Nuestra profesión de los votos recibe de la Iglesia «la bendición especial y asocia su oblación al sacrificio eucarístico».
El voto es una expresión de nuestro culto a Dios. Es como un sacrificio ofrecido a Dios[83]. Por otra parte, a través del voto quedamos «ligados» «ob-ligados» a Dios y no solo en el presente, sino también en el futuro. «¡No solo se entregan los frutos del árbol, sino el mismo árbol con sus frutos!», comenta plásticamente santo Tomás[84]. Y esto se hace, no por autosuficiencia, sino todo lo contrario: porque somos conscientes de nuestra debilidad y fragilidad, de nuestra tendencia a la seducción idolátrica.
El voto pronunciado públicamente ante la Iglesia nos compromete más y deja fija nuestra voluntad en el bien. De una forma muy lúcida, Tomás de Aquino lo denominó «sacrificio de holocausto» para indicar que en la oblación no se reserva nada de la víctima ofrecida[85]. Si el sentido de la profesión es «la entrega total», eso significa que cada uno de los votos no es una parte de tres en el conjunto de la entrega, sino más bien una dimensión, una perspectiva desde la que se expresa y simboliza la entrega total.
Los llamados «tres votos» no son tres votos distintos, sino uno solo en tres perspectivas, en perichṓresis. Consecuencia de ello, es que pueden ser explicados conjuntamente, paralelamente, con el mismo esquema y en complementariedad. Por ello, pretendo hacer ver que son variaciones de una vida según la nueva alianza en el amor y que cada uno de ellos enfatiza en una dimensión el mandamiento principal: sea el amor a Dios o al prójimo, sea el amor con todo el corazón (castidad), con toda el alma (obediencia), con todas las fuerzas (pobreza), sin que sean perfectamente distinguibles, sino en perichṓresis también[86].
La promesa de la profesión religiosa es una y triple. Expresa su unidad en una tríada, que son los votos de obediencia, castidad y pobreza; y la tríada expresa la unidad total de la entrega sin reservas, total, al carisma recibido. Castidad, pobreza y obediencia no son, sino los símbolos de una respuesta sin reservas, total, al carisma recibido. Sin reservas, en cuanto al propio ser, porque hacen referencia a la totalidad de la existencia humana –el ámbito del corazón, de la vida y de las posesiones–. Sin reservas en cuanto al tiempo, porque no solamente se entrega el pasado y el presente, sino que en el don se quiere anticipar todo el futuro a través del voto. ¡Eso está claro en toda la historia de la interpretación teológica y espiritual de la vida religiosa!
La vida consagrada profesa su voto fundamental de alianza ante la Iglesia, en la Iglesia, sintiéndose Iglesia. Ella quiere expresar todo el amor que la une al Jesús-Esposo de su Iglesia y desea hacerlo con todo el corazón, toda el alma y todas las fuerzas, formando la comunidad que tiene «un solo corazón, una sola alma y todo en común» (He 4,32-35). Es consciente, así mismo, de las amenazas diabólicas que tientan y tentarán su fidelidad a la alianza. El voto –compromiso público– de alianza se lo recuerda constantemente y enciende alarmas cuando la amenaza es real.
2. Cada instituto configura «carismáticamente» los votos
Cada instituto plasma su profesión de los votos según el carisma recibido. No existe una profesión estándar. Ni siquiera una profesión que se identifique únicamente con el proyecto de cumplir el mandamiento principal que caracteriza toda vida cristiana. El mandamiento principal se profesa como voto pero con rasgos liminales y proféticos, propios de la vida consagrada[87].
a) Desde la biodiversidad carismática
Pero también dentro de la vida consagrada existe una bio-diversidad carismática impresionante. Cada carisma colectivo le da una configuración especial a la profesión del mandamiento principal como único voto y a cada una de sus explicitaciones en los tres votos. No pocos institutos expresaron su especificidad carismática en la profesión de un cuarto voto. Últimamente nos estamos dando cuenta de que esa excelente iniciativa tal vez hoy no sea necesaria. Basta con re-interpretar el único voto y sus tres explicitaciones votivas desde el carisma fundante. Así se descubren, por ejemplo, los diversos matices del voto de pobreza en los franciscanos, o en los hermanos de san Juan de Dios, o en los hermanitos o hermanitas de Jesús. Por eso, en la revisión de los textos constitucionales se hace lo posible para no presentar los votos –sin más– con el rostro estándar de los documentos de la Iglesia, sino releyéndolos desde la propia especificidad carismática.
