En los capítulos siguientes profundizaremos en el tema del perdón. Examinaremos qué es y no es el perdón. Por el momento baste decir que la invitación a perdonar no es una invitación a olvidar. No es una invitación a afirmar que una herida es menos dolorosa de lo que es. Ni una petición de disimular la fisura de una relación, de decir que marcha bien cuando no es así. Ser lastimado no está bien. Ser objeto de abusos no está bien. Ser atropellado no está bien. Ser traicionado no está bien.
La invitación a perdonar es una invitación a buscar paz y curación. En mi lengua nativa, el xhosa, para pedir perdón se dice Ndicel’ uxolo (“Pido paz”). Ésta es una locución muy bella, y muy perceptiva. El perdón abre la puerta a la paz entre personas y abre espacio a la paz en cada una de ellas. La víctima no puede tener paz sin perdonar. El perpetrador no tendrá verdadera paz mientras no sea perdonado. Entre víctima y perpetrador no puede haber paz mientras el agravio subsista entre ellos. La invitación a perdonar es una invitación a buscar la humanidad del perpetrador. Cuando perdonamos, reconocemos la realidad de que él es como cualquiera de nosotros.
Si yo intercambiara mi vida con la de mi padre; si hubiera experimentado el estrés y presiones que él enfrentó; si hubiera tenido que soportar sus cargas, ¿habría actuado igual que él? No lo sé. Supongo que yo habría sido diferente, pero no lo sé.
Mi padre murió hace mucho, pero si hoy pudiera hablar con él, le haría saber que lo he perdonado. ¿Qué le diría? Comenzaría dándole las gracias por todas las cosas maravillosas que hizo por mí, pero después le diría que hubo algo que me dolió mucho. Le diría cómo me afectó e hizo sufrir lo que él le hacía a mi madre.
Tal vez me escucharía, tal vez no. Pero yo lo perdonaría de todos modos. Mas como ya no puedo hablar con él, tuve que perdonarlo en mi corazón. Si mi padre estuviera hoy aquí, y así me pidiera perdón o no, o hasta se negara a admitir que hizo algo malo o no pudiera explicar por qué lo hizo, yo lo perdonaría. ¿Por qué? Porque sé que ésta es la única forma en que puedo aliviar el dolor en mi corazón de niño. Perdonar a mi padre me libera. Cuando olvido sus ofensas, mi recuerdo de él deja de ejercer control sobre mi ánimo o temperamento. Su violencia y mi incapacidad de proteger a mi madre dejan de definirme. Ya no soy el niño amedrentado por sus arrebatos etílicos. Tengo una historia nueva y diferente. El perdón nos libera a ambos. Somos libres.
El perdón implica práctica, honestidad, una mente abierta y la disposición (así sea limitada) a intentarlo. Este viaje de curación no es un manual, un libro que hemos de leer y entender. Es una práctica, algo en lo que debemos participar. Es nuestra propia senda al perdón. Para perdonar de verdad, tenemos que entender mejor el perdón, pero antes debemos saber qué no es el perdón. Exploraremos esto en el capítulo siguiente. Antes de continuar, hagamos una pausa para escuchar lo que el corazón oye.
“Te perdonaré.”
Estas palabras escuetas
ocultan un universo entero.
Cuando te perdono,
todas las cuerdas del rencor, el dolor y la tristeza que envolvían
mi corazón desaparecen.
Cuando te perdono,
dejas de definirme.
Tú me mediste y evaluaste y
decidiste que me podías lastimar,
porque yo no importaba.
Pero te perdonaré
porque cuento
e importo.
Soy más grande que la imagen que tienes de mí,
más fuerte,
más bello
e infinitamente más valioso de lo que creíste.
Te perdonaré.
Mi perdón no es un regalo para ti.
Cuando te perdone,
mi perdón será un regalo para mí .
RESUMEN
Por qué perdonar
El perdón es bueno para la salud.
El perdón brinda libertad del pasado, de un perpetrador, de una victimación futura.
El perdón cura a familias y comunidades.
Perdonamos para no sufrir, física o mentalmente, los corrosivos efectos de aferrarnos a la ira y el rencor.
