Tucídides - Historia de la Guerra del Peloponeso

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Historia de la Guerra del Peloponeso es un relato de la guerra homónima, que tuvo lugar en la Antigua Grecia y que enfrentó a la Liga del Peloponeso (liderada por Esparta) y la Liga de Delos (liderada por Atenas). La obra fue escrita por Tucídides, un general ateniense que sirvió en la guerra. La obra es considerada un clásico, además de que se trata de uno de los primeros libros de historia que se conocen. Fue dividida en ocho libros por los editores posteriores de la Antigüedad.

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»Y aunque la fortuna y el poder fuesen iguales, la diligencia e industria que proceden de un corazón magnánimo, hacen al hombre más seguro en su confianza y osadía; porque no se funda tanto en la esperanza, cuyos términos son dudosos, cuanto en el consejo y prudencia por las cosas que ve de presente. Así que, conviene a todos de común acuerdo mirar por vuestra honra, dignidad y seguridad de vuestro estado y señorío, que siempre os fue agradable, sin rehusar los trabajos, si no queréis también rehusar la honra, y pensar que no es solo la contienda sobre perder la libertad común, sino sobre perder todo vuestro estado y señorío, además el peligro que crece por las ofensas y enemistades que habéis cobrado por conservarle. Por lo cual, aquellos que por temor del peligro presente, so color de virtud y bondad, procuran el reposo y la paz, sin mezclarse en los negocios de la república, se engañan en gran manera: que no está en nuestra mano el despedirnos de ellos, porque ya hemos usado de nuestro imperio y señorío en forma y manera de tiranía, la cual así como es cosa violenta e injuriosa tomarla al principio, así también al fin es peligroso dejarla. Los hombres que por el temor de la guerra persuaden a los otros que no la sigan, destruyen a la ciudad y a sí mismos, y dan la libertad a los que sujetaban antes. El reposo y sosiego no pueden ser seguros, sino encaminados por el trabajo; ni conviene el ocio a una ciudad libre como la nuestra, sino para las que quieren vivir en servidumbre.

»Por tanto, varones atenienses, no debéis dejaros engañar de tales ciudadanos ni menos tener saña contra mí, que con vuestro acuerdo y consentimiento emprendí la guerra; ni porque los enemigos os hayan hecho el mal que estaba claro os habían de hacer, si no los queríais obedecer. Y si sobrevino la epidemia, que era la cosa menos esperada, a causa de la cual he sido odiado por la mayoría de vosotros, sin razón ciertamente me queréis mal, pues cuantas veces os acaeciese una prosperidad inesperada no me la atribuiríais ni me daríais gracias por ella.

»Por necesidad debemos sufrir lo que sucede por voluntad divina: y lo que procede de los enemigos, con buen ánimo y esfuerzo. Esta es la costumbre antigua de nuestra ciudad, y así lo hicieron siempre nuestros antepasados; hacedlo también vosotros, conociendo que el mayor nombre y fama que tiene esta ciudad entre todas es por no desmayar ni desfallecer en las adversidades: antes sufrir los trabajos y pérdidas de muchos buenos hombres en la guerra. Así ha adquirido y conservado hasta el día de hoy este gran poder, que si ahora se pierde o disminuye, como naturalmente sucede a todas las cosas, se perderá también la memoria para siempre entre los venideros, no solamente de Atenas, sino también del imperio de los griegos.

»Nosotros, entre todos los griegos, somos los que tenemos el mayor señorío y hemos sostenido más guerras intestinas y extranjeras, y habitamos la más rica y más poblada ciudad de toda Grecia. Bien sé que los temerosos y de poco ánimo, menospreciarán y vituperarán mis razones; mas los buenos y virtuosos las tendrán por verdaderas. Los que carecen de mérito me tendrán odio y envidia, lo cual no es cosa nueva, porque comúnmente acontece a todos los que son reputados por dignos de presidir y mandar a los otros el ser envidiados. Pero el que sufre tal envidia y malquerencia en las cosas grandes y de importancia, puede dar mejor consejo, pues, menospreciando el odio, adquiere honra y reputación en el tiempo de presente y gloria perpetua para el venidero.

»Teniendo estas dos cosas delante de los ojos, la honra presente y la gloria venidera debeislas tomar y abrazar alegremente, y no cuidaros de enviar más farautes ni mensajes a vuestros enemigos los lacedemonios, ni perder el ánimo por los males y trabajos ahora, porque aquellos que menos se turban y afrontan con más ánimo las adversidades y las resisten, son tenidos por mejores pública y privadamente.»

