Marta Cohen - Un mundo en pandemia

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La doctora Marta Cohen, una de las principales referentes mediáticas sobre la pandemia del Covid-19, nos presenta este manual para reflexionar sobre lo aprendido y pensar los desafíos que plantea la pospandemia en el mundo.
Nacida en Trenque Lauquen, hija de médicos de provincia, se recibió en Universidad Nacional de La Plata y llegó a desarrollarse profesionalmente como patóloga pediátrica en el Reino Unido. Durante la pandemia se transformó en una de las mayores expertas sobre el Covid-19. Lejos de erigirse en jueza, Marta Cohen destaca la necesidad de una coordinación entre las respuestas colectivas e individuales para que las poblaciones estén bien informadas y listas para responder ante las emergencias.
A lo largo de los capítulos, analiza cada aspecto de la pandemia, desde su aparición en un mercado de la ciudad de Wuhan, en China, hasta las mutaciones de las que surgieron las últimas variantes del covid-19. Hace un repaso histórico de las distintas epidemias que padeció la humanidad, como la «peste negra» en la Europa medieval, el Sida y la gripe aviar, entre muchas otras. En el caso de Argentina, se detiene en aquellas que dejaron una huella profunda en la memoria colectiva, como la fiebre amarilla, en el siglo XIX, y la poliomielitis, en el XX.
Como señala la autora, la emergencia obligó a cambios drásticos que alcanzaron todos los planos de nuestra existencia. Más allá de lo estrictamente médico, se requiere reflexionar sobre la necesidad de invertir en salud pública, educación e investigación para alcanzar a los sectores más postergados. Es la obligación y la oportunidad de interpelarnos como humanidad y preparar a las próximas generaciones.

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Silvia E. González Ayala

Profesora Titular de Infectología, Facultad Ciencias Médicas, Universidad Nacional La Plata. Consultora en Infectología y miembro del Comité Institucional de Revisión de Protocolos de Investigación, Hospital de Niños Sor María Ludovica, de La Plata. Miembro de la Comisión de Vacunas de la Sociedad Argentina de Infectología y de la Comisión Nacional de Inmunizaciones.

Capítulo 1

SALA DE ESPERA

Patóloga pediátrica argentina

Mi nombre es Marta C. Cohen, soy una patóloga pediátrica argentina residente en Sheffield, Reino Unido. Con esta carta de presentación doy inicio a mis reportes sobre la evolución de la pandemia por el coronavirus covid-19, los avances científicos y las medidas adoptadas por las autoridades para controlarla.

Desde el 11 de marzo de 2020, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS)1 declaró que la propagación de un nuevo virus bautizado con el nombre de SARS-CoV-2 de la familia Coronavirus, surgido en la provincia chinade Wuhan, había ya alcanzado niveles de pandemia, la vida de cada uno de nosotros cambió en forma drástica y repentina. La mía también: casi sin quererlo me convertí al poco tiempo en un fenómeno mediático. Apenas se desató la emergencia sanitaria mundial, mi hermana Claudia, que es periodista y vive en la ciudad de La Plata, me empezó a transmitir inquietudes de sus colegas para que las respondiera. Al principio era algo informal, pero rápidamente las consultas se multiplicaron al ritmo de la alarma mundial generada por el crecimiento sin freno de los contagios.

El interés aumentó más aún a partir de los avances en la producción de la vacuna que se desarrollaba en Inglaterra. En ese contexto, Caly –como todos llaman a mi hermana– me preguntó si me animaba a hacer un video breve de dos minutos para difundir lo que le contaba. Al principio dudé, pero pronto me di cuenta de que mis posibilidades para acceder a información fidedigna y necesaria podían ser de gran ayuda para mucha gente sumida en la incertidumbre y el miedo. El 20 de julio de 2020, cuando, en medio de fuertes restricciones de circulación y aislamiento, se celebraba en Argentina el día del amigo, antes de retirarme de mi oficina vi que acababa de salir publicado en la prestigiosa revista científica The Lancet un artículo que informaba sobre los resultados prometedores de la Fase II del desarrollo de la vacuna de Oxford-AstraZeneca. Sin dudarlo, grabé un mensaje breve para dar la buena noticia y saludar a todos mis amigos. Pocas horas después, el video tenía miles de reproducciones. Solo ese día recibí cientos de pedidos de entrevistas. Así empezó todo.

Hago mías las palabras del sanitarista brasileño Jarbas Barbosa da Silva Jr., subdirector de la Organización Panamericana de la Salud: “La información oportuna y basada en evidencias es la mejor vacuna contra los rumores y la desinformación”. A las entrevistas periodísticas que me hicieron medios de comunicación argentinos se fueron sumando otras de distintos países del mundo, al mismo tiempo que la decisión de compartir ese material en redes sociales potenció mi comunicación y mis mensajes empezaron a llegar a miles de personas. Así, en este contexto convulsionado y dramático, pasé a tener una altísima exposición a la que aún no me acostumbro. Esto también me llevó a ser consultada sobre las medidas, a veces controversiales, que se fueron adoptando en diferentes instancias y niveles, en la Argentina y en el mundo.

