Y como uno de los asuntos de más importancia en la vida es la felicidad, los dos primeros salmos presentan y exploran ese fundamental tema de forma destacada, e identifican y subrayan el tono teológico y el propósito pedagógico de la obra: «Es bienaventurada la gente que...» (Sal 1.1)52 . La persona feliz, dichosa, alegre y bienaventurada es la que confía en el Señor y no presta atención a los malos consejos. Esas personas son las que descansan y meditan en la «Ley del Señor» –que en el idioma hebreo, más que reglas inflexibles y reglamentos áridos, significa «instrucciones» o «enseñanzas»53.
El segundo salmo continúa ese tema de la felicidad verdadera, y añade el elemento del «refugio» (Sal 2.12), que pone en evidencia clara los temas de la confianza y la seguridad en la presencia divina. Los hombres y las mujeres felices son los que incorporan las enseñanzas divinas al estilo de vida, y las que se refugian en el Señor en el momento de la dificultad.
Desde el comienzo mismo del libro, los Salmos revelan asuntos teológicos, existenciales y religiosos de importancia capital. Y uno de ellos es que la felicidad plena en la vida se relaciona con las alabanzas a Dios y con el reconocimiento y la aplicación de sus enseñanzas. En el Salterio se afirma continuamente que la alabanza y las oraciones generan dinámicas de esperanza, salud, bienestar y liberación en los creyentes. Y esas manifestaciones divinas, que producen en las personas sentido de futuro, seguridad y porvenir, se fundamentan en la naturaleza de Dios, que se pone en clara evidencia en su nombre54 .
La importancia del nombre personal de Dios en el libro de los Salmos no puede ignorarse ni subestimarse55 . En efecto, el nombre divino revela un extraordinario sentido de identidad, pertinencia y pertenencia (véase Sal 8; 66; 68; 69; 92; 113; 145), pues son sus intervenciones históricas en medio de las vivencias del pueblo las que hacen que la comunidad le adore y le sirva. El Dios del Salterio es Yahvé56 –Jehová, en las traducciones Reina Valera–, que también es el Dios de Abraham y Sara, de Moisés y María, y de David y Rt; además, es el Dios de los profetas, y el Señor que intervino en la historia de su pueblo en Egipto, el desierto, el exilio y el período de la restauración. En los salmos, Dios nunca es visto o entendido como una divinidad menor, sino como el Señor «rey de Sión, su santo monte» (Sal 2.4-6). En efecto, el nombre del Señor comunica lo fundamental del misterio y de la maravilla de la revelación divina, pues transmite las ideas teológicas básicas de vida, identidad, presencia y permanencia.
La importancia del nombre de Dios en el Salterio salta a la vista al descubrir las repetidas veces que se utiliza57 . ¡En ningún otro libro de la Biblia el nombre divino es utilizado con tanta frecuencia! En 691 ocasiones se usa la grafía hebrea larga de Yahvé –o Jehová, en Reina-Valera–; en 40 instancias se emplea la manera abreviada de Yah; y en otras 437 veces se alude a las diversas formas de El, Elohim o Eloah. A esas importantes referencias debemos añadir los numerosos epítetos divinos, que destacan algún componente fundamental de su extraordinaria naturaleza: p.ej., Señor, Padre, Madre, Roca, Refugio, Pastor, Omnipotente, Altísimo, Justo y Rey.
Las diversas metáforas que utilizan los poetas bíblicos para referirse a Dios se relacionan íntimamente con el desarrollo social, religioso, político, espiritual y económico del pueblo a través de los años58 . De acuerdo con los estudiosos y eruditos de la simbología religiosa, las percepciones de las divinidades antiguas se asocian directamente con las transformaciones comunitarias; es decir, que los autores antiguos imaginaban sus dioses de acuerdo con sus experiencias de vida. La cotidianidad jugaba un papel protagónico en el desarrollo de la imaginación y la creatividad literaria.
