del Padre. En primer lugar, la fe de estos hombres que llevan en la camilla al paralítico y la fe de este hombre que está inválido. «Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa». Se puso en pie y se fue a su casa (Mt 9,6).
¡Cuántas veces necesitas que te liberen de tus camillas, que te hagan caminar, que te hagan vivir! Necesitas oír de Jesús en tu vida: «¡Ánimo, hijo! Tus pecados, tus debilidades están perdonadas» (cf Mt 9,6).
Otra gran lección es el agradecimiento por la seguridad que tienes al experimentar que Jesús siempre, siempre está junto a ti para sacarte de tus situaciones de parálisis. Esta seguridad te genera mucha alegría. Pero, ¿cuáles son tus ataduras que no te dejan caminar? ¿Por qué no acudes con más frecuencia a Jesús? ¿Cómo estás de confianza en Jesús? Contempla desde el corazón de Dios tu vida y todo lo que te paraliza.
Dile con fe: Jesús, aumenta mi fe. Alimenta mi confianza en ti. Haz que sienta el perdón y oiga muchas veces en mi interior: «¡Ánimo, hijo! Tus pecados están perdonados». Que necesite oír tu palabra y tu fuerza sanadora. Necesito tu consolación, tu fuerza y tu palabra de salvación. Que tu Madre acoja mi oración y me ayude en mis parálisis.
18 de febrero «¡Sígueme!»
Hasta ahora Jesús ha llamado a unos hombres normales para seguirle, pero ahora decide llamar a Mateo, un recaudador de impuestos para Roma, y este tipo de personas eran consideradas pecadoras. La voz de Jesús llega a los oídos y al corazón de este publicano, que recibe la invitación de Jesús a seguirle. Y, ¿qué hace Mateo? Se levanta, dejándolo todo, y lo sigue.
Tú también oyes al Señor que te dice: «Sígueme». ¿Serás capaz de hacer lo mismo? Aprende la lección. Cuando Jesús te llama y te muestra el camino, tienes que dejarlo todo y seguirle con alegría, como hizo Mateo.
Esta llamada de Mateo aviva en ti no solo la fe y la confianza en Jesús, sino una enorme misericordia que te llama a emprender una forma de vida distinta a la que llevas para estar a su lado. Ante la lectura de este texto, satúrate de «misericordia» y de amor y aprende de las actitudes de Jesús, que te quiere con él.
Gracias, Señor, por tener tanta misericordia conmigo y llamarme a pesar de verme tan poco digno de seguirte. Gracias por fijarte en mí. Gracias por tu misericordia. Que sepa seguirte con alegría y tenga fortaleza y seguridad para no volver nunca atrás. Madre del «sí», ayúdame a decir «sí» en lo que me pidas. Gracias por la «llamada» y los muchos avisos en mi historia.
19 de febrero Exigencias de la llamada
Realmente seguir, caminar, vivir al lado de Jesús implica mucho. Él es exigente, pero a la vez muy comprensivo en su seguimiento. Así nos lo demuestra con sus discípulos. «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lc 9,58). Al primero le dice que con él no va a tener todas las comodidades que desea, a otro le exige que lo deje todo y a un tercero lo mismo: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios» (Lc 9,60). Jesús nos exige un seguimiento incondicional. Tendremos muchos obstáculos y dificultades, pero todo lo tenemos que vencer con alegría y fuerza.
Cuando realmente decides seguir la vida con y como Jesús, te tienes que interrogar: ¿qué condiciones pongo al Señor? ¿Qué actitud tengo ante este seguimiento? ¿Sé dejar todo para seguirle incondicionalmente? Mira hacia delante. Renuncia a ti mismo para seguirle. Él te llama y te necesita para la misión. Para que no te cueste tanto la entrega, el mejor camino es que te abandones en sus manos bondadosas y que llenes tu corazón de su ardiente deseo de entregarse por la humanidad.
A ti, Jesús, te repito que me des fuerza para entregarme. Quiero seguirte incondicionalmente, sin poner excusas. Por eso hoy te digo: «Señor, me entrego todo a ti, dispón de mí como tú quieras y para lo que tú quieras». Señor, que tenga el corazón abierto para seguirte y no negar tus llamadas.
20 de febrero El vino nuevo de Jesús
Jesús muestra un mensaje nuevo que debe recogerse en odres nuevos, como él nos dice: «Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; el vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan» (Mt 9,17). Por esto nos exige el cambio del hombre viejo al hombre nuevo, con espíritu nuevo que solo cabe en un manto nuevo y en unos odres nuevos. Esta es la novedad del espíritu de Jesús: la libertad de espíritu, la fuerza de comunicar, la alegría de vivir y la comunicación amorosa del mensaje del Reino.
Con este texto se nos llama a la alegría, a no vivir con tristeza y dejadez la vida de Dios, a iluminar nuestra ruta con la antorcha de la fe y de la luz, con el empuje de su gracia. No puedes dar curso a la dejadez, a la apatía, a la tristeza, a la soledad y al cansancio. No. Jesús te ofrece una vida nueva donde reina la alegría de vivir. Considera en ese texto las palabras de Jesús, que quiere que vivas a su estilo con estos ejemplos: la del remiendo en paño nuevo y la del vino en los odres nuevos. Necesitas cambiar y ser paño nuevo y odres nuevos. Pregúntate: ¿qué clase de paño soy? ¿Qué clase de odre soy? ¿Cómo es el hombre que hay en mí, viejo o nuevo?
A la luz de estos ejemplos, suplica a Jesús: Quiero ser persona que vive con un espíritu nuevo y joven, que acoge la luz de tu mensaje, que se llena de la alegría de tu mensaje, Señor. Hazme abierto al Espíritu, que no esté cerrado, opuesto a la novedad de tu mensaje. María, abre mi corazón para que reciba la vida de Dios.
21 de febrero ¿Aún no tienes fe?
Después de un día de faena, los discípulos están con Jesús en la barca. Ha sido un día muy intenso y Jesús está agotado, tanto que se queda dormido en la popa. De pronto, las olas amenazan con hundir la barca y los discípulos increpan a Jesús: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» (Mc 4,38). La reacción de Jesús no se hizo esperar: calma el viento y se hace una gran calma, pero le duele que estando él tengan miedo y duden, y les recrimina: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (Mc 4,40).
Muchas veces tu vida está muy agitada y las olas de la turbación te invaden y amenazan hundirte. Tus temores te hacen perder la fe, sentirte solo, desconfiar de un Dios que te parece que vive dormido en el fondo de tu alma. Son los momentos de prueba, de soledad, de ver todo contradictorio, pero si en tu interior acudes a Dios, le gritas que te hundes, descubrirás que detrás de todo está el Señor salvándote, devolviéndote la calma. Él nunca te abandona, quiere probar tu fe. Él quiere que lo despiertes, que confíes en él. ¿Por qué desconfías? ¿Qué haces en los momentos duros? ¿A quién acudes? Contempla esta maravillosa escena y confía.
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