Por cierto, siempre me preocupé por fundar mis comentarios en datos y argumentos científicos, manteniendo una mirada crítica pero sin inmiscuirme en disputas políticas.

De la llanura bonaerense a las colinas de Sheffield

Decir quién soy y qué hago al comienzo de cada mensaje que comparto es una forma de explicar desde dónde hablo. Mi especialidad, la patología (pathos: enfermedad; logos: estudio), consiste precisamente en observar las enfermedades, determinar su origen y analizar su comportamiento y sus manifestaciones clínicas. Por eso, la pandemia del denominado Síndrome Respiratorio Agudo Grave Coronavirus-2 (SARS-CoV-2, su sigla en inglés) alimentó mi curiosidad profesional por estudiar el nuevo brote de coronavirus y por seguir muy de cerca la evolución de esta afección respiratoria grave que hizo encerrar al mundo entero. Empecé a buscar, leer y contactar personalmente a prestigiosas fuentes científicas y repasé los antecedentes históricos de este tipo de afecciones.

El vértigo de los días iniciales de la crisis me hizo evocar, con nostalgia, mis primeros contactos con la medicina a través de mis padres, Ramón Alberto Cohen Souza y Elsa Victoria Bossié, ambos pioneros de la pediatría en medio de la pampa húmeda bonaerense. En 1961 se habían instalado en Trenque Lauquen, por entonces una pequeña ciudad a unos 450 kilómetros de Buenos Aires, donde nací el 27 de mayo de ese mismo año. Tengo siempre presente el empeño que ponían en generar un cambio de paradigma sanitario basado en la prevención y la atención primaria de la salud. Me parece verlos otra vez en sus recorridas por la zona rural y poblaciones vecinas procurando que la gente se protegiera de enfermedades clásicas como el sarampión, la tos convulsa o la varicela, apelando a las vacunas. Era común que en nuestra casa se abriera la puerta del zaguán en la madrugada para atender a algún niño enfermo en el consultorio que ambos compartían en el hogar familiar. Era la vocación de servicio, una condición esencial para ejercer la medicina.

De pequeña, estudié piano con una devoción que aún conservo cuando se trata de aprender. Debo confesar que en esos años pensaba que la música sería mi camino. Marisa Mestre, mi profesora, organizaba conciertos anuales con todos sus alumnos en la Biblioteca Pública Rivadavia de Trenque Lauquen. Recuerdo cómo vibraba mi alma al ejecutar piezas como la Fantasía Impromptu de Chopin o los Preludios de Debussy. Sin embargo, después de sortear algunas dudas y con el impulso de mi madre, me mudé a La Plata, la capital de la provincia, para estudiar Medicina en la Universidad. Tenía 17 años y el país estaba gobernado por una dictadura militar; la ciudad me intimidaba pero sentía que la Facultad de Medicina era mi refugio. Obtuve el título de médica en 1984 y me considero, con orgullo, hija de la educación pública y gratuita argentina.

En septiembre de 1988, mientras llevaba adelante mi segunda residencia en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez de la Ciudad de Buenos Aires, el país soportaba una grave crisis económica que ponía en jaque al gobierno democrático de Raúl Alfonsín. En esos días yo participaba del Congreso de la Sociedad Latinoamericana de Patología Pediátrica en La Plata. Mi madre había intentado convencerme de la importancia de concurrir a la cena de cierre del congreso, pero los diez dólares del valor de la tarjeta eran una cifra inalcanzable para los magros cuarenta dólares que constituían mi sueldo de ese momento, de modo que había desistido de concurrir como la mayoría de los médicos residentes. Pero ella insistió y me propuso enviarme el dinero con sus entrañables amigos Chela Corro y Andro Herrero, una pareja que era casi parte de la familia, y que esa misma noche viajaban desde Trenque Lauquen a la ciudad de las diagonales.

En aquel encuentro de camaradería conocí al profesor Ronald Otto Christian Kaschula, un sudafricano nacido en Rhodesia del Sur (hoy Zimbabue), responsable del área de patología pediátrica en el hospital de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, que por entonces era uno de los dos únicos hospitales de niños que existían en el África subsahariana. “Roc”, como lo llamaban, era de origen Afrikáans, la élite blanca de la Sudáfrica del apartheid, y con el tiempo descubrí que tenía un corazón tan grande como su estatura. Pese a que mi inglés era muy rudimentario, sirvió para comunicarnos, y al día siguiente accedí a guiarlo en una recorrida por el centro platense y a comprar algunos souvenirs. De regreso, me agradeció y me dijo que tenía una vacante en su servicio para entrenar en patología pediátrica a médicos extranjeros. Su generosidad me dejó sin palabras. Cada vez que relato esta historia pienso en cómo aquellos diez dólares que me mandó mi madre para que fuera a la cena resultaron ser una de las mejores inversiones de mi vida.

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