Resulta significativo, por ejemplo, que los primeros talleres litográficos que se instalaron en Lima a comienzos del siglo XIX —extranjeros y nacionales— competían con los periódicos de la época (antes de reconocer, como sucedió varias décadas después, que podían y debían ser socios). El primer taller data de 1817 y fue el de José Masías. Funcionaba en la calle Pescadería 127; ofrecía un surtido de viñetas para periódicos y un trabajo de calidad, reconocido por Manuel Atanasio Fuentes como el mejor de todo el Perú; con él competían las imprentas de El Comercio, El Heraldo, El Mercurio y El Nacional (Leonardini 2003: 21).
En cuanto a la fotografía, Lima fue una de las primeras capitales sudamericanas en la que se estableció el uso del daguerrotipo, procedimiento fotográfico en que las imágenes se fijan en una placa de metal, basado en el principio de la cámara oscura. El Comercio publicó en setiembre de 1839 los hallazgos de Louis-Jacques-Mandé Daguerre apenas un mes después de su anuncio oficial (Majluf y Wuffarden 2001: 20).
Además de litografistas extranjeros, tempranamente la ciudad fue invadida por una legión de daguerrotipistas europeos y norteamericanos que, de manera itinerante, recorrían los océanos en busca de nuevos mercados; a ellos se atribuye la producción de los primeros retratos.
De 1846 data el daguerrotipo más antiguo elaborado por un extranjero y también el aviso de Jacinto Pedevilla, el primer fotógrafo peruano. Sus trabajos se ofrecían en una joyería de la calle Villalta y se estima que habría sido un destacado aprendiz de Maximiliano Danti o Philogone Daviette, dos de los daguerrotipistas que llegaron a Lima en aquellos años.
Para fines de la década de 1850 había surgido en Lima la primera generación de fotógrafos peruanos. En esta etapa de transición, en que se experimenta con otras formas de producción de imágenes, un personaje clave es el norteamericano Benjamín Franklin Pease, quien llega a Lima en 1852 y prácticamente pone punto final a la itinerancia del fotógrafo cuando se instala en la calle Plateros de San Pedro. Su obra maestra es el conocido retrato de Ramón Castilla, uno de los escasos daguerrotipos peruanos de placa completa que se conoce hasta hoy.
En setiembre de 1853, Jacinto Pedevilla introdujo la técnica de la fotografía en papel, que para 1858 se había convertido en el principal medio para registrar el entorno inmediato. Precisamente, Manuel Atanasio Fuentes pudo incluir en su Estadística General de Lima de 1858 grabados basados en fotografías. Los principales estudios de la época eran los de Pease, Félix Salazar y Emilio Garreaud.
Como en todo mercado en ebullición surgió la inevitable competencia. Majluf y Wuffarden anotan lo siguiente:
Ya en 1857 las columnas de El Comercio elogiaban a Félix Salazar, joven retratista limeño, quien había abierto un pequeño estudio en la calle Mercaderes y cuyos precios eran “sumamente moderados en relación con los extranjeros que se anuncian pomposamente”. Por la misma época empezarían a trabajar Juan Fuentes y Pedro Pablo Mariluz, quienes también redujeron sus tarifas de un modo importante. Sin embargo, ninguno de ellos pudo adaptarse a la dinámica de los grandes estudios y tuvieron que resignarse a la producción en pequeña escala o a buscar alguna forma de protección oficial (2001: 37-38).
Incluso antes del surgimiento de la prensa ilustrada, que se dio entre 1900 y 1920, la fotografía registró acontecimientos trascendentales de la política internacional alrededor del mundo: la Guerra de Crimea (1854-1856) y la Guerra de Secesión de Estados Unidos (1861-1865). El asesinato de Abraham Lincoln (1865) y el trágico final del emperador Maximiliano de México (1867) fueron difundidos en Lima por el estudio Courret.
