Vamos a verlos, ¿no? Vamos, que llegan. No me metas prisa, hombre, si yo ya lo he visto todo, ¿no te he contado que estuve aquí en 1946, cuando lo de Giordano Cottur y los americanos? Pues claro que me lo has contado, y tampoco hace tanto de eso, y además a Giordano yo le conozco mejor, que hasta he salido a entrenar con él alguna vez. Aquello sí que fue importante, deberías haber estado allí, qué cantidad de gente… Dicen que este año viene fuerte Magni. ¿Qué? Que llega fuerte Fiorenzo Magni, que podría ganar. No digas tonterías. Ya vienen, ya vienen. Luego te explico dos o tres cosas sobre ciclismo.
¿Los ves, los ves? Ha merecido la pena subir hasta aquí, no me digas que no, así los puedes ver un montón de rato, en todas esas curvas enlazadas. Y además mira qué paisajes, la grandiosidad de los Dolomitas, el Rifugio Pordoi allá arriba, sí, sí que ha merecido la pena, aunque hayamos tenido que darnos un calentón por estas pendientes, ¿verdad? Ya llegan, ya llegan, mira, creo que es Coppi, sí, es Coppi, veo su maglia rosa. ¿Y Bartali, dónde estará Bartali? Míralo, anda un par de curvas más abajo, lo ves, es el que va de verde, allí, a lo lejos. Van solos, los dos van solos. Pues claro, niño, quién quieres que aguante la pedalada de esos dioses, quién. Ya vienen, ya vienen.
¿Vienen o no vienen? Porque nos estamos quedando helados, a quién se le ocurre venirse hoy al Bondone, con lo bien que podíamos haberles visto en Trento, y no aquí arriba, con toda esta nieve, y este frío que nos acabará matando. ¿Sabes algo de cómo va la carrera? Nada, la radio no funciona, y por aquí no pasa un coche desde hace un rato. Pues ya ves, lo mismo hasta han suspendido la etapa y tenemos que bajarnos a casita sin ver ni un solo corredor, y eso ya sí que sería… Mira, mira, ¿ves allá abajo? Parece que suben autos, y por lo despacio que van deben de ir con una bici. Menuda vista tienes, distinguiendo detalles con esta nevada. Espera, espera y verás. Tú quién crees que puede ser. Ni idea, yo desde que Coppi y Bartali no andan he dejado el ciclismo de lado, ahora lo mismo me da uno que otro. Hombre tampoco es eso. Que sí, tú no lo puedes comprender, porque eras muy joven, pero aquello fue totalmente diferente, auténticas multitudes en las carreteras, la carrera abriendo todos los periódicos, la gente totalmente dividida, con respeto, sí, pero con fiereza, que si eras de Coppi parecía que tenías que juntarte siempre en las tabernas con cuadrillas de aficionados de Coppi, y si eras de Bartali lo mismo. ¿Tanto? Tanto, pero mira, por allí llega. ¿Quién, quién es? No lo sé, pero observa cómo sube. Y lleva manga corta, si debe haber cinco grados bajo cero. Y con esta ventisca. Vai, vai . ¿Quién era? Dicen por aquí que Gaul, el luxemburgués. Era increíble cómo trepaba. Y su rostro, ¿viste su rostro? Sí, iba lívido, como muerto. Mira, allí viene otro. Es Magni, es Magni. Pero cómo va a ser Magni, si se rompió la clavícula hace una semana. Que es Magni te digo, vai Fiorenzo, vai . Un sufridor admirable. Sí, pero iba inclinado, torcido sobre la bicicleta, reptando como un perro. Coppi y Bartali, no habrá nunca nadie como ellos. Nadie.