En primer lugar, hay imágenes que se relacionan con la vida agraria y nómada del pueblo, y asocian a las divinidades con los aspectos físicos e incontrolables de la naturaleza –p.ej., rocas, astros, agua, tormentas, fuego– y los describen como fuertes e impredecibles. Posteriormente, cuando los grupos nómadas se hacen sedentarios y desarrollan ciudades-estados, las ideas en torno a las divinidades se relacionan con las imágenes de reyes, guerreros, soberanos, o con los conceptos de poder, autoridad, firmeza, violencia. Finalmente, las sociedades, cuando se desarrollan aun más, con el paso del tiempo, enfatizan los algunos componentes fundamentales relacionados con la vida familiar e íntima, y representan sus divinidades de formas más cercanas, personales y familiares –p.ej., como padre, madre, hermano, amigo, vecino, ayuda–.
De particular importancia en torno a las imágenes de Dios en el Salterio es su afirmación continua y relación insistente con las ideas de poder, autoridad, señorío y realeza. Para los salmistas, en efecto, Dios es rey. Y aunque con el tiempo, particularmente luego de la crisis del destierro y el exilio en Babilonia, la institución de la monarquía en Israel perdió su eficacia y poder real en el pueblo, las imágenes de Dios como rey supremo, soberano absoluto y Señor poderoso no decayeron; al contrario, esas imágenes tomaron dimensión nueva en las teologías mesiánicas, escatológicas y apocalípticas.
Las afirmaciones de Dios como rey tienen en el libro de los Salmos gran importancia literaria y teológica. La metáfora del reinado del Señor está ubicada en el centro mismo de la teología del Salterio, pues revela las percepciones que el pueblo y los salmistas tenían de Dios, a la luz de las comprensiones y realidades políticas, sociales y religiosas de esa época monárquica. Esa metáfora se amplía aún más con el uso de verbos y adjetivos que revelan una red extraordinaria de relaciones sociales, formulaciones filosóficas y afirmaciones teológicas. Y la base de esa teología real se manifiesta claramente en el importante clamor litúrgico: «¡El Señor reina!».
Uno de los vectores que le brinda sentido de dirección literaria, cohesión teológica y profundidad espiritual al Salterio es ese fundamental tema del reinado universal de Dios. Los Salmos, en torno a ese particular y destacado asunto, desarrollan una serie de enseñanzas que constituyen su contexto teológico básico y su fundamento religioso principal. Junto al nombre del Dios que reina sobre el universo y sobre las naciones, se congregan sus súbitos para orar, clamar, interceder y adorar, y también para reconocer su autoridad, misericordia, virtud, amor y poder (véase Sal 24; 29; 47; 93; 96; 97; 98; 99). Los Salmos son las alabanzas y las proclamaciones de la gente que celebra y afirma que el Dios bíblico es rey y soberano. Sus plegarias están llenas de referencias directas e indirectas de esa indispensable y fundamental comprensión teológica. En efecto, el Dios de los Salmos es rey59, y la manifestación extraordinaria de su soberanía es una característica fundamental de su esencia.
El Dios que es rey tiene sus escuadrones y milicias, imágenes que se ponen claramente de manifiesto en la construcción lingüística «Yahvé Tsebaot», que ha sido tradicionalmente entendida y traducida como «Señor –o Jehová– de los ejércitos». Esta construcción del nombre divino puede ser una referencia a las legiones celestiales y terrenales (Sal 103.21; 148.2) o a los ejércitos de los astros (Is 34.4; 40.26; 45.12; Jer 33.22), y también puede ser una alusión a la totalidad de la creación, tanto en los cielos como en la tierra, que responden a las directrices divinas con obediencia y respeto militar (Gn 2.1; Sal 33.6). La expresión también puede ser un adjetivo que describe el poder divino de forma superlativa; es decir, que nombrar al «Señor de los ejércitos» equivale a aludir a su poder extraordinario y a su virtud sin igual60 .
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