Manejo del tiempo libre. Si bien una institución educativa tiene muchas actividades debidamente programadas y organizadas con una intencionalidad formativa, de todas maneras hay espacios como los descansos, que son de “tiempo libre” para los estudiantes, en los cuales habitualmente ellos practican deportes, organizan juegos y socializan. Estos espacios de tiempo libre de los estudiantes deben ser organizados de la mejor manera para que sean espacios de crecimiento y de maduración. No se trata de planificar dichos espacios para coartar su espontaneidad o intimidad, sino de propiciar que sean de crecimiento y formación porque se favorecen interacciones, práctica de los deportes, desarrollo de actividades lúdicas, uso productivo del tiempo y todo lo que es propio de ellos, según su nivel de desarrollo psicológico y emocional, así como su edad.
En este sentido, una adecuada gestión de la convivencia se debe ocupar de estos tiempos y espacios para ayudar a los estudiantes en su manejo. Esto contribuirá de manera significativa a sus procesos de formación, por cuanto se favorece el uso responsable del tiempo y el disfrute sano de los espacios recreativos, y especialmente los procesos de crecimiento en la autonomía y el uso responsable de la libertad. Desde una adecuada gestión de la convivencia se puede apoyar este proceso de manejo del tiempo libre por parte de los estudiantes.
Conformación de las instancias de participación democrática. Otra de las estrategias de formación y manejo de la convivencia es la conformación de las diversas instancias de participación que prevé la legislación educativa vigente del país.
Habitualmente las instituciones educativas proceden con un criterio errado: entre menos injerencia haya de los padres de familia, de los profesores y de los estudiantes en el gobierno de la institución educativa, mejor se la podrá gestionar. Desde esta perspectiva, se hacen remedos de participación o se conforman las instancias, pero, no se les permite el cumplimiento de sus funciones o nunca se las reúne, ni siquiera para el cumplimiento básico que la ley pide.
Esta forma de proceder, más cercana a una concepción feudal de la institución que a la conformación democrática de las instancias de gobierno de cualquier organización, dista mucho de las actuales tendencias, que apuestan por la construcción de sociedades plurales, donde la democracia y la participación son las formas más idóneas de construir lo que se conoce como la sociedad civil, donde la participación ciudadana es posible.
Las instituciones educativas se hallan muy lejos de lo que sería construir la ciudadanía y permitir la verdadera participación democrática. Existe temor en los directivos y dueños de instituciones educativas de compartir el poder y de formar ciudadanos en la participación, porque se cree que permitiéndolo se perderá la esencia de lo que se quiere en la intencionalidad formativa o que estas instancias terminarán afectando el manejo económico y financiero de la institución educativa. Sin embargo, dicha manera de proceder y de pensar desconoce abiertamente los criterios definidos por los Estados modernos, pues no hay ninguna norma, función o tarea que tenga que ver con el manejo de los recursos económicos de las instituciones educativas de particulares que las instancias de participación definan. En el caso de las instituciones educativas estatales, ello le compete a los organismos definidos para tal fin, y en las privadas, solo a los propietarios de la institución educativa.
Al proceder de esta manera se deja de lado lo verdaderamente importante, que es la formación de los estudiantes en un concepto de país y de participación democrática, que les permita irse integrando positivamente a la sociedad civil con el conocimiento, manejo y cuidado tanto de sus derechos, como de sus deberes ciudadanos.
Para complementar una adecuada gestión de la convivencia se recomienda revisar los trabajos de Juan Carlos Torrego3, quien propone un modelo integrado en la gestión de la convivencia, donde se combinan el modelo punitivo con el relacional para el manejo de la convivencia en uno que ha denominado el integrado, porque recoge los aciertos de los dos y propone una estrategia de mejora que bien vale la pena tener en cuenta.
1Sobre la gestión de la convivencia en el aula de clase se recomienda el trabajo de Marzano y Pickering. En su propuesta curricular de dimensiones del aprendizaje, en concreto, en la primera dimensión —actitudes y percepciones— abordan de manera completa y práctica cómo se debe gestionar adecuadamente un aula de clase para que la convivencia sea posible. Este trabajo se puede consultar en Marzano, Robert y Pickering, Debra (2005), Dimensiones del aprendizaje – Manual para el maestro, 2.a edición, Guadalajara, México: Iteso.
2En el Anexo 3 de este documento se propone un instrumento que se puede emplear para realizar un diagnóstico inicial del estado de la convivencia en una institución educativa, y que cumple con lo sugerido aquí. Si se quiere usar dicho instrumento para realizar el diagnóstico se puede contactar con mbeducacion@hotmail.com, donde se dispone de un aplicativo que permite la tabulación de este y la producción de los reportes del caso, desagregados por género, curso, grado y sección.
3Cfr. Torrego, Juan Carlos (coord.), (2006), Modelo integrado de mejora de la convivencia. Estrategias de mediación y tratamiento de conflictos, Barcelona, España: Graó
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