Ya vienen, míralos, ya han entrado en la Arena milanesa, ahora darán unas vueltas, disputarán la etapa, luego saludarán al público. Míralos, míralos, ¿los ves? Llevan casacas azules, verdes, moradas, rojas. Mira, allí, al final del grupo, la maglia nera . Y al frente, casi en cabeza, la maglia rosa. Míralo, debe de ser glorioso vestirla, ¿no?, aunque sea un día, aunque sea de prestado antes de que los buenos la cojan. Sí, el ambiente es magnífico, hay que sentirlo, se me pone la piel de gallina. Sí, sí, qué pasa, a veces también un viejo puede derramar un par de lágrimas, emocionarse, ¿no? No está mal. Es recordar el pasado, tiempos peores, sí, pero tiempos que vivimos. Porque tú no lo recuerdas, claro que no, pero hubo cuando esto, estos hombres, eran para nosotros casi tan importantes como nuestra propia vida. Sí, fueron momentos difíciles, claro, momentos extraños. Habíamos discutido entre nosotros, como dos hermanos queridos pero vengativos, y parecía que jamás, jamás, podríamos volver a abrazarnos. Y entonces, pero tú de esto no te acuerdas, entonces, digo, ellos salieron, y recorrieron el país de arriba abajo. Entero. Bueno, casi entero. Y nos hicieron volver a sentir orgullosos, nos hicieron volver a amarnos, volver a tender las manos. Vimos que había un mañana allí donde antes solamente parecía haber un ayer. Ellos, sobre todo ellos dos, claro, pero también los demás, nos hicieron, casi nos obligaron, a sentirnos de nuevo como una nación. Y aquello fue tan especial… Tú no puedes entenderlo, y seguramente es mejor, mejor que no lo concibas, mejor que no lo imagines, mejor que no hayas visto los muros derruidos, la ausencia de ventanas porque no había paredes, el terror de las alarmas en mitad de la noche. No lo has vivido, y ojalá no lo tengas que vivir. Solo te digo que entonces el Giro, las bicicletas, ellos dos, vinieron a salvarnos. A salvarnos, seguramente, de nosotros mismos. Y lo consiguieron, es verdad que lo consiguieron. Y sí, por eso ahora se me caen dos o tres lágrimas, déjame, soy un viejo cansado, un viejo que recuerda, recuerda demasiado. Me valdría con que tú, precisamente tú, no les olvidaras.
Italia, la nación que respira ciclismo.
EL PAÍS QUE RESPIRA CICLISMO
Aunque me hiciera un daño insoportable
lo que deseo es vivir.
Alessandro Baricco. Océano mar .
Hubo un tiempo en que una nación, una nación de la Vieja Europa, halló su identidad en el ciclismo. Momentos difíciles, oscuros, de esos que se susurran al oído en las familias, que dividen países, que abren zanjas imposibles de cerrar.
Hubo un tiempo en el cual a toda una patria se la podía dibujar a partir de tres hombres, de tres ciclistas. Cuando los que eran católicos tifaban por el más viejo de todos, el del rostro severo, el de las pocas palabras. Cuando los de ideas más abiertas habían encontrado su mesías en un tipo de largas piernas, nariz aguileña, mirar trágico. Y los de la extrema derecha, los que habían vestido de negro, animaban a un hombre de cabellos ralos, de voluntad inquebrantable y sonrisa fácil.
Existió un momento en el que Italia se pudo definir a sí misma a través de la bici. Y no fue uno cualquiera, sino, seguramente, los años más complicados, trágicos y recordados de todo el siglo XX. Cuando un continente entero estaba a punto de estallar en llamas, cuando la injusticia, la crueldad más absoluta, pugnaba por apoderarse del mundo. Cuando, sí, el equilibrio de las almas parecía a punto de desdibujarse para toda la eternidad.
Y siempre, siempre, el ciclismo.
Los ciclistas.
Italia, durante el fascismo, vestía de rosa su primavera, ajena a las camisas negras que paseaban sus calles, que enseñoreaban senderos que acabaron siendo remembranzas de sangre. Italia, mientras Mussolini daba mítines airados e histriónicos dignos de un payaso, soñaba en julio con deportistas vestidos de azzurro tricolore , con el Izoard, con el Tourmalet, con un perfil afilado que hacía vibrar a todos, pobres y ricos, del norte y del sur. Italia se convulsionó entrando en la mayor guerra de todas las guerras, se agitó en un conflicto de apocalipsis, se mató a sí misma, se revivió y volvió a nacer. Y, mientras, todos pensaban en bicicletas, en rostros cortando el viento de la Maddalena, en una hora milanesa y eterna bajo bombardeos ingleses. Italia, claro, jugueteó de nuevo con la tragedia cuando la paz que no era paz del todo pareció haber llegado. Estuvo al borde del abismo, de ese abismo físico pero también moral, al borde de ese no saber si esto es un hombre, de la realidad desalmada que se le había puesto al mundo cuando dejó de sonreír. Y entonces, y quizá sobre todo entonces, los ciclistas fueron más importantes que nunca, y de un infierno de fuego en la península se pasó a hablar de un infierno helado en la Cisalpina, y donde pudo haber sido nunca llegó a ser, y lo que podía haberse roto consiguió mantenerse, pese a todo, unido.
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