Victoria Resco - Reino de papel

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LA PERSONA QUE ASPEN VANN MÁS ODIA, NO ES OTRA QUE ASPEN VANN. Para quien la mire no es otra cosa que perfecta e inquebrantable. Popular. Bonita. Inalcanzable. Toda una profesional de la mentira. Pero cuando todo a su alrededor se vuelve un caos y los muros que tan perfectamente ha construido en su interior comienzan a resquebrajarse, un chico y su gato malhumorado entran como un rayo de sol a su cielo nublado y ponen su vida de cabeza. Aaron llena sus días de color y ruiseñores. Le muestra caras de sí misma que no sabía que tenía. Que la aterran. Que la increpan. Que la hacen desear ser esa chica que nunca creyó poder ser. ¿Podrá una nueva Aspen surgir de entre tanta oscuridad y tantas mentiras?

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El recuerdo me tironeó del esternón.

–¿No tienes nada un poco más escotado para prestarme, Fallon? –aventuró Claire acomodándose los pechos de la manera menos delicada que podía existir. Ashleigh se rio, pero la vi darse vuelta y rodar los ojos cuando creyó que nadie miraba.

–No –intervino Maggie recogiéndose el pelo castaño oscuro, casi negro, en una cola alta y lacia. Por el rabillo del ojo, la vi intercambiar una mirada con su mejor amiga, de esas que para mí podrían significar tanto "¿Está bueno el jamón?" como "Necesito una ducha", pero para ellas parecían tener un significado tan preciso como palabras pronunciadas en voz alta–. Eso es más que suficiente escote. –Y tenía razón. El top que llevaba se hundía hasta mostrar tanta piel que era imposible no mirar.

–Quieta –exigió Fallon volviendo a orientar mi cabeza al espejo con un tirón no tan suave de uno de los mechones que se enroscaba entre los dedos. Me sentía ridícula, con la mitad de la cabeza voluminosa y llena de vida y la otra lisa como una tabla, igual que siempre.

Sabía que bajo la máscara de maquillaje que me había colocado antes de salir de casa, seguían las mismas ojeras que me habían aterrado la noche anterior, pero me gustaba fingir que no estaban allí. Ahora, con esas chicas, era Aspen Vann, la silenciosa, seria y sarcástica chica de vida perfecta, cuya familia era dueña de una de las marcas de zapatería más lujosas del país. Que ridículo. Para colmo, en mi vida había calzado uno de esos zapatos salvo por un par de galas de la misma empresa y lo único que podía decir era que había tenido suerte de no romperme un tobillo con semejante tacón de aguja.

Odiaba a esa empresa. La odiaba con la concentración de todos esos otros sentimientos que había reprimido a lo largo de mi vida. El poco tiempo que papá tenía para mí tras sus incontables peleas con mamá, se lo dedicaba a Dios sabrá qué cosa en su estudio. Antes le gustaba hacer sus propios diseños, pero hacía años no lo veía hacerlos. Ahora era solo la cara frente a la empresa, y la mente al mando. La creatividad había quedado en manos de terceros. En cambio, mamá, que había estado a cargo de la parte de finanzas desde el inicio de los tiempos, siempre encontraba los fines de semana un pequeño espacio para hacer algo conmigo. Ir de compras, tomar un batido en Dino's. Al menos estaba allí.

Pero, reitero, mis amigas no veían nada de eso. Solo los zapatos, el apellido que seguía a mi nombre y mi capacidad para lucir bonita sin representar una amenaza para ninguna de ellas.

Excepto, tal vez, por Ashleigh; ella sí veía en mí más de un problema, porque le seguía en promedio y en la lista de "Mejores Amigas" que Fallon había hecho cuando estábamos en tercero de secundaria. Era una chica rencorosa, pero tampoco me preocupaba. Ashleigh tenía un problema con todos.

En un momento pensé que nos parecíamos, que teníamos eso en común, pero la ilusión duró poco. Mi amiga quería ser la mejor, sin importar el precio o consecuencia, sin importar a quién hubiera que derribar por el camino. Odiaba a todos, porque todos destacaban sobre ella en algo, como un recordatorio de la perfección que nunca alcanzaría. Yo solo quería ser. Ser yo, lejos, muy muy lejos de esta ciudad y su gente. Borrón y cuenta nueva. Y yo no odiaba a todos. Yo odiaba los problemas, los errores que me llevaban a ellos y sus consecuencias. Odiaba los sentimientos que complicaban todo y me odiaba a mí misma por ser el recipiente que los contenía.

