Esto es pues, lo primero: los santos están empeñados en la Redención y tienen estrecha conexión con nosotros. La manera como ellos actúan –yo creo que ellos tendrán su iniciativa, tendrán sus acciones–, pero el camino para nosotros, como el camino de la comunión, es nuestra vinculación a ellos. Nosotros estamos vinculados a los santos, no a todos igual. Tampoco actúan todos lo mismo en el cielo. No es lo mismo dirigirse a san Ignacio que dirigirse a san Francisco de Asís, que dirigirse a santa Gertrudis, no es lo mismo. ¿Por qué? Porque la misión que uno tiene es eterna. Quiere decir que hay una vinculación a Cristo, hay una conexión, hay una función que se perpetúa también, y es lo que llamamos los abogados por causas diversas, patronos de causas diversas, que no son hechos arbitrarios, sino de ordinario la Iglesia los proclama en relación con la misión de ellos sobre la tierra; y vinculando esa misión a necesidades especiales de la Iglesia, los declara patronos. No actúa allí en el cielo y cambia los planes, sino los declara patronos, declara personas especialmente aptas o especialmente comisionadas para esto, y que actúan en eso que es su campo.
¿Cómo se establece nuestra relación con ellos? No es de tipo mágico: simplemente acudir allá y, sin saber ni quién es el santo, pero «hace muchas gracias este santo». No es eso: «¡es una santa muy milagrosa!, voy allí para tocar reliquias y hace milagros». Esto es lo que el Concilio ha querido en ese sentido purificar, y ha indicado claramente que nosotros con los santos tenemos comunión, y lo que hay que establecer es esa comunión. El sínodo último ha hablado mucho de la «eclesiología de comunión» (Sínodo de los Obispos 1985), recalcando que la Iglesia es comunión, es comunión entre nosotros. ¿Cómo nos ayudamos nosotros mutuamente? Por relación personal, la comunión. La convivencia nos compenetra y van surgiendo como hermandades, sintonía, que nos hacen siempre mucho bien. Para ayudar a una persona, lo más grande que se puede hacer por ella, de ordinario, es hermanarla con una persona que le contagie, en cierta manera, a través de la comunión, de la cercanía. Entonces va transmitiendo y va poco a poco modelando ese corazón, sintonizando con él; pero para eso tienen que tratarse, evidentemente, y hace falta su tiempo de trato. Esa fuerza enorme de comunión lleva consigo la fuerza del ejemplo. El ejemplo de una persona influye porque es de riqueza superior, no por un puro elemento psicológico, sino que la gracia actúa en esa ejemplaridad, y la gracia a través de esta persona se comunica en esa línea paralela a la psicológica, o estructurada en la psicológica. Le va contagiando, le va transmitiendo. «Dime con quién andas y te diré quién eres». Tratando con esta persona le levanta, le infunde ideales, le transforma. Por lo tanto, tenemos la comunión. Para la comunión hay que conocer a las personas. Y tenemos que conocer a los santos. (…)
(…) La comunión con los santos quiere decir que hay que conocer su vida. Es uno de los males que se ha generalizado hoy, la ignorancia de los santos, que no se leen las vidas de santos, y eso es fatal. Necesitamos saber de quién somos hermanos, necesitamos conocer nuestro estilo de familia. Ya por ser cristianos, católicos, hay un estilo de familia con Cristo; luego hay un estilo que corresponde a la espiritualidad que uno tiene. Y ahí va surgiendo, entre los santos que vamos conociendo, una comunión con ellos. Ellos están entre nosotros y nosotros con ellos, ¡es verdad! Eso no es una ficción, es verdad. Ese santo está con nosotros. Y así como podemos dirigirnos a la gente con la que convivimos para pedirle un favor, pedirle oración, también con los santos hay una comunión, se establece una comunión y les pedimos, les abrimos el corazón, sintonizamos. La lectura de ese santo es como un amigo que tiene sus confidencias conmigo, porque no es simplemente que leo, ¡es que él se me comunica!, y eso me sintoniza, y es vital. No es pues, meramente que yo lo he conocido como puedo