La falta ya la advertía en el tratamiento de mi ensayo sobre paisajes culturales y desarrollo territorial. Es más, la ausencia de la Amazonía podía conducir al equívoco de suponer que en esa región no existen paisajes culturales, o que allí las formas de desarrollo territorial no generan paisajes. Por cierto, ante la dificultad de abordar el paisaje en esa área y consciente de esta limitación de mi trabajo, lo circunscribí honestamente a lo conocido por mí; pero esto también ocurrió ante la necesidad de establecer criterios teóricos más complejos para abordar el caso. Precisamente, la aproximación convencional a la compleja problemática que plantea la Amazonía revela de inmediato la limitación y el fracaso de la categoría paisaje cultural3.
Esto se hace patente en los trabajos de Denevan (2003). Estos constituyen un importante esfuerzo, desde la geografía cultural, por demostrar que en las regiones amazónicas también hay transformaciones del paisaje, en tanto desmitifica los socorridos conceptos que las definen imaginariamente como paisajes prístinos y salvajes, idea que desconoce que son espacios habitados por pueblos amazónicos que intervienen en ellos de forma ancestral. Sin embargo, en especial en este caso, reducir el concepto de paisaje a las modificaciones territoriales generadas, por ejemplo, por el cultivo estacional o migratorio de las chacras, o por prácticas culturales que propician la presencia y difusión de plantas útiles en el entorno de los espacios habitados, revela una perspectiva reduccionista del paisaje: se restringe a lo fáctico, a lo estrictamente funcional y tangible. Así, se pierden de vista los complejos significados que nutren la «visión del otro» acerca del paisaje y de lo que en teoría entendemos por paisaje.
En la misma línea, Philippe Descola se plantea algunas interrogantes críticas en el seminario que conduce en el College de France(2012-2014). Sin embargo, su erudito y documentado manejo del tema, que inicialmente se propone una aproximación al debate sobre la percepción indígena del concepto de paisaje —o por lo menos un abordaje desde las perspectivas de la antropología cultural—, cierra (por ahora) el círculo en una perspectiva aún entrampada por la apreciación estética, sobre todo cuando propone la representación del paisaje en cuanto miniatura. No obstante, por lo visto, este vasto tema seguirá en discusión. Resulta significativo que Descola, abriendo un paréntesis, convoque a Berque a discutirlo, lo cual nos trae de vuelta a la amplia y compleja discusión acerca del pensamiento paisajero y los múltiples enfoques que se dan en su tratamiento.
En mi caso, es un tema abierto a una mayor y más amplia investigación. Tengo claro que lo enfocaré tomando nota de mis habilidades, pero también de mis limitaciones. De alguna forma, los tres capítulos finales de este libro exploran posibles rutas de indagación por las travesías del pensamiento paisajero. Esta perspectiva da lugar al presente libro, puesto que exige cerrar un capítulo de la investigación para difundir y discutir lo avanzado hasta aquí. Que no es poco, más aún frente al creciente interés que despierta la valoración de los excepcionales paisajes de nuestro país, a lo que tampoco es ajeno el Estado: desde el año 2011 los paisajes culturales están reconocidos legalmente como una categoría patrimonial, lo que proporciona las herramientas básicas para proceder a su registro y cautelar su conservación.
1Reunión temática de la Unesco «Paisajes culturales en los Andes», Chivay y Arequipa, 17-22 de mayo de 1998 (Canziani, 2002).
2Modelando el mundo: imágenes de la arquitectura precolombina, exposición en el Museo de Arte de Lima (MALI), de octubre de 2011 a marzo de 2012. Tuvo como curadores a Cecilia Pardo, José Canziani, Luis Jaime Castillo y Paulo Dam.
3Esto no significa desconocer la relevancia del manejo de la categoría paisaje cultural en lo que se refiere al reconocimiento de este complejo bien cultural como patrimonio de la humanidad, lo que favorece la instauración de instrumentos metodológicos para su registro y catalogación, y proporciona herramientas fundamentales para su preservación y puesta en valor social. Asimismo, debemos reconocer los esfuerzos para lograr una mayor apertura de la categoría, al incluir, por ejemplo, paisajes que no muestran huellas culturales tangibles, pero cuyos componentes naturales están asociados a fuertes evocaciones culturales.
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