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El ser humano como centro, fuerza, motivación y dirección de la acción en sociedad
Si queremos entender el funcionamiento del mundo y de nuestra sociedad solo podremos hacerlo descomponiendo las conductas colectivas en la suma de conductas individuales y aplicando las reglas de funcionamiento y el sistema de motivación propio de los seres humanos. Sin embargo, nuestra sociedad occidental está poco trabajada en cuestiones emocionales y de autoconocimiento personal, lo que hace que nos resulte difícil entender o comprender las conductas de los demás. En general simplificamos la comprensión de los humanos, menospreciando el lado emocional, sentimental y espiritual, que es verdaderamente el centro de nuestras preferencias, decisiones y comportamientos. Creemos que es nuestra razón la que nos gobierna, cuando sin darnos cuenta nuestro mundo menos consciente es el que en gran medida lo hace. Estoy convencido de que será grande el rechazo de esta afirmación por parte de muchos lectores, pero me atrevo a decir que la neurociencia más consolidada y las teorías de la Economía del Comportamiento así lo confirman, incluso para las grandes decisiones en materia económica. El exitoso libro de Daniel Kahneman Pensar rápido, pensar despacio es elocuente en ese sentido. Lo que consideramos realidad depende de nuestra atención y mirada, lo que se encuentra condicionado de forma muy dominante por nuestros sentimientos, emociones, apegos y preferencias menos conscientes. Ello provoca que, sin darnos cuenta y aunque nos cueste admitirlo, sean nuestros procesos internos menos conscientes los que gobiernan nuestras decisiones y preferencias.
Sugiero la lectura de mi reciente libro Por fin me comprendo 2 , comprenderse bien para vivir mejor que presento como un pequeño manual para el conocimiento de lo que es un ser humano y su funcionamiento. En él se desarrollan, con detalle fácilmente comprensible, nuestros mecanismos de funcionamiento y el extraordinario poder de nuestro subconsciente, entendido este como nuestro sistema, no reflexivo y escasamente consciente, de preferencias, datos y experiencias registrados en nuestra memoria para la adopción de decisiones y comportamientos. La mayor parte de nuestras acciones, movimientos y decisiones se mueven en un mundo de automatismos o decisiones adoptadas sin reflexión o conciencia de ello. Conducimos de forma inconsciente, calculamos como coger una pelota que nos han lanzado de forma inconsciente, alguien nos cae bien o nos irrita por razones difíciles de explicitar, o nos gusta un restaurante y no otro por lo mismo. Son solo ejemplos gráficos de una infinita lista de preferencias en las que es nuestro subconsciente el que domina nuestras decisiones y posicionamientos determinando nuestra forma de ser y actuar.
Lo primero es satisfacer nuestras necesidades para sobrevivir
Todas las personas que conformamos la sociedad somos máquinas programadas para sobrevivir. En todo momento el vigilante de nuestra supervivencia está detrás de nuestros actos para orientar nuestra acciones y preferencias. A veces esa programación protectora de nuestra vida se guía por una protección de la vida a corto plazo, como ocurre cuando automáticamente huimos si se nos aproxima un animal peligroso o nos cubrimos la cabeza ante un gran estruendo. Pero otras veces nuestra inteligencia de supervivencia a medio y largo plazo actúa de forma sutil para fortalecernos física o socialmente. Tomemos por ejemplo la llamada interna que nos empuja a cuidar nuestra alimentación o a hacer ejercicio. En otro ámbito trabajamos también nuestra forma de ser tratando de ser agradables con el entorno y de cumplir nuestros compromisos, buscando con ello, de forma probablemente inconsciente, ser amables y de fiar para ser así más queridos y admitidos en nuestros grupos sociales, reforzando así nuestra capacidad de sobrevivir con éxito en la sociedad. La supervivencia ha sido y será siempre en última instancia la que, con mayor o menor conciencia de ello, guía nuestras actuaciones y hace que le dediquemos la atención, energía e inteligencia de la que disponemos. Se trata de una espontánea y natural inteligencia de supervivencia que, sin preocuparnos de ella, nos impregna, guía y protege, despertando igualmente nuestras reacciones como mecanismo de defensa ante lo que el sistema emocional considera peligroso. Cualquier actuación del ser humano se subordina a la reacción espontánea de defensa cuando en nuestro entorno algún estímulo, palabra, frase escuchada o situación observada nos parece peligrosa. Ante ello, la reacción defensiva se impone a otras siendo esto fuente de explicación de muchas de las dinámicas que podemos observar en la sociedad. Me refiero a prácticas y comportamientos poco admisibles, que violan los valores en los que socialmente creemos, haciéndonos perder las formas y el respeto a los demás o al propio planeta, etc. Cuanto más presionados, asustados o vulnerables nos sintamos mayores probabilidades hay de que nos saltemos nuestros propios principios.
De las necesidades biológicas a las necesidades sociales
Durante millones de años esa espontánea inteligencia orientada a la supervivencia se ha centrado principalmente en la satisfacción de las necesidades biológicas. Seguramente una inmensa parte de la población del mundo hasta hace solo unas decenas de años ha tenido como principal objetivo el conseguir llenar su estómago cada día, disponer de refugio para cuidarse de la dura intemperie, y por supuesto buscar protección frente al peligro de ataques de animales o de otros humanos. Y ello tanto individualmente como para proteger al grupo o al clan familiar. En el pasado, solo algunos privilegiados podían considerar que su alimentación estaba garantizada, y seguramente estos vivirían con la amenaza de su seguridad frente a traiciones, rebeliones, conquistas…
En tales circunstancias la mayor parte del tiempo y esfuerzo debía dedicarse a procurarse comida, refugio, ropa…, lo que consumía mucha energía. En definitiva, nuestra cabeza se mantenía entretenida en procurarnos el sustento biológico con poco espacio adicional para mayores exigencias.
Por el contrario, hoy en sociedades como la occidental, el alimento está garantizado, o al menos nuestro inconsciente tiene razones para pensar que no faltará. Creo que es una asunción acertada, pues cualquiera hoy, haciendo una pequeña cola para comer en un albergue o incluso pidiendo limosna, tiene asegurada la supervivencia alimenticia. Lo mismo puede decirse de la ropa, pues cualquiera puede vestirse estupendamente (más allá de las consideraciones de la moda del momento) acudiendo a los contenedores donde la gente deja la ropa que deshecha de la temporada anterior. Y en ciudades como las españolas, al menos en las fechas en que esto se escribe, poca energía hay que dedicar a proteger nuestra seguridad física, pues en general vivimos en entornos muy seguros en los que el Estado también vela por la educación y la salud de todos, e incluso nos ofrece posibilidades de ocio y deporte con iniciativas e instalaciones estatales o municipales.
Entonces, ¿qué más podemos pedir hoy? ¿A qué dedicamos nuestra energía e inquietudes mentales, que están siempre cuestionándolo todo precisamente para velar por nuestra supervivencia?
Es en la contestación a estas preguntas donde se manifiesta con claridad el cambio de peso en la balanza del consumo de nuestra energía en nuestra sociedad. Si hasta hace solo unas cuantas decenas de años en promedio el peso de la balanza se inclinaba sin duda hacia un mayor consumo de energía destinada a la supervivencia física o biológica, hoy el mayor peso lo situamos en cuidar otras variables de supervivencia. Se trata de variables mucho más sutiles y sofisticadas que podemos encuadrar dentro de lo que se llaman necesidades sociales o psicológicas.
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