Raphael Honigstein - Klopp

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Autoapodado un tipo normal (The Normal One), en contraposición a Mourinho que se llamó a sí mismo como especial, Jurgen Klopp no es para nada un tipo corriente. Líder nato, este alemán que ha sido nombrado mejor entrenador del mundo en 2019 y 2020 por la FIFA, es todo menos una persona normal. Su don de gentes, carisma y visión del fútbol y de la vida, más cercana a la de cualquier forofo o ciudadano de Mainz, Dortmund y Liverpool (las únicas 3 ciudades en las que ha entrenado) que a la de las estrellas y dirigentes del fútbol, han llevado a Jurgen Klopp a convertirse en una celebridad. Uno de los pioneros del Gegenpressing, siempre se ha caracterizado por poner al conjunto por encima de la valía individual de los jugadores. No solo entendiendo el equipo como dicho colectivo, ya que en todos los equipos en los que ha entrenado el público ha sido ese jugador 12 que les ha llevado a conseguir los más grandes títulos; los dos últimos, la Champions League de 2019 y la Premier League de 2020 con el Liverpool.

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Norbert fue su entrenador, y sus métodos eran rigurosos y exigentes. Llevaba a Isolde, de cinco años, al campo de fútbol de Riedwiesen, que estaba junto al río y allí entrenaban los remates de cabeza colgando un viejo y pesado balón de una cuerda que ataba a una barra de hierro verde. Si no colocaba bien el cuerpo o elevaba demasiado los brazos, Norbert le hacía dar una vuelta al campo corriendo, como castigo. «Era duro, pero también era justo. Era un hombre de principios, lleno de pasión», dice Reich.

En el verano de 1967 su madre tuvo que abandonar la casa familiar durante un mes. Elisabeth estaba en avanzado estado de gestación y, ante el riesgo de posibles complicaciones, se vio obligada a acudir a una clínica de Stuttgart, a 80 kilómetros al noroeste. El hospital local de Freudenstadt, a apenas 8,5 kilómetros carretera arriba, no estaba preparado para efectuar cesáreas. Para Stefanie e Isolde fue muy complicado estar sin su madre durante tanto tiempo. «Nos prometieron: ‘‘Cuando regrese, mamá os traerá algo maravilloso’’».

Pero cuando Norbert y Elisabeth llegaron a casa lo único que traían en sus manos era un pequeño bebé que no dejaba de berrear. Apenas una hora después, las hermanas preguntaron si no sería posible que se lo llevaran de vuelta y lo cambiaran por otra cosa. Un hermanito llorón: ¡Pues vaya birria de sorpresa! Pero Isolde se dio cuenta muy rápido de que, aquel día, no solo le habían regalado un hermano pequeño que no dejaba de molestar con sus lloros. «De inmediato, mi padre centró en él todos sus esfuerzos deportivos. Me libré de tener que practicar remates de cabeza con aquel péndulo y, en lugar de ello, me dejaron asistir a ballet y atletismo. Lo cierto es que el nacimiento de Jürgen fue toda una suerte. Me hizo libre».

LUNES DE LAS ROSAS: HORA CERO

Mainz 2001

A Christian Heidel le gusta tantísimo esta historia que ha llegado a preguntarse si, verdaderamente, es real. «Como aficionado del Mainz podría decir: venga, adornemos esto un poco. Pero lo cierto es que fue así», insiste mientras se prepara para un dar un salto mental de proporciones siderales: desde su aburrido despacho en el Schalke 04 hasta una ciudad que canta y baila con frenesí bajo una lluvia de confeti; y en ella, hasta un pequeño y desastroso equipo de la segunda división desterrado a un nada glamuroso exilio provinciano, a cuarenta minutos en coche.

Un día antes, el 25 de febrero del 2001, el FSV Mainz 05 se había enfrentado a su némesis, el SpvGG Greuther Fürth, perdiendo por 3 a 1 en el Playmobil-Stadion. «Klopp tenía molestias y estaba siendo el peor sobre el campo, así que tuvo que abandonarlo a veinte minutos para el final», recuerda Heidel. Aquella derrota hundía al Mainz en la zona de descenso. «Estábamos am Arsch » (algo así como a tomar por culo), sonríe el antiguo mánager general del FSV. Estaban, literalmente, al fondo de la tabla, sin nada parecido siquiera a una luz al, ejem, fondo del túnel. «La media de asistencia al estadio era de unos 3000 espectadores, ya no le importábamos lo más mínimo a nadie. Todo el mundo estaba seguro de que bajaríamos».

