1 ...6 7 8 10 11 12 ...27 Los dos últimos apartados del capítulo se centrarán en la experiencia italiana de posguerra, ya que fue en Italia donde el fascismo y los veteranos se vincularon originalmente. Una serie de peculiaridades de la particular experiencia italiana durante la Gran Guerra marcaron el surgimiento de las asociaciones de veteranos en este país, pero este fenómeno también entroncaba con cosmovisiones más amplias, como las de la contrarrevolución centroeuropea, construidas en torno a otros acontecimientos históricos cruciales. Serán, por ello, factores transnacionales los que expliquen tanto la aparición del movimiento fascista original en Italia, como la ambición fascista de reclutar excombatientes a sus filas. La participación en la política de los veteranos fascistas se observará como un fenómeno conflictivo de apropiación simbólica, de orígenes y consecuencias transnacionales, y que tuvo lugar, sobre todo, en el ámbito de lo discursivo y lo ideográfico. Demostraré que la consolidación de una percepción de los excombatientes como figuras nacionalistas y antibolcheviques, comúnmente aceptada pero alejada de la realidad histórica, fue el precedente crucial que explica la posterior fusión simbólica entre aquellos y el Fascismo.
LA EXPERIENCIA ITALIANA DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Un peculiar fermento social e intelectual caracterizó a las sociedades europeas antes del estallido de la Gran Guerra, incluida Italia. Como en otros Estados europeos atrapados dentro del sistema internacional de alianzas que provocó el conflicto, también en Italia podían encontrarse intelectuales defensores de un nuevo nacionalismo militarista, emparentado con la ideología revolucionaria derechista francesa propia de los años prebélicos. 1 Pero a pesar de que Italia participaba en una incómoda Triple Alianza con Alemania y Austria-Hungría, aquellos italianos que entendían la guerra como un fenómeno transformativo vieron frustradas sus expectativas de crear un mundo nuevo y mejor, pues su país no entró en el conflicto en agosto de 1914. Con todo, estos precedentes ideológicos y políticos permiten entender por qué el Fascismo se originó en Italia y cuál fue la responsabilidad de los veteranos en su desarrollo.
El movimiento intervencionista italiano fue la semilla del Fascismo. Mientras jóvenes voluntarios y soldados de Alemania, Francia y Gran Bretaña comenzaban a matarse a lo largo del frente occidental, en Italia escritores como Giuseppe Prezzolini y Giovanni Papini a través de sus artículos en la revista La Voce , y Gabriele D’Annunzio y Filippo Tommaso Marinetti con sus poemas, alentaban a la «generación de la guerra» del país. Aquellos apóstoles de la intervención opinaban que la guerra tenía un significado existencial. 2 Junto a diversos políticos jóvenes, revolucionarios y republicanos, abogaban por unirse al conflicto del lado francobritánico. La mayoría de los intelectuales italianos comulgaba con esta agresiva postura, aunque por motivos divergentes. Unos veían la guerra como una oportunidad histórica para completar por fin el Risorgimento y la unificación; otros la percibían como la oportunidad, largo tiempo esperada, de redimir al proletariado y defenestrar a las viejas élites políticas. En otras palabras, creían que la guerra sería una experiencia palingenésica para la nación italiana. De este modo, diversos grupos y organizaciones desde la extrema derecha nacionalista a la izquierda revolucionaria convergieron en torno al intervencionismo, un movimiento en favor de la participación en la contienda que adquirió elementos cada vez más antidemocráticos. Aunque se afirmaría que los agitadores belicistas habían triunfado en su objetivo de imponer la intervención frente a la decadente nación burguesa durante los «días radiantes» ( radiose giornate ) de mayo de 1915, la decisión de entrar en la guerra en el bando de la Entente en esas fechas ya había sido cuidadosamente negociada por vías diplomáticas, habiéndose alcanzado en un acuerdo secreto entre el gobierno italiano y los británicos, franceses y rusos: el Pacto de Londres. 3
