Dichosas más que dichas .
Intolerantes. Sí. A veces.
¿Mencioné ya que eran brutales?
Caminaban en días de iracunda claridad como musas de sí mismas
(eso ocurría sobre todo en el invierno, cuando
los vientos del Santa Ana iban y venían
por los bulevares de Tijuana, arrastrando envolturas
de plástico y el polvo que obliga a cerrar los ojos
y negar la realidad)
a la orilla de todo, bamboleándose
eran la última gota que cuelga de la botella
(la mítica de la felicidad y la aún más mítica
que derrama el vaso y el sexo
impenetrable en la mismidad de su orificio )
y caían.
El colmo.
La epítome.
El acabóse.
(Por debajo de estas frases debe olerse el tufo que deja tras de sí el viento horizontal).
Supongo que sólo con el tiempo se volvieron así.
Con hombres y, a veces, sin ellos, besaban
labiodentalmente.
Y se mudaban de casa y se cambiaban los calcetines
y preparaban arroz.
Y bajaban las escaleras y tomaban taxis y no sentían
compasión.
Decían: Este es el viento que todo lo limpia.
Y pronunciaban la palabra. Enfáticas. Tenaces.
Pre-humanas.
Tajantes. Sí. Con frecuencia.
Conmovedoras más que alucinadas. Sibilinas más
que conscientes. Subrepticias más que críticas.
Hipertextuales. Claridosas.
Estoy segura de que ya mencioné que eran brutales.
Fumaban de manera inequívoca.
Cambiaban de página con la devoción y el cuidado
minimalista de las enamoradas.
Siempre andaban enamoradas.
En los días sequísimos del Santa Ana elevaban
los rostros y se dedicaban a ver (podían pasar horas
así) esas aves que, sobre sus cabezas, remontaban
lúcidamente el antagonismo del aire.
Y el Santa Ana (y aquí debe escucharse una y otra vez la palabra) (una y otra vez) despeinaba entonces sus vastas cabelleras ariscas. Sus cruentas pestañas (una y otra vez).
XV
todas son cosas que pasan
(Ésta no es la palabra «tacto».)
La Ex-Muerta se sienta sobre cojines de colores y, expeliendo anchas bocanadas de humo, dice: «no existo».
Le pido que lo pruebe.
(Afuera resplandece el sol de octubre. Una ave canta al lado de la ventana. El aire pasa.)
Me ve con los ojos entornados y, como si aceptarael reto, me da la espalda.
Dice: Hace mucho, un Ser-de-Ojos-Amarillos también me decía lo mismo.
Dice: En una pesadilla.
(Entre «Dice» y «Dice» guarda un silencio largo lleno de más silencio.)
Pregunta: ¿Así que esta es la Ciudad-sin-Nombre?
Respuesta: No, esta es mi casa.
(Entre «Pregunta» y «Respuesta» el exterior ilumina el interior donde, efectivamente, para mi asombro y horror combinados, yace en ruinas un hecho urbano al que nunca nadie le puso nombre.)
(Entre «Pregunta» y «Respuesta» el Ser-de-Ojos-Amarillos me señala el cuerpo.)
(Entre «Pregunta» y «Respuesta» se hace frente a mí, fosforescente, la palabra «tacto».)
Afirmación: Esta no es la palabra «Tacto».
Negación: Esta es la palabra «Tacto».
(Entre la «Afirmación» y la «Negación» una mano se lanza al vacío.)
(Entre la «Afirmación» y la «Negación» el vacío se vuelve mano.)
(Todo puede ocurrir entre la «Afirmación» y la «Negación».)
Pregunta: ¿Así que no existes?
Respuesta: Estoy bajo el agua. La salvia me sabe
amarga. ¿Sabes qué es el luto?
(No hay nada entre esta «Pregunta» y esta «Respuesta».)
(No hay nada, sino sus ojos amarillos, entre esta «Pregunta» y esta «Respuesta».)
