En síntesis, ¿qué propone hacer Jean-Paul Lafrance para transformar la civilización digital en un humanismo? Comenzar con tres grandes revoluciones simultáneas, tal como un buen número de jóvenes ya lo hace hoy.
– En primer lugar la reforma del capitalismo que nos empuja a consumir siempre más y más, y particularmente cosas innecesarias. Estamos impregnados de una matriz económica cuyo carburante es el aumento perpetuo de la producción y el consumo de bienes y servicios.
– En segundo término, responder al imperativo ecológico, que nos obliga a tomar conciencia de que vivimos en un mundo finito y de que debemos enlentecer y reducir nuestro crecimiento económico en función de los recursos limitados del planeta. “Todos somos planeta”, diría el papa Francisco en su interesante y comprometida encíclica Laudato si (24 de mayo del 2015).
– Y, finalmente, la conversión personal. Lafrance hace aquí un giro reflexivo que destaco por su interés. Aborda ya no solo la civilización digital en su dimensión social, sino en los aspectos personales. Viraje tanto más desafiante al recurrir a Foucault para proponer el cuidado de sí. Lafrance es un colega que sabe disfrutar de la vida en el “buen sentido”: de los placeres de la cocina que él mismo practica, y de la buena mesa —maridada con bebidas espirituosas adecuadas—, de la charla amena, de la estética y del arte, de la buena lectura y la música escuchada con refinamiento acústico, y que ha escrito un buen número de volúmenes sobre la tecnología: La civilización del clic (2013), La televisión en la era de internet (2009), Crítica de la sociedad de información (2010), Intranet ilustrada (1998) —con mi traducción al español (2001)—, entre otros. Tema que no le es ajeno en absoluto, ni desde el punto de vista teórico ni como usuario. Pero en Malestar de la civilización digital recurre con mucho énfasis a los filósofos antiguos como Sócrates, Epicuro, Séneca y otros sabios de la era grecorromana, para mostrar que la causa principal del sufrimiento, de la inquietud y del desorden interior que invade a la mayoría de los individuos son las pasiones: deseos desordenados y temores exagerados (miedo a la inseguridad, al futuro, a la muerte). La filosofía o el amor por la sabiduría ( philo-sophia ) es una terapéutica de las pasiones, como nos lo sugiere el helenista francés Pierre Hadot al mostrar que los filósofos socráticos tenían como principal finalidad el autodisciplinamiento del hombre. Para este autor, la filosofía antigua no es una construcción de sistemas teóricos, sino una experiencia vivida, una transformación de su ser. Hadot (2014) hace un estudio exhaustivo de la noción de ejercicios espirituales , que es menos un acto religioso, tal como lo practicaban los ascetas cristianos, que un ejercicio existencial de profunda búsqueda sobre la manera en que un ser humano se transforma en sujeto para no ser más el objeto de sus pasiones, impulsos, deseos y temores. Y justamente, a contrario sensu , la civilización digital empuja al ser humano al consumo desenfrenado, acelerando e incrementando su dependencia material y tecnológica, exigiéndole una constante performance por presión de la tecnología y del sistema de marketing personalizado.
¿Será que para correr y disfrutar al aire libre necesitamos imperiosamente relojes inteligentes con acelerómetro y pulsómetro, con monitoreo de nuestro estado físico y capacidad aeróbica, tiempo de recuperación, historial de entrenamientos, frecuencia cardiaca, respiración, número de pasos, y que ante una caída del corredor, y a falta de respuesta de este, llaman a un contacto?
El texto de Jean-Paul Lafrance que tuve el gusto de traducir me provocó, entre otras cosas, un fuerte deseo de releer a Séneca. Invito pues a los lectores a recorrer estas páginas, no sin antes reconocer y agradecer al profesor Giancarlo Carbone, actor fundamental en este proyecto de edición internacional, quien utilizó las tecnologías colaborativas —pero no invasivas— para articular el trabajo entre el autor, la traductora y el Fondo Editorial de la Universidad de Lima desde tres países (Canadá, Uruguay y Perú).
Carmen Rico 1
Montevideo, enero del 2020
Referencias
Augé, M. (2018). El porvenir de los terrícolas . Barcelona: Gedisa.
Francisco. (24 de mayo del 2015). Carta encíclica Laudato si del papa Francisco sobre el cuidado de la casa común . Recuperado de http://www.vatican.va/content/dam/francesco/pdf/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si_sp.pdf
Hadot, P. (2014). Ejercicios espirituales y filosofía antigua . París: Albin Michel.
Zuboff, S. (2019). The age of surveillance capitalism. The fight for a human future at the new: frontier of power . Nueva York: Public Affairs.
Introducción
Las características de la nueva civilización. Triple perspectiva metodológica
Finalmente, ¡llegó la civilización digital! No hay manera de escapar de ella, a no ser que nos adentremos muy lejos en la selva amazónica. Y ahora, con pequeños aviones y con drones, se pueden descubrir desde lo alto del cielo poblaciones desconocidas. Esto quiere decir que no hay manera de dar marcha atrás, para bien o para mal. Pero no hay lugar para la nostalgia, porque este avance no se puede evitar. ¿Quién cree seriamente que puede arrumbar su computadora en una caja y retornarla al remitente? ¿Quién piensa que aún podrá comprarse un teléfono negro fijo de mesa para desembarazarse del s martphone que lleva en la cartera o en el bolsillo del pantalón? ¿Quién considera que la reunión social con sus “amigos” en Facebook (dos mil millones y medio de abonados) se ha terminado? Lo mismo sucede con el comercio electrónico, la consulta de veinte veces por día a Wikipedia, el GPS, el correo electrónico, Netflix, Uber, las transacciones bancarias desde el hogar, el teletrabajo, el uso de internet, los videojuegos… ¡Cómo ha cambiado la civilización del Homo sapiens en los últimos veinticinco o treinta años! Muchos de nuestros conciudadanos están muy mareados.
Todo está en su lugar, pero todo puede modificarse, pues las condiciones de implantación de las nuevas tecnologías, como NTIC y NBIC (convergencia de la nanotecnología, biología, información y ciencias cognitivas), han cambiado. Nadie pudo imaginar —y ello es propio de las revoluciones exitosas— la llegada de esos jóvenes empresarios de apenas veinte años de edad que manipulaban códigos en su garaje y en las computadoras de su universidad, unas extrañas máquinas digitales. En el aspecto económico, se dio una especial coyuntura por la alianza entre los geeks (técnicos) y los jóvenes freaks (libertarios) en el clima anticonformista de la costa oeste norteamericana, puesto que, por una vez, la nueva tecnología no se desarrolló en los mastodontes de la industria informática como IBM, Hewlett-Packard (HP) o Xerox. ¿Quién iba a prever que todas esas iniciativas individuales iban a definir el mundo del mañana, este en el que vivimos ahora? Un viento de libertad soplaba en el oeste americano, donde, gracias a la web, cualquiera podría comunicar sus opiniones a todo el planeta. Los Estados aducían que ellos no debían inmiscuirse en los asuntos del ciberespacio, reino de la libre empresa. Para reforzar ese viento de innovación, dopado por las orgías de inversiones especulativas en las start-up , se propugnaba un ciberespacio sin ciudadanos ni regulaciones socioeconómicas, es decir, un universo compuesto únicamente de consumidores bajo el encanto de las nuevas tecnologías, muy frecuentemente gratuitas.
Los rasgos de la nueva civilización
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