Tucídides - Historia de la Guerra del Peloponeso
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»Ahora bien, lacedemonios: vosotros solos de todos los griegos estáis quietos, y en ocio, y en reposo, no queriendo vengar la violencia con la fuerza sino con tardanza; ni resistir las violencias de vuestros enemigos cuando comienzan y son sencillas, sino cuando ya están firmes y dobladas. Y diciendo que estáis seguros, tenéis más fuertes las palabras que las obras. Esta costumbre no la tenéis ahora de nuevo, pues bien sabemos que los medos que venían del fin del mundo entraron en el Peloponeso, antes que vosotros les salierais al encuentro como vuestra honra y dignidad requerían. Ahora no hacéis caso de los atenienses que no están lejos de vosotros como los medos, sino vecinos y cercanos. Y tenéis por mejor resistirles cuando os vengan a acometer que acometerles primero; poniéndoos en peligro de pelear con aquellos cuando sean más fuertes y poderosos que eran antes; sabiendo de cierto que la victoria que alcanzamos contra aquellos bárbaros medos fue en gran parte por falta de ellos, a causa de su adversa fortuna, y asimismo que si los atenienses, en la guerra que tuvieron contra nosotros, fueron vencidos, antes fue por sus yerros que no por nuestra valentía. Y también os debéis acordar que muchos de los nuestros por confiar en vuestro favor y ayuda, fueron oprimidos y destruidos. No penséis que decimos esto por odio y enemistad que tengamos a los atenienses, sino antes por la queja que de vosotros tenemos; porque la queja es de amigos a amigos que no hacen su deber como amigos; y la acusación es de enemigos contra enemigos, cuando los han injuriado. Y ciertamente si algunos hay en el mundo que os puedan echar en cara no haberles ayudado ni defendido, y que con razón se puedan quejar de sus amigos y prójimos, nosotros somos: pues contendiendo sobre cosas de tanta importancia, ni parece que lo sentís, ni consideráis con qué gentes tengamos diferencias, es a saber, con los atenienses, que siempre fueron vuestros adversarios, amigos de novedades, muy agudos para inventar los medios de las cosas en su pensamiento, y más diligentes para ejecutar las ya pensadas y ponerlas en obra. Y en cuanto a lo que vosotros toca, estando contentos de conservar lo que tenéis de presente, no pensáis emprender cosa de nuevo. Y aun para poner en ejecución las cosas necesarias sois negligentes, por lo que ellos vienen a tener más osadía que sus fuerzas requieren; se exponen a más peligro que nadie puede pensar, y en las grandes y difíciles empresas tienen siempre buena esperanza.
»Mas vosotros tenéis menos corazón para emprender las cosas que fuerzas y poder para ejecutarlas. De aquí viene que en las empresas donde no hay peligro, desconfiáis de vuestros pareceres y ponéis dificultad, y pensáis que nunca habéis de salir de trabajos. Además ellos son diligentes contra vosotros; por el contrario, vosotros perezosos; ellos andan siempre peregrinando fuera de su tierra, vosotros os estáis sentados en vuestras casas: que peregrinando ganan, y adquieren con su ausencia; y vosotros si salís fuera de vuestra tierra, os parece que lo que dejáis en ella queda perdido. Ellos cuando han vencido a sus enemigos pasan adelante, y prosiguen la victoria, y cuando son vencidos no desmayan ni pierden un quilate de su corazón.