Todos sus colegas en la directiva del Mainz se encontraban en el centro de la ciudad, divirtiéndose en el Lunes de las rosas, la fiesta de carnaval por la que tan famosa es en toda Alemania la capital de Renania-Palatinado. Medio millón de personas se disfrazan con los atuendos más hilarantes, abusan un poco del alcohol y tratan de ligar algo. Las televisiones nacionales ARD y ZDF dedican toda la programación vespertina al encuentro de las asociaciones carnavaleras en el Palacio Electoral, cuatro horas de gags regados por la cerveza y la sátira política.

Eckhart Krautzun, el muy viajado entrenador del Mainz (su mote era «Weltenbummler» , trotamundos) consideró que la tentación carnavalera sería demasiado seductora para un equipo al que le esperaba un partido de la máxima importancia contra el Duisburgo, el miércoles de ceniza. «Tras la derrota contra el Fürth el ventilador comenzó a esparcir mierda por todo Mainz. Sabíamos que le cortaban la cabeza al entrenador, o que pondrían todos los focos sobre nosotros. Nos concentraron durante tres días en un hotel en Bad Kreuznach, así que nadie pudo salir ni moverse», cuenta el centrocampista del FSV Jürgen Kramny, compañero de habitación de Jürgen Klopp en esos días.

Christian Heidel se había quedado en su casa, en Mainz. No estaba de humor para fiestas, la situación del equipo era lo suficientemente desesperada como para andarse con tonterías. Resultaba más que obvio que había que echar al entrenador. Nadie dudaba de que Krautzun era un hombre muy agradable, un director experimentado que, en una ocasión dirigió a Diego Armando Maradona durante un partido con el Al-Ahli en Arabia Saudita, además de a los equipos nacionales de Kenia y Canadá y toda una miríada de clubes alrededor del globo; pero sumar seis puntos en nueve partidos desde que se hiciera cargo del equipo en noviembre, resulta la típica racha que te lleva de cabeza al cese. Además, Heidel también tenía la sensación de que, desde el primer instante, Krautzun había jugado con él para conseguir que lo contratara.

Su predecesor, René Vendereycken, quien en su día fuera internacional belga, resultó ser un entrenador hosco y monosilábico, cuya negación a la hora de comunicarse tanto con los jugadores como con la directiva y empleados solo quedaba igualada por su renuencia a la hora de imponer un sistema de juego coherente. Fue cesado cuando apenas se habían completado doce partidos de la temporada 2000-2001, tras conseguir veinte pírricos puntos, dejando al Mainz, una vez más, en la zona de descenso. Heidel quería poner al cargo a alguien capaz de implementar el exitoso sistema de cuatro defensas/marcaje en zona que Wolfgang Frank introdujera seis años atrás, durante su época como entrenador del Mainz, una táctica que, por aquel entonces, se consideraba tan avanzada para los estándares de la Bundesliga que casi nadie sabía cómo hacer que funcionara.

Heidel: «Le dije a todo el mundo que buscaba un entrenador capaz de hacer funcionar una defensa zonal. Alguien que la pudiera entrenar, que pudiera enseñar a los jugadores a jugarla. De repente recibí una llamada de Krautzun. Para ser sincero, jamás pensé en él. Su anterior club fue el Kaiserslautern y no le habían ido bien las cosas, así que me daba la sensación de que no merecía la pena intentarlo. Pero él siguió hablando y hablando sin parar, hasta que, al final, me convenció para reunirnos. Así que fui a Wiesbaden a verlo. Se puso a explicarme todo tipo de cosas sobre la defensa en zona, con todo lujo de detalles, y pensé «¡la madre que me parió, al final va a resultar que sabe de qué va todo esto!». Yo había visto tantos entrenamientos de Frank que sabía perfectamente cómo eran los movimientos. Así que lo contraté. Unas dos semanas después, Klopp vino a verme y me dijo que Krautzun le había llamado un mes antes. «Quería saber cómo funcionaba la defensa en zona, nos tiramos tres horas hablando». Y esa era, justo, la sensación que daba sobre el terreno de juego. «Empezamos ganando un partido, pero después todo se fue al garete».

Deshacerse de Krautzun era la decisión más fácil y sensata. Pero encontrar al sustituto ideal resultó un trabajo mucho más arduo. Heidel se sepultó bajo una montaña de anuarios de Kicker , con la esperanza de descubrir al candidato apropiado. «Por entonces no existía Internet. Por ejemplo, no sabías quién entrenaba al Brujas. Pero también es cierto que ese tipo de equipos eran cinco veces más grandes que el nuestro. Eran otros tiempos. Apenas había entrenadores extranjeros en la Bundesliga. Al final, te veías pescando en el mismo barreño una y otra vez. Pasado un tiempo, Heidel cerró todos sus anuarios y admitió su derrota: «Estaba convencido de que la única opción que teníamos era la de volver, fuera como fuera, al tipo de juego que habíamos desarrollado bajo la batuta de Wolfgang Frank. Pero era incapaz de encontrar a la persona adecuada. No tenía ni la más remota idea de quién podría lograr algo así».

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