El recuerdo de un hombre rubio que corre por un pasillo estrechísimo abriendo puertas de madera que se cierran, sin remedio, a su paso.
El estruendo.
El recuerdo de una mujer que toma pastillas de colores mientras observa nubes inconmovibles del otro lado de la ventana.
El recuero de la boca violeta, destrozada.
El recuerdo de un auto a toda velocidad justo cuando encuentra el único árbol del camino.
Un beso.
Todas son cosas que pasan.
Lo que supongo: el luto es el desarrollo del significado a través del tiempo.
[retrocederá…]
XVI
el lecho iridiscente
(el pronombre, el texto, la primera despedida).
La mujer crea un bosque (de oyameles) (bajo las nubes) (en las laderas del volcán).
La mujer entra en el bosque. Lo circunda. Lo penetra.
(Hanzel y Gretel se preparan, de su mano y sin saberlo, para un filicidio o para una errancia.)
La mujer se pierde y se abandona dentro del bosque.
Y dentro del bosque se despide.
(El momento es tan largo que casi parece la traducción de un bosque.)
La mujer prescinde de la Tercera Persona. La Triplicada Santísima Trinidad. La Agnes-Lucina-Nombre-Oculto-que-Nunca-se-Sabrá. La Amaranta Caballero-Abril-Castro-Maggie-Triana.
La mujer conoce el Yo
(el momento es tan poco momento que casi parece una eternidad).
Y el Yo sólo sabe doler
It cannot be helped, on earth
we play at people 1
el Yo es una astilla que se clava en la yema del dedo índice del Yo
el Yo es una guillotina que separa la cabeza del cuerpo del Yo
el Yo se muerde la lengua y la escupe
el Yo conoce a La Muda.
La Muda soy Yo, dice La Muda paradójicamente.
La Muda Paradójicamente soy Yo.
Y entonces construyo El Texto
(que es el bosque)
y dentro del Texto está La Ciudad
(y por ser la ciudad de mi texto la ciudad no tiene nombre)
y alrededor de la Ciudad-Sin-Nombre está el océano
(el Hecho Iridiscente)
(el Lecho Iridiscente).
Y el Yo todavía sólo sabe doler
But in her
The child—I cannot
Pray. She is in herself
A prayer. You, in this quiet circle
Yourself
Are utterly
In Yourself 2
(acaba de suceder un momento tan corto como la misma invisibilidad).
Hanzel y Gretel son libres ya
(todo esto dentro de la muerte)
(y la muerte usualmente es una errancia).
Y entonces El Texto construye el Yo
(porque sus líneas son sarcófagos también)
y Yo soy la mujer que se pierde en un bosque
(y soy los oyameles y las nubes y las laderas del volcán)
y Yo soy el cuerpo que se tiende sobre sus hojas
(y soy el color verde y el color café y el color gris)
y Yo soy quien va hacia la Tercera Persona
(trémulamente)
(en medio de tanto aire)
y la deja ir.
in the light of valley-crossings
it seemed—that children awoke amid grasses
and their singing sought words—somewhere nearby
as if from there
it seemed—
in the mist of the shining of the world
they remained like pearls like islands
more painfully than in life—to shine 3
(este es El Texto del Yo para la Ex-Muerta).
(Ésta es la primera despedida.)
[retrocederá…]
1GENNADY AYGI, «Quietness», Selected Poems 1954-1994 (trad. por Peter France), Evanston, Illinois: Northwersten University Press, 1997, p. 41.
2AYGI, «Leaf-fall and silences», p. 181.
3AYGI, «Forests—Backwards», p. 187.
XVIII
la dichosa
Decía: Yo no soy la dicha.
Si tú me dices, yo me desdigo.
Insistía: Si tú me dijeras, yo sería la des-dicha-(da).
Añadía: Yo digo.
Yo soy mi propia dicha.
Concluía: dichosa yo que puedo decir.
Y decirte.
Cosas por el estilo le preocupaban a la Ex-Muerta, la Emergida, la mismísima Concha Urquiza ahí, sobre la arena.
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