Siervo malo y perezoso […] que te quiten el talento […] al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. A ese siervo inútil ¡echadlo a las tinieblas de fuera! (Mt 25,26-30).
Los consejos evangélicos son aquellas palabras del Maestro que nos indican el método, el camino a seguir para evitar toda exageración y toda deficiencia, todo exceso y todo defecto[65] en las tres áreas del poder, del dinero y del sexo y cómo conseguir que se conviertan en virtudes[66].
Sin instinto de posesión, podríamos morir de hambre; sin instinto de poder seríamos incapaces de desarrollarnos y transcendernos, sin instinto sexual seríamos incapaces de completarnos, de disfrutar de nuestra alteridad como hombres o mujeres, de prolongar la vida, de amar. Si no estuviéramos habitados por estas pulsiones fundamentales nos encaminaríamos hacia la catástrofe.
Sexo, dinero-posesión y poder son realidades positivas. Pero esa luz que desprenden puede oscurecerse, entenebrecerse cuando una realidad diabólica se apodera de ellas; esa finalidad hacia la que tienden puede convertirse en desorientación y energía que nos lance hacia otros caminos perversos. De nosotros depende que aparezcan y actúen como luz o como tinieblas; todo depende del uso que hagamos de esas fuerzas. Por eso, estos tres componentes de nuestra vida son –a la vez– la fuente de nuestra felicidad y la fuente de nuestras angustias. La experiencia histórica y cotidiana nos muestra sobradamente el lado oscuro, diábolico e idolátrico del poder, del dinero y del sexo.
¿Qué hacer entonces? ¿Qué camino seguir? ¿Quién nos guiará?
2. También en otras religiones hay «consejos»
Las religiones han ofrecido claves, métodos, para vivir adecuadamente la relación con el poder, el dinero y el sexo. Lo que nosotros llamamos «consejos evangélicos» se encuentra de alguna manera anticipado en la ética de otras religiones. Y no es extraño: la gracia no destruye la naturaleza, sino que la presupone; en este caso también. La palabra de Dios no exige nada que sea imposible para el ser humano.
No debe extrañar, entonces, que exista una auténtica analogía entre la vida religiosa cristiana y la no-cristiana, sin que ello obste para que haya bastantes diferencias.
La más débil analogía entre consejos religiosos y consejos evangélicos se da en el ámbito de la virginidad. Cuando ciertos movimientos religiosos, como en el orfismo[67], recomiendan no casarse, abstenerse de los placeres carnales y desprenderse de todo es porque rechazan «lo sexual»; este rechazo –ciertamente injustificable– se fundamenta en la necesidad de liberar el alma (parte positiva de la naturaleza humana) del cuerpo (parte negativa de la naturaleza humana)[68]. En cambio, el Antiguo Testamento bendice el matrimonio y su fruto y el Nuevo Testamento relaciona la virginidad con un orden superior de maternidad, sea física (como en el caso de María) o eucarística (respecto de los demás cristianos). En todo caso, el orden de la sexualidad está sometido al tiempo que pasa; y así lo decía Jesús: « […] los resucitados no se casarán; vivirán como ángeles de Dios en el cielo» (Mt 22,30). El Señor ha abierto la posibilidad de una vida ulterior, ilimitada en el estado de no-casados, no porque la carne y el matrimonio sean malos («¡todo lo que Dios ha hecho es bueno y nada ha de ser rechazado, sino recibido con acción de gracias!» 1Tim 4,4), sino por la participación en el misterio físico de la Cruz y de la Resurrección.
Mayor analogía existe entre consejos religiosos y consejos evangélicos en el área de la pobreza y la no-posesión. En los monasterios de Asia se practica una comunión de bienes muy parecida a la del cristianismo. Da la impresión de que en ellos la pobreza es abrazada con muchísima más radicalidad que entre nosotros. Lo hacen para separarse de las cosas terrenas que son pasajeras y salir al encuentro de lo divino. Se renuncia para contemplar lo divino, lo infinito, lo absoluto en su inalcanzable misterio. Algo parecido encontramos incluso en el monacato cristiano de Evagrio. Lev Tolstói es un ejemplo de interacción de motivos cristianos y naturales sobre la pobreza[69]. La comunidad de bienes ha sido una de las utopías acariciadas por la modernidad, comenzando por Tomás Moro y Campanella y siguiendo por el primer socialismo que abogaba por la solidaridad humana. La pobreza que Jesús recomienda añade a estas otras motivaciones.