Una característica llamativa de la experiencia bélica italiana, sin apenas parangón en ningún otro sitio, fue la profunda división social y política provocada por la intervención, especialmente en el seno del Partido Socialista. La gran mayoría de la población italiana, que en líneas generales se oponía totalmente a la guerra, no mostraba el menor interés en la posibilidad de que Italia obtuviera los territorios del Tirol y Dalmacia –entre otros– en caso de victoria. Jóvenes educados de clase burguesa solían ser los típicos intervencionistas, mientras que la clase trabajadora temía, razonablemente, que la guerra trajese escasez y peores condiciones de vida. Así, en Italia no existió el tipo de tregua nacional o «Unión Sagrada» que se dio en Francia y Alemania en 1914 y atrajo a los socialistas a apoyar el esfuerzo de guerra. En estos dos países los socialistas antimilitaristas fueron marginados; fue el caso de Jean Jaurès, asesinado al poco de comenzar la guerra, o Karl Liebknecht, expulsado del Partido Socialista Alemán. Muy al contrario, en el socialismo italiano lo que prevaleció fue el antimilitarismo y el internacionalismo, quedando los intervencionistas en clara minoría. Por ello, si ya el denominado espíritu de 1914 se ha revelado como un mito para el caso alemán, 4 la intervención italiana de mayo de 1915 tampoco estuvo definida por el entusiasmo social ni por el alistamiento masivo de voluntarios. Ahora bien, la izquierda política italiana tampoco constituía un bloque unánimemente pacifista, internacionalista y neutralista. Socialistas como Leonida Bissolati y Gaetano Salvemini, representantes de un intervencionismo democrático, sí que abogaron por la entrada de Italia en la guerra como forma de combatir el imperialismo alemán.
La actitud de Benito Mussolini en aquellos momentos ha de ser entendida dentro del contexto del intervencionismo. Mussolini había sido un socialista revolucionario y, desde 1912, editor del periódico socialista Avanti! en Milán. Sus ideas ya habían entrado habitualmente en conflicto con la ortodoxia socialista, pero sería con el movimiento intervencionista cuando derivaría hacia la derecha política. 5 De acuerdo con su particular visión de la ideología revolucionaria y movido por sus lecturas de los intelectuales de La Voce , Mussolini abogó por la intervención en el otoño de 1914. Fundó su propio periódico intervencionista, Il Popolo d’Italia: Quotidiano socialista , y cortó sus lazos con el Partido Socialista Italiano (PSI) en noviembre para posteriormente participar en el encuentro fundacional de los Fasci d’Azione Rivoluzionaria, un grupo que defendía la intervención «revolucionaria» en la guerra. Tras una serie de agrias disputas con los socialistas en las páginas de su periódico, Mussolini aplaudió la declaración de guerra y fue llamado a filas por el ejército italiano como simple recluta. Al igual que él, muchos otros jóvenes siguieron un camino similar hacia la experiencia bélica, algunos presentándose como voluntarios, si bien la mayoría fueron reclutas forzosos.
El ejército italiano de la Primera Guerra Mundial movilizó a casi seis millones de personas, que en su mayoría tuvieron que ser persuadidas de combatir y hacer sacrificios en nombre de la patria. Los campesinos componían el 45 % del ejército, mientras que los trabajadores industriales solían quedar exentos de servir en la línea del frente. La vida militar se caracterizó por unas relaciones entre oficiales y tropa extremadamente jerarquizadas. Los oficiales de alto y medio rango solían provenir de las clases sociales acomodadas; eran una élite de unos 250.000 individuos, de los cuales 200.000 no eran militares de carrera sino civiles movilizados. La propaganda bélica italiana cultivó una imagen del «campesino soldado» ( contadino soldato ), dechado de obediencia, devoción y resignación, pero este mito, desarrollado por los oficiales de clase burguesa, contrastaba con las duras realidades del frente, 6 donde una férrea disciplina atenazaba a los reclutas. Durante los primeros años de la guerra, no se generó ningún tipo de consenso bélico entre los italianos. De hecho, los socialistas terminaron por adoptar una posición ambigua en torno al esfuerzo de guerra, expresada en el lema «ni apoyo, ni sabotaje» ( né aderire, né sabotare ). De hecho, la lucha contra los austrohúngaros carecía de sentido para muchos individuos, exasperados por los minúsculos pero costosos avances y retrocesos en los frentes de los Alpes, a lo largo del río Piave, en el Monte Grappa, en la meseta rocosa del Carso, o en las recurrentes batallas del río Isonzo. 7 Fue en este último lugar donde Mussolini tuvo su propio bautismo de fuego.
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