Durante un momento, Seth observó el anillo que adornaba su mano y susurro para sí:
—“Una familia para amar y buena tierra para proveerles, es el sueño de todo hombre”. Cumpliré mi promesa, Miriam. —Giró el rostro hacia el trono antes de vociferar de forma enérgica—: ¡Acepto el desafío, señor!
Sin demora, Aemer hizo los arreglos y pidió a los presentes que hicieran espacio en medio del salón, el duelo se llevaría a cabo de inmediato.
El joven de cabello liso permaneció de pie en medio del salón para esperar al oponente designado por el rey. Sin embargo, fue grande su sorpresa cuando el vocero nombró al campeón: el general Dire. El rostro de Seth, ya dominado por cierta inquietud, se tornó serio, pues sabía que el general era tal vez el más fuerte espadachín de Ur, además de ser su maestro durante años y casi un padre para él, hecho que aumentaba la complejidad del duelo.
Los visitantes del palacio permanecieron expectantes ante el combate que se avecinaba. Los entendidos en materia de formación miliar consideraban a Seth el sucesor del general. No obstante, el resto del público lo percibía como una batalla que era emocionante solo por el contexto en que se había presentado. Buena comida y un buen duelo de espadas, ¿qué más podían pedir?
Al avanzar un par de pasos, el rey pidió a Dire que se acercara antes de llegar al centro del salón. Una vez junto al soberano, escuchó estas palabras susurradas en su oído:
—Si pierdes, irás al paso de Alba a matar lobos. Ambos sabemos que ni siquiera tú regresarías con vida.
Los guardias formaron un perímetro y dejaron en el interior al joven capitán y a su maestro. Tras la señal de “¡Vamos!”, Seth se lanzó sobre Dire, igual que un animal salvaje lo hace con su presa. Golpes de espada caían sobre el general de lado a lado; sin embargo, contraatacó con la misma rapidez, mientras Seth esquivaba y ganaba espacio entre ambos con movimientos acrobáticos.
Se conocían muy bien debido a los años que entrenaron juntos, los movimientos de ambos simulaban una coreografía bien elaborada. A pesar del período que Seth pasó fuera de la ciudad, no había olvidado lo que su maestro le enseñó; por el contrario, demostraba haber aprendido movimientos nuevos que a ratos complicaban a Dire. No obstante, la paciencia nunca fue una virtud del joven. La incapacidad de sacar a Miriam de su mente, le generaba una intensa ansiedad y lo desconcentraba a ratos.
Dire, por su parte, como buen maestro entendía que no podía dejarlo ganar, aunque su empatía hacia el muchacho le inspiraba el deseo de perder. Dudaba y estaba confundido, sentimientos que Seth intuyó, pues dedujo que su maestro no estaba dando el cien por ciento. De hecho, se fijó en que ni siquiera usaba su característica espada grande, la cual reposaba al lado del rey. Este hecho desató su molestia y aumentó la desesperación que sentía.
—¿No me crees digno de usar tu espada? —Se quejó en un intento de provocar al general.
La ansiedad de Seth creció con cada minuto hasta convertirse en frustración, y esta frustración en ira. Por este motivo, comenzó a perder el control de la mayoría de sus movimientos, se tornaron imprecisos y erráticos, y esto le dio una ventaja considerable al general.
Luego de diez minutos de intenso combate, el maestro, quien contaba con algunos años sobre sus hombros, fue perdiendo fuerzas contra el ímpetu del joven discípulo. Tras cubrirse de dos enérgicos golpes seguidos, Dire casi no pudo sostener la espada, momento que Seth aprovechó para clavar la suya en el suelo, impulsarse hacia adelante, patear el pecho del general y, posteriormente, su mano derecha. El general soltó su espada y la vio caer junto a una joven escriba sentada cerca del rey. Un instante después, Seth pateó nuevamente el pecho de su maestro, haciéndolo tropezar. Dire cayó de espaldas, desarmado y a disposición de la espada de su alumno. El combate había acabado.
El general miró a su discípulo a los ojos para trasmitirle su orgullo, mientras las pupilas del joven mostraban gratitud y un poco de tranquilidad. Como era costumbre, ambos hicieron una reverencia frente a frente, inclinando la parte superior del cuerpo junto con la mirada. Sin embargo, al erguirse, los ojos de Seth se abrieron horrorizados: la punta de una espada brotaba del pecho de su maestro. Miró a su alrededor desconcertado, solo para descubrir que asistentes y soldados eran asesinados por varios personajes extraños que se encontraban entre los invitados. Nobles, príncipes y emisarios de otras tierras ocuparon el suelo del palacio en un cúmulo de cadáveres.
Lo primero que pasó por la mente de Seth fue encontrar a Ana, a quien identificó en pocos segundos tiñendo el suelo de rojo, al igual que los cuerpos del resto de los invitados. Ebrio de ira, desató su furia contra los asesinos que lo rodeaban y acabó con un total de trece almas, pero su cuerpo resintió el peso de una batalla tan intensa. Aunque trató de resistir en pie, cayó luego de recibir una herida considerable en la espalda; un instante después, fue finiquitado por tres espadas que lo atravesaron en distintas posiciones, hasta clavarse la última directamente en su corazón.
Nublado por el dolor, cerró los ojos y el mundo se tornó en oscuridad a su alrededor.
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