Un inesperado acto de rabia y violencia puede hacernos experimentar una pérdida y un horror tan grandes que creemos que nos será imposible sobrevivir. Lo vemos en los noticieros de la noche: niños desaparecidos y jamás recuperados, o cuyos cuerpos son hallados después, tirados como basura. Leemos al respecto en los periódicos: una mujer torturada y violada en el fuego cruzado de la guerra civil. Lo vemos en la internet: aulas y cines donde se acribilla a inocentes en forma indiscriminada, y donde ellos mueren trágica, violenta, absurdamente. Sabemos de tiroteos desde automóviles en marcha y de la invasión de hogares, represalias de bandas contra bandas y muertes vengadas con otras muertes. Vemos, leemos y oímos, pero a la distancia, y con un desapego lamentable de los horrores que la gente es capaz de infligir.
No obstante, de repente nos sucede a nosotros. Y el horror que antes veíamos a lo lejos, como una película u obra de teatro, está ahora dentro de nuestros hogares, aulas y barrios.
En nuestra familia.
A veces, Mpho no puede siquiera imaginarse perdonando a quien cometió tal atrocidad en su casa; a quien marcó indeleblemente y para siempre la psique e infancia de sus hijas con un insensato y sangriento acto de brutalidad. Digo esto porque aun para personas de fe que creen en el perdón incondicional, para personas como Mpho y como yo —que se atreven a escribir libros sobre el perdón—, perdonar no es fácil. No es fácil para Mpho. No es fácil para mí. Y es comprensible que tampoco lo sea para ti.
Perdonar no es muestra de debilidad
Todos aspiramos a perdonar a los demás. Admiramos y apreciamos a quienes perdonan de corazón, aun si se les ha traicionado, engañado, robado, mentido o cosas todavía peores. Los padres que perdonan al asesino de su hijo nos inspiran un temor reverente. La mujer que perdona a su violador nos parece imbuida de un valor especial. Un hombre que perdona a quienes lo torturaron brutalmente hace que consideremos heroico su acto. Al ver a esas personas y acciones, ¿creemos débiles a quienes perdonan? No. Perdonar no es muestra de debilidad. No es muestra de pasividad. No es para los pusilánimes.
Perdonar no significa no tener carácter, ser incapaz de enojarse. Yo me enojo principalmente cuando veo que se lastima a alguien, o que se pisotean sus derechos. He conocido a personas capaces de compasión y perdón aun en las más atroces circunstancias, mientras sufrían un trato espantoso. El obispo Malusi Mpumlwana es una de ellas. Arrestado por su activismo contra el apartheid , él sufrió tortura física extrema a manos de la policía sudafricana. Esta experiencia renovó su compromiso contra el apartheid . Pero no por afán de venganza. Como él mismo me contó, en medio de su tortura tuvo un discernimiento sorprendente: “Estos hombres son hijos de Dios y están perdiendo su humanidad. Nosotros debemos ayudarles a recuperarla”. Poder dejar de lado la inhumanidad de una conducta y reconocer la humanidad de la persona que comete actos atroces es una proeza notable. No es debilidad. Es fortaleza heroica, la más noble del espíritu humano.
Cuando tenía doce años, Bassam Aramin vio a un soldado israelí matar a tiros a un chico de su edad. En ese momento, sintió una “insaciable sed de venganza”, así que se unió a un grupo de combatientes de la libertad en el Hebrón. Y aunque algunos lo llamaban terrorista, él sentía que luchaba por su seguridad, su patria y su derecho a ser libre. A los diecisiete años se le aprehendió mientras planeaba un ataque contra tropas israelíes, y fue sentenciado a siete años de cárcel. Ahí sólo aprendió a odiar más mientras los guardias lo desvestían para golpearlo. “Nos pegaban sin odio, porque para ellos eso era sólo una rutina, y nos veían como objetos.”
En prisión dio en conversar con su guardia israelí. Cada uno de ellos juzgaba “terrorista” al otro, y negaba ser el “invasor” en el territorio compartido. Pero mediante sus conversaciones se dieron cuenta de lo mucho que tenían en común. Bassam sintió empatía por primera vez en su existencia.
