Edith Stewart - Un matrimonio por Escocia

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Robert Bruce necesita apoyos en su guerra contra Inglaterra y está dispuesto a ofrecer el castillo de Stirling al clan Murray para atraerlo a su causa. El laird solo deberá unir en matrimonio a su hija Bronwyn con William Duglas para asegurar la estabilidad del país. Un matrimonio pactado no siempre sale bien, pero William se prenda de Bronwyn Murray desde el mismo instante que la ve, aún confundiéndola con una sirvienta. El único problema es que ella le odia. Pero la línea que separa el odio del amor es muy fina, y quizás con el tiempo, haber hecho prometer a William que romperá su compromiso, acabe por romper más de un corazón.

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—Será un honor complaceros una vez más, mi señor.

—Es una manera de recompensar la lealtad del clan Douglas durante todos estos años de guerra. Creo que entregaros el gobierno de Stirling me dará tranquilidad en todo momento, porque no caerá en manos inglesas. Por otro lado, ofrecerle la posibilidad de que su hija se convierta en señora del castillo, creo que puede animarlo a apoyarnos en esta guerra.

—Lo entiendo, señor.

—¿Tengo vuestra palabra de que una vez que toda esta guerra termine, desposaréis a la hija de Archibald Murray?

William deslizó el nudo que acababa de apretar su garganta al sentir la mirada fija de su rey. Era como el lazo del verdugo y pensó que no podría hablar. De manera que se limitó a asentir primero, y responder a continuación. Mientras recuperaba la templanza.

—Lo estoy. Si no muero en las próximas jornadas —aclaró con una chispa irónica que provocó la sonrisa en todos los allí presentes.

—Hasta ahora os habéis conducido con la prudencia y la sagacidad de un buen guerrero. Procurad no dejarla viuda antes de desposarla o perderemos posibilidades en Stirling —le pidió el rey con la misma chispa irónica que había empleado él.

—Lo intentaré, mi señor.

—En ese caso, lo prepararemos todo para partir los antes posible hacia las tierras de los Camero. Como no podía ser de otra manera, formaréis parte de la expedición —le aclaró mientras el joven Douglas asentía.

William saludó a Robert por última vez antes de abandonar el salón. Había dado su palabra y la cumpliría. Solo tenía que pensar que lo hacía por el bien de su nación. Y no porque en verdad deseara atar su vida a la de una mujer.

Horas más tarde William disfrutaba de la bebida y la compañía de sus amigos en una taberna. Pero en ciertos momentos no podía evitar quedarse pensativo dándole vueltas a la situación a la que se veía abocado.

—Entonces, ¿cuándo marchas a conocer a tu futura esposa?

La pregunta de Angus, un escocés de cabello y barba castaños, pareció despertar a William de sus pensamientos. Sacudió la cabeza y contempló a su amigo con los ojos entrecerrados.

—¿Por qué no lo dejas estar? ¿O quieres que parta la cara?

—Déjalo o lo cabrearás de verdad. Bastante tiene con haber aceptado —comentó Malcom, el otro fiel amigo saliendo en defensa de este—. Si te lo hubiera pedido el rey Robert en persona, tú habrías aceptado igual que él. O yo mismo. No se puede ir contra la voluntad de este. Decidimos rendirle pleitesía cuando fue coronado en Scone, de manera que no nos queda otra que acatar sus órdenes.

—Creedme que no lo hago por mi voluntad, sino porque necesitamos más hombres para tomar Stirling. Y como has dicho, rendimos vasallaje al rey Robert —resumió el joven Douglas mirando a Malcom y dejando luego la mirada suspendida en el vacío.

—Es verdad. El castillo de Stirling es una de las últimas fortalezas que retienen los ingleses junto con el de Berwick. Si los expulsamos de esta habremos dado un paso definitivo porque no creo que tengan intenciones de defender esa última fortaleza —dijo Malcom con orgullo—. La muerte de Wallace y las de tantos compatriotas no pueden haber sido en vano. Estamos ganando la guerra a Inglaterra.

—El clan Murray es uno de los más poderosos. Muchos hombres de otros clanes lo seguirán si el rey Robert consigue atraerlo a su causa —advirtió Angus.

