Aquellas fechas las empleó en ella. Visitó casi todas las tiendas de ropa, se compró prendas de abrigo, incluido un buen gorro de marta y unas buenas botas, paseó por toda la ciudad y respiró el aire seco y puro de Helsinki. Pero le faltaba algo, lo que no había encontrado, o mejor, no había querido encontrar, la persona con quien compartir su anónima vida. Pensó en ello y decidió que ya había llegado el momento de tomar una decisión al respecto, pero declinó hacer nada hasta que estuviera de vuelta en su París. Aquel año nuevo lo recibió sola, pero el escenario auténticamente navideño de la ciudad compensaba con creces aquella soledad.
El martes 8 de enero ya estaba de vuelta enTurku.Trece días después, a las once de la mañana y sentada donde siempre, observó a un hombre que reunía todas las características de sus fotografías. Se levantó y, cogiendo uno de sus tantos libros, se dirigió al mostrador donde se encontraba la persona causante de quitarle el sueño muchas noches. Se colocó detrás de él, esperando su turno mientras observaba qué hacía y escuchaba lo que decía.
—Gracias, señor Virtanen. Ahora solo le falta devolver Todos los hombres del presidente, ¿correcto?
—Así es.
—¿Va a llevarse alguno más?
—Creo que sí, pero antes tengo que echar un vistazo. Luego me paso. ¿Le parece?
—Como usted quiera, señor Virtanen —contestó la funcionaria. Cuando le llegó el turno, la joven no quiso perder mucho tiempo, pues necesitaba observar al llamado Virtanen, de manera que se excusó.
—Perdone, pero me he dejado algo importante.
—No tiene por qué disculparse, señorita Kofman.
Sin prisa pero sin pausa, siguió el rastro de aquel hombre. Caminó despacio entre las estanterías hasta que por fin pudo observarlo, pero necesitaba verlo totalmente de frente. Quería asegurarse de que se trataba de la persona que buscaba. Tuvo que improvisar, de manera que tiró al suelo varios libros cuando el llamado Virtanen pasaba muy cerca de ella.
—¡Qué torpe! —exclamó en alemán lo suficientemente alto para que él la escuchara.
—Anna minun auttaa sinua 8—se ofreció el educado Virtanen, arrodillándose a recoger aquellos libros.
—Kiitos avusta 9. Lo siento, no conozco bien su lengua. ¿Entiende mi inglés? —le preguntó en esa lengua.
Aquella estrategia funcionó.
—¿Es usted inglesa?
—No, alemana, pero por aquí el inglés se utiliza mucho, es lo que más se conoce. Gracias nuevamente.
—No hay de qué.
Los dos siguieron su camino. No tuvo duda, era la persona que le habían señalado. Se alegró mucho de aquel encuentro, porque tenía la sensación de que pronto su presa estaría en su punto de mira. Cuando observó que él había cogido un libro, marchó rápidamente a su mesa de trabajo, cogió su bolso, su abrigo y uno de los libros de consulta sobre fauna finlandesa y se dirigió rápidamente hacia el mostrador. La cuestión era llegar antes que él, y lo consiguió.
—Voy a estar unos días sin venir y quisiera llevarme este libro para estudiarlo más detenidamente.
—Sin problema, señorita Kofman.
El perseguido se encontraba ahora detrás de ella. Cuando terminó, dio las gracias a la bibliotecaria en finés y se marchó.
—Taimi, por favor, ¿sabes quién es la señorita que has atendido?
—Es una ornitóloga alemana que ha venido a estudiar nuestros cisnes, señor Virtanen.
—Muchas gracias, Taimi.
Y recogiendo su nuevo libro, se marchó.
El día estaba despejado, con una temperatura de -9 ºC y 30 centímetros de nieve, cosa muy normal para esas fechas y lugar. Con buen abrigo y coche apropiado, cualquier finlandés viajaba con toda normalidad; solo los inexpertos se movían con dificultad, y ese era el caso de Kofman.
Aleksi Virtanen abandonó el edificio, subió a su coche y marchó hacia su casa. Apenas había recorrido ochocientos metros cuando vio a una señora observando el motor de su coche. Bajó la ventanilla y le preguntó si necesitaba ayuda. Cuando se giró, pudo comprobar que se trataba de la joven que antes se cruzó en la biblioteca.