Al ver la transformación ocurrida en él y su captor por el hecho de reconocer su humanidad compartida, Bassam comprendió que era imposible que la violencia produjera paz. Esta comprensión cambió su vida.
En 2005, él fue uno de los cofundadores de la organización. Combatientes por la Paz. No ha tomado un arma desde entonces, y para él esto no es señal de debilidad, sino de verdadera fuerza. En 2007, otro soldado israelí mató a tiros a su hija, Abir, de diez años, fuera de su escuela. Dice Bassam: “El asesino de Abir pudo haberme forzado a seguir el camino fácil del odio y la venganza, pero yo no abandonaré nunca el diálogo y la no violencia. Después de todo, un soldado israelí mató a mi hija, pero cien exsoldados israelíes hicieron un jardín en su nombre, frente a la escuela donde perdió la vida”. 6
Lo repito: perdonar no es muestra de debilidad.
Perdonar no es subvertir la justicia
Hay quienes creen que una injusticia sólo puede repararse haciendo pagar a alguien el daño que causó. El perdón, dicen, subvierte el curso de la justicia. Lo cierto es que la gente vivirá siempre con las consecuencias de sus actos. En algunos casos, el perdón por la parte agraviada llega después de que el perpetrador ha cumplido su castigo. Así ocurrió en Irlanda del Norte. En 2006, la BBC transmitió una serie documental, Facing the Truth (Frente a la verdad), en la que reunió a víctimas y perpetradores del violento conflicto norirlandés. Lo particular de este proceso fue que, a diferencia de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Sudáfrica, esa serie no tenía autoridad para amnistiar a los perpetradores. De hecho, los que buscaron perdón ya habían sido juzgados y condenados por sus crímenes. Aun así, lo buscaron. Y no lo hicieron para cambiar el pasado o desafiar a la justicia. Lo hicieron porque lo deseaban.
Ni siquiera el Dios cristiano subvierte la justicia temporal al abrir la puerta del perdón y la paz eternos. El ladrón colgado en la cruz junto a Jesucristo fue la única persona a la que se le prometió el paraíso. Murió en una cruz por sus delitos. Vive en la eternidad gracias a su arrepentimiento.
Pero aun si los perpetradores son amnistiados y exonerados, como en el proceso de la CVR sudafricana, no puede decirse que “queden impunes”. Al presentarse ante esa comisión para hablar de sus actos, los perpetradores sudafricanos cambiaron para siempre el estado en que se les tenía en sus familias y comunidades. Luego de años de ocultar sus actividades, tuvieron que pararse en un lugar público y reconocer su crueldad, insensibilidad y actos homicidas. Sí, se les amnistió, pero no por ello la justicia fue subvertida en el corazón de las numerosas víctimas y familias que necesitaban saber la verdad.
A menudo, aun después de hacerse “justicia”, muchos se encuentran con que la historia no ha terminado todavía, y nadie ha descubierto la ruta a un nuevo comienzo. El perdón es la única salida de la trampa que el agravio produce.
A algunos les parece difícil perdonar porque creen que esto significa olvidar el dolor que sufrieron. Yo puedo afirmar rotundamente que perdonar no significa olvidar el agravio. No significa negarlo. No significa pretender que no ocurrió o que no fue tan grave como parece. Lo cierto es precisamente lo contrario. El ciclo del perdón sólo puede activarse y completarse en medio de la verdad y honestidad absolutas.
Perdonar implica dar voz a los atropellos y referir las penas padecidas. No obliga a callar lo que sufrimos o a martirizarnos en una cruz de mentiras. No significa pretender que las cosas fueron de otra manera. “Fui lastimado”, decimos. “Fui traicionado”, proclamamos. Sufro por ello. Se me trató injustamente. Fui humillado. Me enoja que me hayan hecho eso. Me entristece y saca de quicio. Nunca olvidaré lo que me hicieron, pero perdonaré. Haré cuanto esté en mi poder para que no se me vuelva a hacer daño. No tomaré represalias contra nadie, yo mismo incluido.”
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