Para cuando mi peinado estuvo listo, me alegré tanto porque Fallon no me hubiera quemado en un "descuido", que apenas me importó lo raro que se veía mi pelo –que normalmente me llegaba a la cintura– enrulado al punto que apenas llegaba al final de mis omóplatos. No era que se viera mal, pensé, mirándome al espejo. Solo que no estaba bien tampoco, en la forma en la que caía y se amontonaba alrededor de mi rostro. Claire exclamó algo sobre que se veía “salvaje”. A mí me parecía incómodo. Pero sonreí y asentí con fingida alegría antes de ser arrinconada por ella y un montón de pinceles y paletas de colores.

Reino de papel - изображение 19

Para cuando llegamos a la puerta de la fiesta, ya estaba más que arrepentida. No era solamente lo ridícula que me sentía con los párpados pintados de naranja mandarina lo que me hizo querer huir. Se sumaba a esto algo mucho más simple: el patio delantero de la casa de Fraternidad, infestado de parejas en estados demasiado comprometedores y minado de botellas y latas de cerveza vacías. Me pareció divisar a alguien vomitando detrás de un arbusto.

Si quería desconectarme de los problemas podría haber visto una peli o tomado un batido de chocolate en Dino's con un libro en mano. ¿Por qué terminé cediendo a ese mismo impulso adolescente que nunca había llegado a comprender? Las fiestas no eran el único entretenimiento que existía. Nunca habían sido un entretenimiento, en mi caso. No entendía qué se suponía que debía hacer. Porque quedarse callado no era una opción pero la música estaba demasiado alta para hablar, porque no debías quedarte quieto pero no sabía bailar, porque debería emborracharme pero de hacerlo no podría estudiar al día siguiente… Y sin embargo había caído, en mi desesperante intento por perder el peso que venía arrastrando hacía meses, en ese falso concepto. Todos se divertían en fiestas así: chicos de universidad, alcohol, música alta y ningún adulto gritando en el fondo. ¿Por qué no era suficiente para mí?

Mi único consuelo había sido, mientras nos deslizábamos entre la apretada multitud de la pista en dirección a la barra, que todas habían prometido que sería una noche de chicas: no estaría ni Darren ni ningún nuevito , como les llamábamos a los novios de Claire, ni nadie. Solo nosotras bailando y divirtiéndonos. Y tenía esperanzas de que así fuera, porque podía no parecerlo, pero por más que hubiera malos momentos y rivalidades, también había días en los que realmente nos divertíamos.

Como esa vez que fuimos a Dino's y reímos horas y horas de cosas que, en perspectiva, no ameritaban ni la mitad de esas risas. Tal vez había sido porque Fallon tanto como Claire y Ashleigh estaban totalmente borrachas, o porque salíamos de una fiesta que había sido un completo fracaso, pero ese recuerdo era el que quería llevarme de ellas a la universidad.

Me limité a caminar, sintiendo el temblor de la música incluso a través de las paredes, metiéndoseme entre los huesos como un terremoto con cada golpe del bajo. Me permití pensar que tal vez esta no había sido tan mala idea, que lo pasaríamos bien allí dentro, o, aún mejor, sería un completo fracaso y terminaríamos una vez más en Dino's.

Que gracioso, casi al punto de ser admirable, era que pudiera mentirme a mí misma de esa manera.

A pesar de todas las promesas que hicimos, nos llevó tan solo media hora dispersarnos y terminé sola, con una lata de cerveza intacta en mis manos y el culo pegado a uno de los sillones que había en una salita al lado de la pista de baile.

El único motivo por el cual había decidido tomar ese asiento era que era el lugar menos ruidoso de toda la casa y con menos personas gimiendo. Había luz suficiente para ver más que contornos y flashes multicolores. Lo que no había eran amigas. De a poco se habían ido encontrando con universitarios bonitos y huecos como sacados de una película y desaparecido con ellos. Excepto por Maggie, que se había negado a dejar el bar, desde el cual sospeché que podría mirar y cuidar de Claire. No le sentó bien mi chiste sobre que al final nuestra amiga no había necesitado más escote y me miró con ojos casi asesinos, así que me encogí de hombros y me fui.

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