Todos estamos interconectados y tenemos una humanidad compartida.
El perdón es un regalo que nos damos a nosotros mismos.
MEDITACIÓN
Abrirse a la luz
1 Cierra los ojos y sigue tu respiración.
2 Cuando te sientas centrado, imagínate en un lugar seguro, bajo techo o a la intemperie, como prefieras.
3 En el centro de tu espacio seguro está una caja con muchos cajones.
4 Los cajones están rotulados. Las inscripciones se refieren a heridas aún por olvidar.
5 Escoge un cajón y ábrelo. Enrollados, doblados o amontonados dentro están todos los pensamientos y sentimientos que el incidente despierta en ti.
6 Puedes decidir vaciar este cajón.
7 Saca tu herida a la luz y examínala.
8 Desdobla el rencor que sientes y ponlo frente a ti.
9 Desarruga esa pena y déjala vagar hacia el sol y desaparecer.
10 Si alguno de tus sentimientos te parece demasiado grande o insoportable, hazlo a un lado para examinarlo después.
11 Cuando el cajón esté vacío, póntelo en las piernas.
12 Quítale el rótulo.
13 Una vez sin su rótulo, lo verás convertirse en arena. El viento se lo llevará. Ya no lo necesitas.
14 El espacio de esa herida en la caja habrá desaparecido. Ya no es necesario.
15 Si hay más cajones por vaciar, repite esta meditación, ahora o más tarde.
RITUAL DE LA PIEDRA
Cargar la piedra
1 Necesitarás tu piedra del tamaño de la palma de tu mano.
2 Durante una mañana (aproximadamente seis horas), carga la piedra en tu mano no dominante. No la sueltes por ningún motivo en este periodo.
3 Pasadas las seis horas, haz el ejercicio del diario.
EJERCICIO DEL DIARIO
1 ¿Qué percibiste en el acto de cargar la piedra?
2 ¿Cuándo lo percibiste más?
3 ¿Estorbó alguna de tus actividades?
4 ¿Te fue útil en algún momento?
5 ¿En qué sentido cargar la piedra fue como cargar un agravio no perdonado?
6 Haz una lista de personas a las que debes perdonar.
7 Haz una lista de personas que quisieras que te perdonaran.
La vida puede cambiar en un instante. Para Mpho, ese instante llegó en abril de 2012:
Aún no me es posible describir del todo mis sentimientos. Náuseas, asco, miedo, confusión y pesadumbre me apabullaron por igual. Mi ama de llaves, Angela, estaba tirada en la recámara de mi hija, sobre la sangre de su cuerpo inmóvil. Los médicos confirmaron poco después que estaba muerta. Había fallecido horas antes. Los días y semanas siguientes fueron un remedo de vida vuelta de cabeza. Esa sangre y ese cadáver ya desaparecieron, pero aquel hecho sigue teniendo repercusiones en nuestra vida.
Extrañamos a Angela. En apenas unos cuantos meses, ella ya había impreso su huella en nuestra vida. Sus manías y bondad ya forman parte de nuestra historia y nuestra familia. Su risa llenaba la casa. Su curiosa forma de hablar se había vuelto parte de nuestro lenguaje. Su ausencia es una sombra triste, horripilante. Llanto y pesadillas, terror y noches en vela, silencios exasperantes y ruidos que crispan los nervios: todo esto ha pasado a integrarse a nuestra nueva realidad. La casa que compartíamos con ella ha dejado de ser nuestro hogar. Ya no podemos vivir ahí. “¿Robaron algo?”, preguntó el joven policía. Sí, una vida. No, algo más que una vida. Había un solo cadáver, pero muchas vidas fueron irrevocablemente cambiadas, arrebatadas, robadas. Desaparecieron numerosas vidas, y un hogar feliz. A veces, esta muerte me hace sentir triste, indeciblemente triste. Otras, me siento enojada. ¿Cómo pudo alguien cometer esa vileza? ¿Cómo pudo ser tan brutal? ¿Por qué Angela? ¿Qué daño le hizo ella a nadie? ¿Cómo pudo atreverse alguien a allanar mi hogar? ¡Hay momentos en los que el enojo se convierte en furia y yo quisiera devolver el golpe!
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