Javier Díaz-Albertini Figueras - Redes cercanas
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Como indica Nan Lin, es evidente que hay vínculos que no nos significan “mayores ganancias” o que no agregan recursos a los ya disponibles, pero que son importantes porque nos acompañan, nos apoyan y nos brindan afecto y seguridad emocional. En otras palabras, nos brindan recursos sociales esenciales pero que no se pueden acumular individualmente como sí podría hacerlo con el capital económico. Hay otros vínculos, no obstante, en los cuales el cálculo racional e instrumental son pertinentes dado el tipo de recurso que controla. Esta diferencia tiene que ver más con aspectos estructurales que culturales. La cercanía del vínculo es un asunto de estructura social, comenzando con la institución de la familia, la comunidad, los amigos y el barrio. Nacemos con parte de esa estructura predeterminada, por ejemplo, nuestras relaciones adscritas, como en nuestro ejemplo, el hecho de ser hermanos. Estas posiciones — en este caso su cercanía— tienen efecto sobre nuestra conducta, más allá de la cultura particular que informa nuestras acciones.
Más adelante, en el capítulo 5, veremos cómo en una investigación se descubre que la mayoría de los clientes de los comerciantes ambulantes en el distrito de Independencia (Lima) se conocen entre sí (familiares, vecinos, amigos). El hecho de que la relación económica sea construida sobre la base de una relación cercana preexistente, conduce a serias restricciones en la orientación instrumental que debería ser parte de todo negocio o relación comercial. El capital social de estos comerciantes les asegura la clientela, pero debido a su tipo, reduce considerablemente el margen de lucro.
3.1 Relación cultura-estructura
Lo expresado no implica que la cultura ocupe un lugar secundario en la determinación de nuestra conducta, sino que existe más bien una relación estrecha y dialogante entre esta y la estructura. En este sentido, Ann Swindler (1986) argumenta que la cultura genera mecanismos mediante los cuales los individuos y los grupos organizan experiencias y evalúan la realidad. Esto lo hace proveyéndoles de un repertorio de ideas, hábitos, capacidades y estilos, que son seleccionados de acuerdo con las características propias de la realidad vivida, es decir, de la estructura. Quienes conducimos autos en el Perú conocemos bien el Reglamento de Tránsito y nuestras calles están repletas de señales que nos guían o advierten al respecto. Sin embargo, al conducir optamos con frecuencia por no seguir las normas, porque sabemos que los demás tampoco lo harán y porque la Policía no es eficiente cuando se trata de sancionar las infracciones. Cuando viajamos a un país con un tráfico ordenado y una Policía eficiente, la mayoría de nosotros no necesitamos reeducarnos al momento de alquilar y conducir un auto, sino que inmediatamente aplicamos lo ya conocido, porque resulta lo más apropiado en ese contexto. Así, se pone fin a la idea de que la cultura es un conjunto de normas, valores y usos monolíticos que llevan a los individuos y colectivos a un número sumamente reducido de patrones de conducta o pensamiento, opciones o reacciones. 21Por el contrario, al reconocer el carácter de repertorio, nos abre la puerta para entender cómo los actores sociales analizan realidades dinámicas y cómo crean y seleccionan modelos de conducta para adaptarnos a ellas.