—¡Arvostan todella! 10— contestó en un mal finés.
Al volverse, aquella mujer no pudo más que sorprenderse, haciendo un pequeño comentario en inglés.
—Está claro que hoy es usted mi ángel custodio.
—Déjeme que le ayude.
Aleksi miró aquel motor, tan simple como un encendedor. El coche, el más vendido en los dos últimos años en Finlandia, era tan simple como pequeño; apenas cabían dos personas.
—Este coche no es apropiado para estas condiciones climatológicas. Lo mejor es dejarlo y yo le acercaré a su casa. ¿Es suyo?
—No, alquilado.
—Pues le recomiendo que alquile un 4x4 si se quiere mover por estas tierras; de lo contrario, con la próxima nevada, y no tardará mucho, se quedará bloqueada, y si le ocurre lejos de alguna población, lo podría pasar mal.
—Creo que tiene razón. Le haré caso, llamaré a la agencia de alquiler para gestionar enseguida este problema.
—Me parece bien. Suba y le acerco a casa.
Kofman recogió de aquel Seat 600 sus pertenencias y se subió al potente Gaz-21, un coche ruso tan robusto como seguro.
—¿A dónde le llevo?
—Pues hace dos días que he alquilado una vivienda y no crea que lo tengo claro. Tenemos que cruzar el puente e ir en dirección sureste, ya le indicaré con tiempo por…
—Si me dice la dirección, quizá sea más rápido.
—Tiene razón. ¡Kaskentie, 25!
—No está muy lejos —le contestóAleksi poniendo el coche en marcha. Pasaron unos segundos de silencio, que pronto se rompieron.
—¿De turismo?
—Digamos que de turismo y trabajo.
—No está mal mezclar las dos cosas. ¿Sobre algo en especial?
—¿El trabajo?
—Simple curiosidad. No tiene por qué responder.
—Bueno, en realidad soy ornitóloga, viajo mucho, ahora quiero hacer un estudio sobre el Cygnus…
—¿El qué? —interrumpió Aleksi con sorpresa.
—El cisne cantor, al que ustedes llaman laulujontsen. Es aquí, en Finlandia, donde mejor lo puedo observar.
—Eso llevará su tiempo, ¿no?
—Pues sí. Y mucha labor de campo.
—Debe ser bonito y curioso.
—¿Le interesa?
—No, aunque reconozco que es interesante.Tengo otras ocupaciones, una muy parecida a la suya.
—¿Como cuál?
—La pintura —respondió él.
—¿Es usted pintor?
—No. Pinto sobre el natural, por mera satisfacción y disfrute personal.
—Bueno, no es tan diferente a lo que hago.
—Cierto, solo que mis pinceles son su prismático, y mi paisaje, su cisne cantor.
—La verdad es que sí, son aficiones que se complementan. Bueno, mejor diría actividades, ¿no le parece?
—Si ves cisnes, observas; si no los ves, pintas. Sí, creo que sí.
Kofman esbozó una pequeña sonrisa al tiempo que preguntó:
—¿A qué se dedica, señor Virtanen?
—No recuerdo haberle dicho mi nombre —exclamó Aleksi, sorprendido.
—Estaba detrás de usted cuando se lo escuché decir a la bibliotecaria. Pero si le ha molestado la pregunta…
—No, no, no, solo que me ha sorprendido. Me llamoAleksiVirtanen. Trabajo en el Museo de Arte —interrumpió.
—Solo quería dar conversación. ¡Creo que ya estamos llegando!
—Así es.
Cuando llegaron, la despedida no pudo ser más breve.
—Muchas gracias por todo, señor Virtanen.
—No hay de qué.
—Bueno, a lo mejor no nos vemos más. Cuídese.
—Lo mismo digo, aunque el destino tiene la última palabra.
—Eso es cierto —replicó Kofman.
Con un simple adiós, gesticulado con la mano mientras el coche se ponía en marcha, Kofman se fijó con cierto disimulo en la matrícula del coche del hombre que tenía el encargo de eliminar y la memorizó rápidamente: EFT-304. Cuando subió a la vivienda y cerró con llave, un suspiro de satisfacción escapó de su boca.
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