Todos los institutos de vida consagrada viven la alianza desde el seguimiento del Jesús histórico, pero también desde la fe en el Cristo resucitado. Todos quieren unirse a Él por la fe y la participación en sus sacramentos. Pero ese seguimiento y esa fe acontecen en cada creyente y en cada grupo bajo la acción del Espíritu del Señor que nos ha sido enviado y que nos concede –según el querer del Padre y del Señor resucitado– los dones que más necesita la Iglesia.
Hay formas de vida consagrada a las que seduce el Jesús de Nazaret de la vida oculta, el Jesús laico, familiar, trabajador, «uno de tantos» (hermanitos y hermanitas de Jesús, inspirados en Charles de Foucauld, u otros institutos denominados «de Nazaret» o «de la Sagrada Familia», o «de Belén»).
Otras formas de vida consagrada se sienten seducidas por la etapa fronteriza, liminal y profética de Jesús, itinerante, proclamador y actor del reino de Dios en Galilea y en Jerusalén (órdenes mendicantes, clérigos regulares, institutos apostólicos, sociedades de vida apostólica, institutos seculares). Quienes siguieron a Jesús primero, en esta fase de su vida, hombres y mujeres, formaron en torno a Él una comunidad de seguimiento y misión. Jesús no les exigía cambiar su estado de vida: Simón Pedro era un seguidor casado; también lo era su seguidora Juana –mujer de Cusa–. Todos –seguidores y discípulos– compartían el estilo de vida de Jesús: itinerante, pobre, obediente a la voluntad del Abbá, comunitario –formando incluso una comunidad mixta–, orante, diaconal o de servicio a los necesitados. En la comunidad de Jesús se decía no a la violencia, sí a la desinstalación e itinerancia profética. Muchos institutos de vida consagrada encuentran en este Jesús de la etapa profética su llamada, inspiración y su forma de misión y vida. El Espíritu Santo inspira en cada instituto un modo peculiar de hacer «memoria» de Jesús-profeta del reino de Dios e Hijo de Dios. Hemos de estar muy atentos para no limitar los modelos de vida consagrada, inspirados en el Evangelio, a los ya pre-concebidos y aprobados canónicamente. ¿Por qué el Espíritu no puede inspirar nuevas formas de vida, basadas en el Evangelio y configuradas y conformadas de modos diversos a los que hasta ahora han aparecido?
b) Las cuatro dimensiones: Misionero-política, comunitaria, ecológica y mística
El voto fundamental y cada uno de los tres votos deben ser comprendidos desde las cuatro dimensiones de la nueva alianza: con Dios, con la humanidad, con la propia comunidad, con la naturaleza. Nuestro compromiso y servicio a la alianza se vuelve entonces: misionero-político, comunitario, ecológico y místico.
La dimensión misionero-política describe la alianza como compromiso y complicidad con la misión del Espíritu Santo que lleva a plenitud la misión de Jesús, que vino a reunir a todos los hijos de Dios, que estaban dispersos; que vino a curar toda dolencia y ser mensajero de la buena noticia y a transformar el mundo en reino de Dios, optando prefentemente por los más pobres y últimos y prometió la instauración de una nueva Jerusalén.
La dimensión comunitaria describe la alianza como relación de fraternidad y sororidad, de familia con quienes Dios Padre ha puesto a nuestro lado y con quienes nos hace convivir.
Читать дальше