Respecto a la noticia local, los investigadores destacan la publicación de algunas fotos en las páginas conmemorativas. La más antigua parece ser la necrología del presbítero José Mateo Aguilar, publicada en 1862, y la corona fúnebre dedicada al expresidente San Román a pocos días de su muerte, en abril de 1863, tuvo mayor difusión quizás porque fue un retrato post mórtem, repitiendo la costumbre colonial de pintar las facciones de los muertos.
Algunos estudios fotográficos hacían caricaturas de acontecimientos importantes, en temas como la guerra con España (1864-1866) y la toma de las islas guaneras de Chincha (1864):
[…] seguramente a raíz de la guerra con España, Mariano Ignacio Prado ya había constatado la importancia de la imagen fotográfica como medio de persuasión y propaganda. En octubre de 1867, cuando tuvo que marchar hacia Arequipa con sus tropas para combatir la revolución iniciada allí, Prado decidió incorporar a Félix Salazar, un joven fotógrafo peruano, quien —según El Comercio — enviaría una colección de vistas (Majluf y Wuffarden 2001: 56).
Así como la fotografía y la pintura no fueron excluyentes, la caricatura fue una de las formas que adoptó la llamada fotografía de acontecimientos, “cuyo desarrollo local no parece tener paralelo en otros países”.
La caricatura política en la prensa limeña habría aparecido a mediados del siglo XIX. Ramón Castilla fue uno de los más caricaturizados (Mc Evoy 2007: 140), aunque no necesariamente para denigrarlo. Fue el caso del establecimiento fotográfico del norteamericano J. Williez, quien en la serie litográfica lograda entre 1850 y 1860 (Zevallos 2010: 19), denominada “Adefesios”, ensalzó a Ramón Castilla mientras caricaturizaba a sus contrincantes militares, los consignatarios del guano y grupos conservadores. En su local, ubicado en el Portal de Botoneros, ofrecía láminas en las que aparecían José Rufino Echenique y Torrijos, muy cotizadas por los limeños por su mordaz humor (Leonardini 2003: 32).
Se considera a Eugenio Maunoury como el primer fotógrafo-caricaturista, quien explotó sus dotes de dibujante para, en los primeros años de la década de 1860, elaborar jocosas figuras con cabezas enormes o humanizar animales que encarnaban personajes políticos. Igualmente, el estadounidense Villroy L. Richardson apoyó la campaña electoral de Manuel Pardo en 1871 haciendo sátira de los miembros prominentes del militarismo. Los presentaba vestidos de frailes y monjas, con base en retratos eclesiásticos difundidos por otros estudios, como Courret y Negretti, o en fotomontajes. La gracia le costó purgar prisión entre diciembre de 1871 y setiembre de 1872.
Como lo demuestran bien estos montajes o las caricaturas, la fotografía no siempre sirvió como un medio objetivo de representación. En este primer período, la veracidad documental estuvo lejos de ser la única función de la práctica fotográfica, que adquirió en ocasiones visos de militancia ideológica. A medio camino entre el sensacionalismo y la intervención política directa, ella no solo registró los hechos de la historia contemporánea, sino que además llegó a constituir un activo agente de la vida social y política (Majluf y Wuffarden 2001: 57).
Antes de la Guerra del Pacífico, la expansión de la fotografía coincidió con el período de mayor auge económico. Es más, contribuyó positivamente “a forjar la imagen de la joven república y a proyectarla hacia el mundo” y a registrar visualmente el país, en un esfuerzo sostenido por parte de iniciativas individuales. Entre 1860 y 1879 hay un esfuerzo, al parecer de independientes, de asistir al desarrollo del país, a la construcción de obras de infraestructura como las líneas ferroviarias y a la modernización (Majluf y Wuffarden 2001: 64).
Durante la guerra, Lima —la capital más importante para el mercado fotográfico en la América del Sur— entró “en un penoso paréntesis”. Los únicos estudios que permanecieron al estallar la guerra fueron el de Rafael Castillo y el de la Casa Courret (Majluf y Wuffarden 2001: 92).
Читать дальше