En el ámbito de la obediencia hay también semejanzas y diferencias. La obediencia funciona allí donde se relacionan superiores y súbditos, padres e hijos, gobernantes y ciudadanos, dirigentes de la economía y consumidores, jefes militares y soldados… Esta obediencia natural se fundamenta en razones éticas, pero también religiosas. La obediencia natural implica una entrega confiada del propio poder a la supervisión de la persona que ejerce el mando. Quien obedece se expone al abuso de confianza por parte del quien manda; pero también al abandono cobarde de la propia responsabilidad en quien detenta la autoridad. En la esfera religiosa, la obediencia acata la autoridad de un guía espiritual cualificado, se confía a personas carismáticas, dotadas de sabiduría divina y de liderazgo pedagógico y religioso; y a veces, por toda la vida. Esto se da tanto en el monacato no cristiano, como cristiano. Jesús, sin embargo, le dio a la obediencia un giro espectacular. Jesús, el Maestro, era el primero en obedecer y, por eso, incluía a sus discípulos en su camino de obediencia; si Jesús obedecía no era para servir de ejemplo pedagógico para sus discípulos, sino para que aconteciera la redención. En el ámbito de la obediencia hay también semejanzas y diferencias.
No es, por lo tanto, desacertado, hablar de los consejos religiosos antes de hablar de los consejos evangélicos[70]. Las religiones y también las filosofías éticas preparan el camino del Señor. Lo que el Maestro Jesús «aconseja» no es una absoluta novedad. Obediencia, pobreza y virginidad o celibato son también valores humanos, que nos hacen comprender el espíritu religioso común a todos los seres humanos; pero también nos hacen descubrir lo propio y específico de nuestra vida cristiana. Los consejos evangélicos ofrecen, por tanto, nuevas perspectivas, en el camino ético de la humanidad. No están desencaminados quienes buscan a Dios aunque sea fuera de la verdad cristiana (He 17,27).
Algo parecido a esto podríamos decir de tanta literatura de autoayuda de la que hoy disponemos y de las enseñanzas de los maestros de espiritualidad, auténticos expertos en las disciplinas del espíritu.
Hay muchas gracias fuera de la esfera de la Iglesia visible que nosotros no percibimos: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo venga, ¿a ti qué?» (Jn 21,22).
3. Las enseñanzas del Evangelio y el maestro interior, el Espíritu
Hablar de consejos evangélicos se ha vuelto normal; proviene de una tradición que el concilio Vaticano II asumió como propia[71]: la expresión «consejos evangélicos» aparece en 16 números de los documentos conciliares (unas 25 veces)[72], y dieciocho veces en el nuevo Código de Derecho Canónico[73].
Y ¿por qué «consejos» y no «mandatos» evangélicos? Las enseñanzas de Jesús, nuestro Maestro hacen preceder los indicativos a los imperativos. Es decir, primero «indican» una posibilidad y después «mandan». Piden comprometerse con aquello que es posible. Al imperativo «¡este es mi mandamiento: que os améis unos a otros!», precede el indicativo «como yo os he amado, y como el Padre me ha amado». Jesús nunca pide imposibles. No es como los doctores de la ley mosaica, que imponen pesos insoportables (Mt 23, 1-4). Jesús nos ofrece la ley del Espíritu, aquella que está grabada en el corazón y es ley de la libertad (2Cor 3,3).
Los consejos evangélicos son la expresión de esta ley interior, ley del corazón, ley del Espíritu. Los consejos evangélicos generan en nosotros procesos de búsqueda, de transformación. Jesús, nuestro Maestro, y su Espíritu –presente en nuestros corazones– nos «aconsejan» y «capacitan» internamente (como maestros exterior e interior) para que no caigamos en la tentación del exceso o de la deficiencia.
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