conocer a un personaje histórico de un determinado período, no. Él está en la Iglesia, empeñado en la obra de la Redención, yo sintonizo, es verdaderamente mi amigo. Tenemos que tener esa amistad con los santos; amistad, con los santos con los que brota esa amistad, que no es con todos. Hay santos que no nos dicen nada, y no porque uno dude de su inmensa santidad, pero bueno, no me dice nada. ¡No es que sea injuria lo que le hago!, no es que yo lo rechazo al no tener ese trato de comunión, eso no significa desprecio. Y es lo que constituye los santos de la propia devoción, bien entendida, a los cuales yo me entrego, con los que yo trato, a los que me dirijo confiadamente, y que me hacen bien por el conocimiento de lo que son y por la transmisión de lo que son. Por eso, en la vida de los santos, cuando recordamos hechos, anécdotas, historia de los santos, no son meras anécdotas, son conocimiento de lo que es el santo, no que era, es. ¿Por qué? Porque todo lo que es revelación y manifestación de lo íntimo del corazón es permanente, y por lo tanto, lo que conocemos es cómo él es, ese santo, y es lo que establece mi sintonía con él. A través de los datos de su vida, de su relación con Dios… es como entrar a que él me lo cuente.
Así se establece la comunión. Y con la comunión nos hace bien su ejemplo. Y con el ejemplo su intercesión, porque él tiene ese poder, «poder de interceder por el ofrecimiento de su propia vida vivida sobre la tierra, unida a la de Cristo, y también por lo que tiene de participación del gobierno del mundo en unión con Cristo» (Credo del Pueblo de Dios, 29), según expresión del Credo del Pueblo de Dios. Y me hacen bien, me hacen favores, me ayudan, me alientan. Tenemos que pedir con mucha confianza a esos con los cuales sintonizamos, esos que son de verdad amigos nuestros en el Señor. Y como toda amistad verdadera y comunión en la Iglesia no significa un enfriamiento del amor de Cristo, sino al contrario, estrecha los lazos de la caridad con Cristo, porque todo ello es en ese mismo Cristo, lo mismo el trato con los santos: no hay que tener miedo de que ese santo, o el trato con los santos arrincone a Cristo. No es verdad. Todo eso son puras teorías, eso no viene de la vivencia. Suele venir de quienes discurren con la razón sin vivir con el corazón, y entonces les crea esos problemas de deducciones y de cosas... No es verdad. El amor a la madre no aleja del amor del padre, nunca, en el orden vital. No, si es verdadera madre y verdadero padre. Aquí sucede lo mismo: una verdadera amistad espiritual auténtica no separa de Cristo, sino que es en Cristo y lleva a Cristo y contagia el amor mismo de Cristo y estrecha la unión de todos los que son en Cristo Jesús. Esto respecto de los santos.
Cada uno puede tener sus santos de devoción. Ahora bien, hay algunos santos que tienen con nosotros una relación personal objetiva, única. Yo creo que, por ejemplo, los que hemos conocido como santo ya en la tierra, a Eduardo Rodríguez, yo le puedo decir cosas al padre Eduardo Rodríguez1, como se las decía cuando estaba en este mundo, y como él me las decía. Le pregunté una vez: «¿Cómo está, padre?». Me contestó: «Mal, mal, ya no me queda ni fama de santidad». Eso se lo puedo recordar y puedo tratar, y, no va ser ahora él más hosco de lo que era antes, sino que evidentemente sintonizamos. Y lo mismo que este, tantas personas e intercesores. La M. Maravillas, igual, estuve con ella en el locutorio, pues puedo tratar también con ella. Es lógico, tengo relación, he tenido relación en vida, sintonía. Pero ahora la cuestión es que hay santos que esencialmente tienen una relación con nosotros, como es la Virgen. Es especialísima porque es la única que tiene con nosotros relación de maternidad, y esa relación es única. Nuestra comunión con Ella es única, lógicamente, y es sumamente personal de cada uno. Como cada uno de los hijos de una familia tiene con su madre una relación suya única, personal, pero todos tienen relación de hijo con su madre.
Читать дальше