Durston (1999), por ejemplo, analizó cómo en una zona de Guatemala caracterizada por una cultura fuertemente individualista, un proyecto logró establecer sistemas de cooperación que permitieron la formación de organizaciones comunales y de pequeños productores con acceso a diversas oportunidades y recursos como capacitación, asesoría organizacional, créditos, entre otros. De esta manera, se logró construir y fortalecer el capital social. De acuerdo con su análisis, en esta cultura existían remanentes de formas de solidaridad y cooperación practicadas en el pasado que fueron rescatadas a partir de las nuevas oportunidades que ofrecía el proyecto en cuestión. Es decir, en el “repertorio” de las personas existían habilidades y capacidades para la acción colectiva que recién cobraron sentido y utilidad cuando se dieron varias condiciones, entre ellas, la presencia de un actor externo que intervino con la dotación de recursos considerados importantes por las comunidades, y que sirvió como “colchón” de contención ante la posible opresión de los grupos de poder local que se sentían amenazados por los cambios operados. Cuestiona así dos ideas con frecuencia presentes cuando se trata de la relación entre cultura y cambio social. La primera es que la cultura genera procesos que se retroalimentan en términos positivos (“círculo virtuoso”) o negativos (“círculo vicioso”) y resulta muy difícil cambiarlos. La segunda es que los cambios culturales son lentos porque implican modificar modos de pensar y actuar que están sumamente enraizados en los individuos y colectivos:
[...] todas las culturas, lejos de ser conjuntos coherentes e inmutables de reglas y creencias, cambian constantemente y por ende incluyen una enorme gama o repertorio [...] de sentencias alternativas en desuso y fragmentos de sentencias que son re-elaborados y re-combinados diariamente por personas y grupos de acuerdo a los desafíos de adaptabilidad que los cambios en el entorno presentan constantemente a las culturas (Durston 1999: 15).
Es por ello, como mencionamos en la presentación del libro, que las ideas fatalistas de que “así somos los peruanos”, de que nuestra cultura nos condena o que esto “ni Dios lo arregla”, realmente solo captan una parte de nuestra problemática con respecto al cumplimiento de obligaciones y normas. La otra parte tiene que ver con nuestros vínculos y acceso a recursos sociales. Las reglas que seguimos, salvo en los pocos casos de total anomia, son las que mejor se ajustan a los intercambios, los grupos o las asociaciones en los cuales participamos o de los que formamos parte.
3.2 Relación estructura-acción
El respeto y el seguimiento de las reglas nos lleva a examinar otra difícil relación contemplada por las ciencias sociales. Al igual que la cultura, la estructura puede también concebirse como una suerte de camisa de fuerza. En efecto, mucha de la teoría sociológica ha sido planteada en este sentido, siendo los casos más conocidos los del funcionalismo, el estructuralismo y varias vertientes del marxismo. La idea de que la forma como se encuentra estructurada una sociedad puede predeterminar conductas, orientaciones, motivaciones, clases sociales y, con ello, intereses, antagonismos y procesos históricos; deja poco margen de juego al individuo —entendido como un actor social— y sus relaciones e inclinaciones personales. No se puede dudar de que el medio en el cual nos encontramos y la forma como está organizado tiene un importante peso en nuestras opciones. Este hecho no solo ha servido de fundamento para los planteamientos teóricos mencionados, sino que está en la base de cualquier pretensión de predicción de la conducta humana, sea para anticiparnos sobre quienes son más propensos a maltratar a sus hijos e hijas o para diseñar una estrategia de venta por medio de un estudio de mercado. La estructura, no obstante, no nos “cae del cielo”; no se reproduce por fuerzas ajenas a los actores sociales mismos. Depende de ellos y ellas —en sus interacciones cotidianas— la determinación de si siguen o cuestionan las normas formales existentes.
El dilema entre la “estructura” y la “acción” es tan clásico en la Sociología que está incluido en prácticamente todo texto universitario de introducción a esta disciplina. En pocas palabras, el dilema plantea la pregunta sobre hasta qué punto nuestra conducta está determinada por aquello que llamamos “sociedad”. Los adherentes de la estructura enfatizan el peso de la socialización, la internalización de valores y normas, del statu quo, de nuestra posición social (clase, género, raza, edad), en fin, de las llamadas fuerzas sociales (externas) sobre nuestro comportamiento. Un ejemplo claro de esta perspectiva se observa en la siguiente interpretación de las causas de la anorexia que hace el director general del hospital psiquiátrico Hermilio Valdizán, recogida en una nota de prensa del Ministerio de Salud:
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