UN TIPO NORMAL
Raphael Honigstein
© Raphael Honigstein 2017, 2020 del texto original.
Publicado originalmente bajo el título Klopp: Bring the Noise por Yellow Jersey Press en 2017 y actualizado en 3 aedición en 2020.
© Libros de Ruta Ediciones, S.L., 2021.
Gordoniz 47B-bajo
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www.librosderuta.com
Primera edición:mayo 2021
Autor:Raphael Honigstein
Traducción:David Batres Márquez
Edición:Eneko Garate Iturralde
Foto de portada:Michael Regan/Getty Images
Diseño portada y maquetación:Amagoia Rekero García
ISBN:978-84-122776-0-9
Depósito legal: BI-848-2021
Impreso en España por Leitzaran Grafikak
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Para papá y mamá
La sorpresa
Glatten 1967
Lunes de las rosas: hora cero
Mainz 2001
Revolution Number 9
Dortmund 2008
El camino que lleva a Anfield
2012-2015
En el juego del padre
Wolfgang Frank: el Maestro
Schönen guten Tag. Hier ist Jürgen Klop p
Dortmund 2008–2010
Dale caña
Liverpool 2015-16
Arrancadas y parones
Ergenzingen, Frankfurt - Mainz 1983–2001
El Rin en llamas
Mainz 2001-2006
La primera, la segunda y casi la tercera
2010-2013
Caos y teorías
Liverpool 2016-17
Triunfos en la pequeña pantalla
60 000 lágrimas
Mainz 2007-08
Tiempos de oscuridad
Dortmund 2013-2015
Y se armó el jaleo
Campeones eternos
Agradecimientos
Índice onomástico
No importa de dónde seas, importa donde estés . Eric B. y Rakim
La Selva Negra no es negra. Ni tan siquiera se puede decir que sea una selva. Ya no, al menos. Hace dieciocho siglos las tribus salvajes germanas de los alamanes comenzaron a talar esa masa sombría que tanto temor infundía en los romanos, ganando así terreno para su ganado y sus aldeas. Misioneros celtas llegados de Escocia e Irlanda, armados con hachas y fe, siguieron talando, bosque adentro, doblegando a la naturaleza y mermando su enormidad. En la actualidad, lo que todavía queda de su negrura sirve, sobre todo, como materia prima para pesadillas infantiles y relojes de cuco, además de haberse convertido en una espléndida marca comercial turística.
Multitud de gente de todo el país y más allá acude a esta cordillera que descansa en la esquina suroeste de Alemania, con la intención de arrancar de sus pulmones y corazones todo rastro de mugre urbanita. Tras la guerra, la Selva Negra se convirtió en lugar común para una industria cinematográfica en busca de escenarios vírgenes, localizaciones idílicas donde situar clínicas —tanto reales como ficticias—, y uno de esos lugares en los que fantasía y realidad podían fundirse como en un embrujo.
Aviso a los escépticos: no les quepa duda de que todo esto es cierto; al menos en esa perfecta ciudad de postal que es Glatten. Casas blancas con techos que parecen pan de jengibre y balcones de madera, superpuestas, como sin quererlo, frente a las colinas, vigilando las interminables laderas de hierba. «Los hay que, para demostrar su esplendor, construyen en lo alto de un monte. Pero los suabos construyeron sus hogares dentro de los cerros, para ocultar la realidad de su grandeza», explica Rezzo Schlauch, el que fuera político del partido de los Verdes, acerca de la mentalidad modesta de los habitantes locales, sus paisanos. «El Mercedes lo guardan en el garaje y dejan fuera el VW».
El río Glatt (que en alto alemán antiguo significa algo así como prístino o tranquilo) corre desde el norte hasta llegar a la pequeña ciudad a la que bautiza, dejando atrás la fábrica, revestida de acero, de J. Schmalz GmbH, dedicada a la tecnología de vacío. El río ejerce de discreta carabina para la calle alta (concesionario de coches, banco, panadería, carnicería, floristería y un puesto de doner kebab) y suministra, a duras penas, agua para la piscina natural, volviendo a manar después junto al campo de deportes pasado Böffingen, población que ha sido absorbida por Glatten.
La dura climatología —las lluvias son continuas durante el verano— hace de este un paraíso que hubo que luchar, no un regalo caído de los cielos. Esta es una tierra que da hierba, maíz, lechones y unas gentes de una resolución y frugalidad imponentes; son los alemanes llevados al extremo, que trabajan más allá del trabajo duro, que no se conceden el mínimo respiro. « Schaffe, schaffe, Häusle baue »: trabaja, trabaja, y después, te construirás una casa; así reza un famoso dicho de la región.
«Un rasgo muy característico de los suabos es que trabajan día y noche, con denodado ahínco», explica Schlauch. «Esto es así desde el principio de los tiempos, igual que su fama de grandes innovadores. En otras zonas el primogénito heredaba la granja de los padres. Pero en Suabia la tierra se dividía equitativamente entre toda la descendencia. Eso hacía que la tierra de cultivo fuera mermando hasta que ya no era viable trabajarla, momento en el que los descendientes se veían obligados a buscarse otro trabajo. Muchos de ellos se convirtieron en inventores y Tüftler , gente que trata de encontrar nuevas soluciones a viejos problemas».
La costumbre local exige que todo se haga de manera meticulosa y seria. Y eso incluye la diversión. Uno de los catorce clubes sociales activos en Glatten está dedicado al Carnaval. Otro se convierte en el punto de encuentro de los amigos del pastor alemán.
Los graneros se alinean en una pequeña calle surcada por el barro que dejan detrás los tractores; y ahí es donde se encuentra, justo al lado de un campo el Haarstüble de Isolde Reich, una pequeña peluquería, discreto lugar de encuentro y punto de venta de unos calcetines que una de las amigas de Reich teje de manera benéfica. Los beneficios se destinan a comprar calzado para los sin techo.
Isolde nació en Glatten en 1962, la más joven de dos hermanas. Su padre, Norbert, un portero de talento, era un enamorado de los deportes. Su carrera terminó antes siquiera de haber comenzado, frustrada por un padre de lo más adusto: «insistía en que Norbert debía buscar una verdadera vocación, no probar suerte con el fútbol» cuenta Reich. Pero jamás dejó morir sus anhelos deportivos. Jugó al fútbol de manera amateur, así como al balonmano y al tenis, e intentó inculcarle esa pasión a su familia. Después de que ni su esposa, Elisabeth, ni su hija mayor, Stefanie, demostraran inclinación alguna por el deporte, las esperanzas de Norbert se centraron en Isolde. Antes y después de su nacimiento («En mi álbum de fotos escribió ‘‘Isolde, en realidad, deberías haber sido un chico’’», sonríe). «Fui la primera niña de todo Glatten en acudir a la escuela de fútbol».
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