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Índice

Virtudes y loables costumbres de Pericles.

Con estas y otras semejantes razones Pericles procuraba amansar la ira de los atenienses, y hacerles olvidar los males que habían sufrido. Todos de común acuerdo le obedecieron de tal manera, que en adelante no enviaron más mensajes a los lacedemonios, disponiéndose y animándose para la guerra, aunque en particular sentían gran dolor por los males pasados; los pobres porque veían aminorarse con la guerra su poca hacienda, y los ricos porque habían perdido las posesiones y heredades que tenían en el campo; y como continuaba la lucha, no en todos se disipó la ira que tenían contra Pericles, deseando algunos que le condenasen a una gran multa. Pero como el vulgo es mudable, le eligieron de nuevo su capitán, y le dieron absoluto poder y autoridad para todo, que si particularmente le odiaban a causa del dolor que cada cual sentía por los daños recibidos, en las cosas que tocaban al bien de la república conocían que tenían necesidad de él, y que era el hombre más competente que podían encontrar.

Y a la verdad, mientras tuvo el gobierno durante la paz, administró la república con moderación; la defendió con toda seguridad y la aumentó en gran manera. Después, cuando vino la guerra, conoció y entendió muy bien las fuerzas y poder de la ciudad, como se ve por lo dicho. Mas después de su muerte, que fue a los dos años y medio de comenzada la guerra, conociose mucho mejor su saber y prudencia, porque siempre les dijo que alcanzarían la victoria en aquella lucha si se guardaban de pelear con los enemigos en tierra, empleando todo su poder por mar, sin procurar adquirir nuevo señorío, ni poner la ciudad a peligro, todo lo cual hicieron al contrario después de su muerte. En cuanto a las otras cosas no tocantes a la guerra, los que tenían el gobierno obraban cada cual según su ambición con gran perjuicio de la república y de ellos mismos, porque sus empresas eran tales que cuando salían bien, redundaban en honra y provecho de los particulares antes que del común; y si salían mal el daño y pérdida era para la república.

Fue causa de este desorden que, mientras Pericles tuvo el poder junto con el saber y prudencia, no se dejaba corromper por dinero: regía al pueblo libremente, mostrándose con él tan amigo y compañero, como caudillo y gobernador. Además, no había adquirido la autoridad por medios ilícitos, ni decía cosa alguna por complacer a otro, sino que, guardando su autoridad y gravedad, cuando alguno proponía cosa inútil y fuera de razón, lo contradecía libremente, aunque por ello supiese que había de caer en la indignación del pueblo, y todas cuantas veces entendía que ellos se atrevían a hacer alguna cosa fuera de tiempo y sazón, por locura y temeridad, antes que por razón, los detenía y refrenaba con su autoridad y gravedad en el hablar. Al mismo tiempo cuando los veía medrosos sin causa los animaba. De esta manera, al parecer, el gobierno de la ciudad era en nombre del pueblo; mas en el hecho todo el mando y autoridad estaba en él.

Después de muerto ocurrió que los que le sucedieron por ser iguales en autoridad, cada cual codiciaba el mando sobre los otros, y para hacer esto procuraban complacer y agradar al pueblo con deleites, aflojando en los negocios, de donde se siguieron grandes errores, como suele acontecer en una ciudad populosa que tiene mando y señorío: y entre otros muchos el mayor de todos fue que hicieron una navegación a Sicilia, en la cual mostraron su poca prudencia, no solo en cuanto tocaba a aquellos contra quien iban para comenzar la guerra, que no debieran emprender, sino también en cuanto a los mismos que los enviaban, no proveyéndoles de las cosas necesarias, a causa de las diferencias y cuestiones que sobrevinieron en la ciudad sobre el mando y gobierno de la república, acusándose los principales entre sí. De esto provino deshacerse aquella armada de Sicilia y perderse después gran parte de las naves con todas sus jarcias y aparejos. A pesar de las cuestiones en la ciudad y de tomar a los sicilianos por enemigos, además de los otros; a pesar de que la mayor parte de sus aliados y confederados los habían dejado, y finalmente, de que Ciro, hijo del rey de Persia, se había aliado y confederado con los peloponesios, ayudándoles con dinero para construir naves, todavía resistieron tres años y nunca pudieron ser vencidos, ni cayeron hasta tanto que, después de quebrantados con sus diferencias y discordias civiles, desfallecieron. De donde parece claramente que cuando Pericles les faltó, aún les quedaban tantas fuerzas y poder que con su guía y prudencia, si él viviera, pudieran vencer a los lacedemonios en aquella guerra.

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