la espesura ácida de las ciruelas.
Tapizaría su casa con manojos de albahaca y cordoncillo,
ese sería su huipil
y todo aquel que la mirara
la quisiera por el rocío permanente de su cuerpo.
Gucanu jlaza diuxi,
guie’, bidxiña ne migu
gucanu yaga gucheza bele,
bacaanda’ ne libana guní’ bixhoze bidanu.
Biabanu ndaani’ gui’xi’
gubidxa bitiidi’ baxa sti’ ladxido’no,
gucanu pumpu ¡au!
gucanu nisa ¡au! .
Yanna nacanu dé biaana
xa’na’ guisu guidxilayú
Fuimos escama de Dios,
flor, venado y mono.
Fuimos la tea que partió el rayo
y el sueño que contaron nuestros abuelos.
Caímos en el monte
y el sol nos atravesó con su flecha,
fuimos cántaro¡au! ,
fuimos agua ¡au! .
Ahora somos ceniza
bajo la olla del mundo.
Guyuu tu gucua nisa dondo bi’na’ guidila’du’,
tu guzá de íque de ñeeu
ne qui nuxhalelu ti ñunibia’ xtuxhu gubidxa.
Guyuu tu gudxiru lu guendaró
ne qui niná ñe’ dxuladi male ne cuba ladxi guenda.
Guyuu tu bigaanda ti pumpu nalaa xa’na li’dxu’
ne qui niná ñuni saa.
Qui ganna ca binni huati pa ti guie’ biaba layú
guie’ ru’ laa dxi gáti’.
Hubo quien probó el mosto de tu piel,
te caminó de la cabeza a los pies sin abrir los ojos
para no descubrir el resplandor del sol.
Hubo quien sólo pellizcó la comida
y no quiso beber el chocolate de los compadres
y el pozol de semilla de mamey.
Hubo quien colgó en la puerta de tu casa una olla rota
y no quiso pagar la fiesta.
No supieron los tontos que una flor caída al suelo
sigue siendo flor hasta su muerte.
Ni guicaa T. S. Elliot
Ndaani’ batanaya’ gule jmá guie’ naxiñá’ rini
ziula’ ne sicarú,
qui zanda gusiaanda’ dxiibi guxhanécabe naa guirá ni gule niá’.
Guzaya’ xadxí ne batanaya’
bitiide’ guidilade’ ra dxá’ beñe
ne ndaani’ guielua’ bidxá yuxi nuí.
Gula’quicabe láya’ Mudubina
purti’ gule’ luguiá nisa.
Guriá yaachi naxí gudó yaa’ ti beenda’ cayacaxiiñi’ naa
ne guca’ Tiresias biníte’ guielua’,
qui niquiiñe’ guni’xhí’ ora guzaya’ stube ndaani’ ca dxí ma gusi.
¿Guná nga ni bisanané binniguenda laanu?, ¿xí yuxi guie
bisaananécabe laanu?
Ca xiiñe’ zutiipica’ diidxa’ guní’ jñiaaca’ne zazarendaca’
sica ti mani’ ripapa ndaani’ guí’xhi’, ne guiruti zanna tu laaca’.
Guirá beeu nuá’ neza guete’
balaaga riza lú nisa cá tini, ni rini’ xcaanda’ guielua’ pe’pe’ yaase’.
Zabigueta’ zigucaaxiee xquidxe’,
ziguyaa xtube xa’na’ ti baca’nda’ ziña,
chupa bladu’ guendaró ziaa’ zitagua’.
Zadide’ laaga’ neza luguiaa, ni bi yooxho’ qui zucueeza naa, zindaaya’ ra nuu jñiaa biida’ ante guiruche guirá beleguí.
Zaca’ xti bieque xa badudxaapa’ huiini’
ni riba’quicabe guie’ bacuá íque laga,
xa ba’du’ ruuna niidxi sti guie’
zabigueta’ xquidxe’ ziaa’ si gusianda’ guie lúa’.
Para T. S. Elliot
De mis manos crecieron flores rojas
largas y hermosas,
cómo olvidar el miedo con que fui despojada de toda certeza.
Caminé con las manos
y metí mi cuerpo donde había lodo
mis ojos se llenaron de arena fina.
Me llamaron la niña de los nenúfares
porque mi raíz era la superficie del agua.
Pero también fui mordida por una culebra apareándose en el estero
y quedé ciega, fui Tiresias que recorrió sin báculo su historia.
¿Cuáles son las raíces que prenden, qué ramas brotan de estos cascajos?
tal vez soy la última rama que hablará zapoteco
mis hijos tendrán que silbar su idioma
y serán aves sin casa en la jungla del olvido.
En todas las estaciones estoy en el sur
barco herrumbrado que sueñan mis ojos de jicaco negro:
a oler mi tierra iré, a bailar un son bajo una enramada sin gente,
a comer dos cosas iré.
Cruzaré la plaza, el Norte no me detendrá, llegaré a tiempo para abrazar a mi abuela antes que caiga la última estrella.
Volveré a ser la niña que porta en su párpado derecho un pétalo amarillo,
la niña que llora leche de flores
a sanar mis ojos iré.
Poemas recogidos del libro Guie’ yaaase’ / Olivo negro (Culturas Populares del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2004).
CARLA FAESLER
Imagino el brassière semienterrado, pesando el lodo húmedo del orbe. Como de aurora el cielo, como de alambre el árbol. Si lo hubiera llevado en el bolsillo resistiendo monedas, abrochado en la pierna conteniendo la sangre, de antifaz que tolera las miradas. Lejos el aire sube los motores. La tela vibra hojas y gusanos. En un cuarto el reloj se adorna con los brazos de las horas. Suben y bajan y suben y bajan todo el tiempo los brazos. En la silla hay un suéter entibiando el respaldo.
Sonríe mientras la servilleta,
y aún el frijolazo que se exhibe en sus dientes
es de lo más hermoso.
Qué sana la blancura de esas piezas exactas
que brotan de las más rosas encías.
En ella a los shampoos les funcionan sus sedas,
su cintura responde a la delgadez del corte.
Sus piernas sí se alargan en los pantalones de Dior
y los colores trabajan a favor de su todo.
Jean Paul Gaultier se esmera en las revistas,
que viven en el aire enrarecido
de algo que se le escapa a la gente en la calle.
Ella y Dolly conversan tras cristales y expertos,
una bala sus éxitos en todos los periódicos,
la otra enseña sus fotos y videos.
Una es ocho columnas,
la otra es reportaje del suplemento «Chic».
Cuando el postre les llega,
abominan azúcar: hidrato de carbono y remolacha,
en una ya se sabe, en otra desconocen las reacciones.
Especies sin errores, sin mácula, sin fallas,
que disfrutan el mundo, que le entienden al mundo,
a su mundo enredado en alambres de púas,
narices de perfectas púas, casquitos de patitas fabricadas también púas.
En su mundo ladrado, Doberman en la entrada,
tarascada furiosa los esponjosos labios, la adúltera pelusa mordicante.
Las púas son suavecitas, la mordida es caricia.
Vergüenza es la mejor de las guardianas,
el recato es virtud de la fealdad.
La fealdad que ha mutado en espirales,
ADN de todos infestado.
Negligencia de genes.
Adentro Dolly y ella se entretienen
jugando con hipóstasis y aretes.
Y miran sus relojes,
conjurando con risas y balidos,
la prematura edad que las acecha.
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