»En las cosas que tocan al bien de la república usan de sus propios pareceres y consejos, y aventuran sus cuerpos como si fuesen de los más extraños del mundo. Y si no salen con lo que emprendieron en su pensamiento, piensan que lo pierden de su propia hacienda. Todo lo que han adquirido por fuerzas de armas lo tienen en poco, en comparación de aquello que piensan adquirir. Si intentan alguna cosa, y no salen con ella como esperaban, procuran reparar la pérdida con otra nueva ganancia. Ellos solos porque son diligentes ponen en obra lo que determinan. Y entre trabajos y peligros afanan toda la vida, sin gozar mucho tiempo de lo que han ganado, con codicia de adquirir más. Tienen por fiesta el día en que hacen aquello que les cumple17, y por cierto que el descanso sin provecho es más dañoso a la persona, que el trabajo sin descanso. De manera que por abreviar razones, si alguno dijese que por su natural son de tal condición que ni reposan, ni dejan reposar a los otros, acertaría en lo que dijese. Teniendo una ciudad como esta por vuestra contraria y enemiga, decid, varones lacedemonios, ¿por qué tardáis pensando que tales hombres estarán ociosos y quedos? No faltándoles recursos, no dejarán de emprender cualquier negocio. Cuando son injuriados resisten a sus contrarios sin dar a nadie ventaja. Así también vosotros obraréis con justicia e igualdad, si no hiciereis mal o daño a otro, ni permitiereis que otros os lo hagan, lo cual apenas podréis alcanzar teniendo por vecina a otra ciudad tan poderosa como la vuestra. Queréis ahora, según arriba declaramos, ejercitar las costumbres antiguas contra los atenienses, siendo necesario tener respeto a las cosas recientes y modernas como se usa en cualquier arte. Porque así como a la ciudad que tiene quietud y seguridad, le conviene no mudar las leyes y costumbres antiguas, así también a la ciudad que es apremiada y maltratada de otras, le cumple inventar e imaginar cosas nuevas para defenderse; y esta es la causa por que los atenienses, a causa de la mucha experiencia que tienen, procuran siempre novedades.
»Por tanto, varones lacedemonios, dad fin a vuestra tardanza, y socorred a vuestros amigos y aliados, mayormente a los potidenses; entrad con toda brevedad en tierra de Atenas, no permitáis a vuestros amigos y parientes venir a manos de sus mortales enemigos, y que nosotros de pura desesperación vayamos a buscar otra amistad y compañía, dejando la vuestra, en lo cual no haremos cosa injusta ni contra los dioses, por quien juramos, ni contra los hombres que nos escuchan. Porque no quebrantan la fe y alianza aquellos que por ser desamparados de los suyos se pasan a otros, antes la quebrantan los que no socorren ni ayudan a sus amigos y confederados. Y si nos diereis esta ayuda y socorro que estáis obligados a dar, perseveraremos en la fe y lealtad que os debemos, pues si hiciésemos lo contrario, seríamos malos y perversos, y no podríamos hallar otros más favorables que vosotros. Consultad sobre todo esto, celebrad vuestro consejo, y haced de manera que no se pueda decir de vosotros que regís y gobernáis la tierra del Peloponeso con menos honra y reputación que vuestros padres y antepasados os la entregaron.»
De esta manera acabaron sus razonamientos los corintios.
VIII
Índice
Discurso de los embajadores atenienses en el Senado de los lacedemonios defendiendo su causa.
Estaban a la sazón en Lacedemonia los embajadores de los atenienses que habían ido allí primero por otros negocios, y al oír la demanda de los corintios, parecioles que convenía a su honra defender su causa y hablar a los del Senado de Lacedemonia, no para responder a las querellas y acusaciones de los corintios contra los atenienses, sino por mostrar en general a los lacedemonios que no deberían tomar determinación sin que primero pensaran y consideraran bien la cosa: para darles a entender las fuerzas y poder de su ciudad, y por traer a la memoria a los ancianos lo que ya habían sabido y entendido, y a los mancebos aquello de que aún no tenían experiencia; pensando que cuando los lacedemonios hubiesen oído sus razones, se inclinarían más a la paz y sosiego, que no a comenzar la guerra. Por tanto, llegados ante el Senado dijeron que querían hablar en público, si les daban audiencia. Los lacedemonios les mandaron que entrasen, y los embajadores hablaron de esta manera:
«No hemos venido como embajadores, para tener contienda con nuestros amigos y aliados: antes como bien sabéis vosotros, varones lacedemonios, nuestra ciudad nos envió a tratar otros negocios de la república. Pero oyendo las grandes querellas de las otras ciudades contra la nuestra, nos presentamos a vuestra presencia, no para responder a sus demandas y acusaciones, pues vosotros no sois nuestros jueces, ni suyos, sino para que no deis crédito de plano a lo que os dicen contra nosotros, ni procedáis de ligero en asunto de tanta importancia a determinar otra cosa de lo que conviene. También porque os queremos dar cuenta y razón de nuestros hechos: que aquello que tenemos y poseemos al presente, lo hemos adquirido justamente y con derecho: y que asimismo nuestra ciudad es digna y merecedora de que se haga gran caso y estima de ella. No es menester aquí contaros los hechos antiguos, de que puede ser testigo la fama para los que los oyeron aunque no los viesen.
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