—Siempre fue partidario del rey. Pero el hecho de que este apuñalara a Comyn en la reunión que ambos tuvieron en Greyfriars, lo hizo desconfiar —apuntó Malcom.

—Sí, decidió no tomar parte por Bruce y se mantuvo neutral durante algún tiempo. Pero seguro que las circunstancias de la guerra hicieron que tomara partido por Comyn y Eduardo. Quiero creer que fue por el bienestar de su clan —resumió William expresando su opinión personal en ese asunto.

—Ahí es donde entráis tú y la hija de Archibald Murray —señaló Malcom.

—Y la propiedad del castillo de Stirling. No lo olvides. Será la dote del propio rey Bruce a la pareja —aseguró Angus—. Por cierto, ¿qué sabes de ella?

William frunció los labios y encogió los hombros.

—No me importa quién sea, ni como sea. Solo tengo que cumplir mi parte del trato y ya está.

—Sí, viviendo en un castillo tampoco es necesario que os veáis —apuntó Angus convencido de que su amigo se comportaría de esa manera.

—Ella tendrá su propio servicio de damas. Podrás hacer lo que le plazca. No me interesa —insistió sacudiendo la mano para dejar claro que no le importaba lo más mínimo lo que ella pudiera hacer.

—Pero admite que tendrá que engendrar un heredero —le avisó Malcom con toda intención.

William gruñó.

—Sí, bueno. Es su deber. No hace falta que nadie se lo diga.

—¿Y si es una vieja solterona? Ya me entiendes… Una mujer entrada en años a la que su padre no ha conseguido casar —La risa de Angus enervó, más todavía, el ánimo de Malcom.

—He dado mi palabra. Si conseguimos que los Murray se unan a las huestes del rey, y con ello liberemos Escocia del yugo inglés, bienvenida sea —William apuró de un trago su bebida sin hacer más caso a sus dos amigos. Apretó los dientes con rabia pensando en que además de haber aceptado el compromiso, su prometida no fuera nada agraciada. Si al menos fuera una muchacha joven y atractiva… se dijo en un intento por animar un poco.

—Te aconsejaría que te desfogaras antes de ir a las tierras de los Murray a conocer a tu futura esposa —le jaleó Angus entre risas.

Pero William no dijo ni una palabra más. Se limitó a mirar a los dos y sacudió la cabeza sin entenderlos.

—Me gustaría veros en mi situación. Estoy seguro de que no os estarías riendo.

Decidió que lo mejor era alejarse de aquellos dos y estar a solas. No solo no se trataba de tener una esposa sino de que esta le diera un hijo que siguiera con el apellido Douglas. Pero eso a él no le importaba en ese momento. Ya se preocuparía cuando llegara. Por lo pronto, solo quería entrar en batalla y que volvieran a ser una nación libre que tomara sus propias decisiones. Había sido educado para pelear, para ser algún día el señor del clan Douglas y procurar que todos lo respetaran. Desde que comenzó la guerra contra Inglaterra, no había pasado ni un solo día sin combatir al lado de su padre, conduciendo a su clan junto a otros tantos a la batalla. Y aún después de muerto Wallace había seguido combatiendo para liberar los castillos escoceses en manos de los señores feudales ingleses. Y lo haría hasta el final porque era su cometido. No había cabida para el amor cuando había visto su país sometido y desangrado por Eduardo de Inglaterra.

***

La comitiva hacia las tierras de los Murray partió de la capital dos días después de que William se hubiera comprometido a acatar la orden del rey. Les llevaría unas jornadas llegar a las tierras de los Murray, las cuales quedaban cerca del propio castillo de Stirling. Lo que le dejaba algo de tiempo para pensar en lo que le diría a su prometida. Le sonaba extraño pensar en una mujer de esa manera. No había considerado la idea de casarse hasta que la guerra no hubiera concluido. Pero los acontecimientos se habían precipitado y no tenía otra opción. De repente se veía comprometido con una mujer a la que no había visto. A raíz de este comentario, recordó las palabras de su amigo Angus sobre si esta sería una vieja solterona a la que su padre no había conseguido encontrar un marido. Sacudió la cabeza desechando esa idea mientras cabalgaba con el ceño fruncido, la mirada gacha y las manos cerradas con fuerza en torno a las riendas. Su padre no pasó por alto estos gestos y sonrió porque intuía lo que le sucedía a si hijo.

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